Entrevista con Jesús Díaz Sariego, presidente de CONFER
El presidente de los religiosos de España: «La vida consagrada está donde nadie más llega»
Jesús Díaz Sariego es, además del representante de los religiosos en España, provincial de la orden de los Dominicos en este país; dos papeles que, él mismo reconoce, conjuga sin dificultad
El presidente de la Conferencia Española de Religiosos se presenta solo como Jesús. Díaz Sariego es, además del representante de los religiosos en España, provincial de la orden de los Dominicos en este país; dos papeles que, él mismo reconoce, conjuga sin dificultad.
Al principio es tímido. Habla de su infancia y vocación sin muchos detalles, pero al entrar en materia, la que se nota que le apasiona, se abre a dialogar sobre el Sínodo, la crisis de vocaciones y los desafíos que ha afrontado la vida consagrada en los últimos años y los que todavía ha de superar.
–¿Cómo descubrió su vocación? ¿Lo ha tenido claro desde el primer momento?
–Nací en un contexto familiar cristiano y muy en contacto por parte de mis hermanas, que son las dos mayores que yo, con el colegio de las Dominicas, donde estudiaban. Cuando me toco el turno mis padres también contactaron con los Dominicos. Desde el inicio lo he tenido fácil. Donde yo estudiaba, sobre todo ya en la adolescencia empecé a pensar, con gran despiste al final, qué quería ser en la vida. Fui orientando mi vida hacia lo que hoy profeso, pero no siempre lo tuve claro. Uno lo va clarificando en la medida en que va madurando como persona, madurando también en su fe. Hasta ahora, por la opción que he tomado me siento muy libre interiormente y al mismo tiempo muy feliz.
–Usted es presidente de la Conferencia española de religiosos desde 2021, ¿cuáles son los retos más destacados a los que ha tenido que enfrentarse en este tiempo? ¿y para los dos años casi que le quedan?
–Hemos tenido desafíos hacia el exterior por la realidad social, cultural, religiosa en la que estamos y hacia el interior de las propias congregaciones. Hacia el exterior: seguir poniendo en valor la vida consagrada, es decir, qué aporta a la sociedad de hoy, que nos plantea nuevos desafíos. Y hacia el interior: pues, palpar nuestra propia realidad. En España, hemos vivido un momento de boom vocacional los años de la posguerra, los años 50 y 60, pero ha llegado un momento de reducción del número de religiosos y religiosas. Esto lo estamos viviendo como una oportunidad para ver qué es lo que las congregaciones, atendiendo a sus carismas, a sus raíces y a su aportación histórica, puede seguir aportando.
–Es también provincial de los dominicos en España, ¿cómo conjuga la pertenencia a su orden con tener que representar a todas las demás que hay en España?
–Primero, con mucho trabajo, pero en segundo lugar, es mucho más lo común, aquello que nos une como consagrados, que lo que nos separa. El conjugar los dos papeles está en la base de la consagración religiosa, que luego lleva el apellido Dominicos, Jesuitas, Hijas de la Caridad…
–¿Para qué sirve la vida religiosa en el siglo XXI?
–Los religiosos tenemos, formando parte de la Iglesia, lo que el Evangelio anuncia como alternativa para desarrollarnos como personas. Lo que aporta es una sabiduría asentada a lo largo de los siglos, que se inspira en el Evangelio, en Jesucristo y que se encarna, porque somos de carne y hueso, en realidades históricas concretas, de la que somos memoria. ¿Qué puede aportar a la sociedad? En primer lugar, un horizonte de vida, un sentido para la propia existencia, unos valores muy concretos que pasan por el respeto de lo humano, acompañar el crecimiento de las personas y cuidar el sufrimiento, procurar una sociedad más justa para todos. Una sociedad donde la dignidad humana sea el principio fundamental que deba regir todos nuestros actos.
–Y esa aportación se materializa de muchas formas, ¿no?
–La Iglesia en general y las congregaciones religiosas en particular van acompañando al ser humano desde su nacimiento hasta su muerte en todos los diversos momentos de la vida y en todas las circunstancias ante las que una persona pueda encontrarse. A raíz de eso se han ido se han formado instituciones y misiones que socialmente procuran el cuidado de las personas.
–¿Ve usted que haya una crisis de vocaciones en España?
–Si nos fijamos en el número, sí. Es un dato objetivo y objetivable. Los religiosos, al ser menos, tomamos más conciencia de nuestra esencia, de lo que debemos realmente ser. Quizá la sociedad de los años 50 requería una iglesia muy implantada socialmente, muy reclamada por sectores sociales, cubriendo incluso dimensiones de atención a las personas que el Estado no podía cubrir. Esa era la levadura evangélica en ese momento. La sociedad secular en la que estamos hoy a lo mejor requiere la levadura de la escasez del grano de trigo o de la levadura que fermenta la masa. Fermentar la masa de una gran sociedad no es cuestión de número, es cuestión de calidad.
–En el informe estadístico de CONFER del año 2022, hay un dato que llama la atención. Hay el triple de congregaciones femeninas que masculinas (302 frente a 106). Y más de 26 mil religiosas que hay en España, frente a 8.250 religiosos. ¿a qué se deben estas diferencias? ¿Ha sido siempre así o es un fenómeno creciente?
–Es a partir del siglo XIX cuando empezaron a surgir muchas congregaciones femeninas. La mujer ha despertado, quizá por su sensibilidad, mayor cuidado de lo débil, desde el niño hasta el anciano. El instinto maternal que de alguna forma está ahí. Ha desplegado más iniciativas creativas, más respuestas. A lo mejor la mujer es capaz de profundizar más en su mirada, en lo que se requiere. Este fenómeno tiene que ver también con un momento cultural de la Iglesia. Hay también una antropología femenina que despierta o ve con mas profundidad la realidad humana y la ve con un cariño especial.
–En los documentos del Sínodo de la Sinodalidad, se ha hablado mucho del papel de las mujeres en la Iglesia, celibato opcional o acogida LGTBI. ¿Qué papel tiene la vida religiosa en este camino?
–Nuestro papel ha sido más un reclamo de la dimensión profética que tiene la vida religiosa por naturaleza. Me explico: agudizar la vista y el odio para escuchar y ver qué pasa a mi alrededor y donde es necesaria la Iglesia, dónde debe responder, cómo intento dialogar con lo que escucho, aunque inicialmente resulte contraproducente o distante o incluso agresivo. A veces los mensajes que recibimos no son pacíficos, hay mucha agresividad verbal y de juicio. Aun así, nuestra actitud no es combativa, sino escuchar, discernir, dialogar y profundizar en ello para que ganemos todos. Hay congregaciones de religiosas, especialmente, pero también de religiosos, que están donde nadie más está. Donde no está el Estado o la Administración, parece que no existe, pero cuando se descubre ahí va la vida religiosa. La vida consagrada todavía no ha perdido esa fuerza para estar donde nadie más llega.