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El cardenal Julián Herranz junto al Benedicto XVI en un vuelo

El cardenal Julián Herranz junto al Benedicto XVI en un vuelocedida

Entrevista a Julián Herranz, el único cardenal que ha trabajado con seis Papas

«Confío que en la elección del próximo Papa no haya división, polarización ni enfrentamiento»

Investigó el escándalo de Vatileaks, dejó huella en el derecho canónico, vivió cinco cónclaves, dos años santos y tres grandes reformas de la Curia Romana: así es el cardenal Julián Herranz, testigo clave de la historia reciente de la Iglesia

Quiso ampliar estudios de psiquiatría en Alemania tras licenciarse en Medicina, pero decidió formarse como sacerdote al lado del fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá. Pensó que la estancia en Roma iba a ser corta, provisional, en espera de otros destinos, tal vez una misión apostólica en América o África, pero la estación de paso acabó convirtiéndose en final de trayecto.

El médico se hizo sacerdote canonista y el 1 de abril cumplirá 65 años de trabajo pastoral y jurídico en la Curia Romana, la estructura del gobierno central de la Iglesia. Julián Herranz Casado (Baena, 1930) es el único cardenal, de los 252 del Colegio (137 electores), que ha trabajado con seis papas. A punto de cumplir 95 años (31 de marzo), el purpurado español se muestra con un temple juvenil extraordinario: «Un tipazo, un hombre de corazón eclesial, con una manifestación sobreabundante de sentido del humor», en palabras del Papa Francisco.

Herranz llega a Roma en 1953, el año de la firma del Concordato entre España y la Santa Sede, el verano en el que también el piloto italiano Alberto Ascari se proclama campeón del mundo de F1 tras la victoria del GP de Suiza. La particular carrera del sacerdote español cobra impulso cuando en 1960, sin que él lo hubiera imaginado, entra a trabajar en la Santa Sede, en la comisión preparatoria del Concilio Vaticano II.

Empieza su vida al servicio de seis papas, un viaje sacerdotal que se fragua entre dos encíclicas separadas por seis décadas y un núcleo en común: el diálogo y la justicia social. Por un lado Mater et Magistra (mayo de 1961), del papa san Juan XXIII, fundada en el desarrollo de la justicia social como continuidad de la histórica Rerum Novarum de León XIII. Del otro, Fratelli Tutti (octubre de 2020), de Francisco, basada en el amor universal y la justicia a los olvidados e ignorados.

Julián Herranz junto al Papa Francisco

Francisco define a Herranz como «un tipazo, un hombre de corazón eclesial"

Desde la estructura de gobierno del Vaticano el cardenal Herranz ha vivido un concilio ecuménico, cinco cónclaves para la elección de nuevos papas, dos años santos multitudinarios, muchísimos sínodos y tres grandes reformas de la Curia romana. De la última, Praedicate Evangelium, el veterano cardenal augura una larga vigencia.

Doctorado en medicina (especialidad de psiquiatria) por la Universidad de Navarra y doctor en derecho canónico por la universidad romana de Santo Tomás, Herranz fue nombrado en 1994 por san Juan Pablo II máximo responsable jurídico del Vaticano. Años más tarde, en mayo de 2012, Benedicto XVI le nombró presidente de la comisión de investigación del caso Vatileaks, la filtración de documentos confidenciales del Vaticano, cuyo informe conclusivo solo conocieron Benedicto XVI y Francisco, lo que provocó cierto revuelo entre algunos cardenales norteamericanos y europeos.

No faltarán grupos de presión políticos y económicos que intentarán influir en la elección del PapaCardenal Julián Herranz

Hoy el discurso del cardenal Herranz es un pilar contra una sociedad inmersa en polarizaciones, divisiones y enfrentamientos que a la vez tienen su reflejo en el ámbito eclesial. Durante estos años, el porpurado español, amigo del diálogo y la humildad, ha escrito decenas de libros, ha sido profesor universitario, ha trabajado como pastor y jurista en numerosos lugares del mundo. Pero posiblemente el principal descubrimiento, que cultiva a diario desde que se formó como sacerdote del Opus Dei, sea su amor por la Iglesia y su inquebrantable lealtad al Papa.

Una Iglesia que, a pesar de todo, «es fecunda»

–El 1 de abril cumplirá 65 años de trabajo en la Curia asistiendo a seis papas en el Gobierno de la Iglesia. Valorando la historia y los orígenes de la Iglesia, ¿cualquier crisis pasada fue peor?

–El Concilio Vaticano II recordaba que la Iglesia es santa y al mismo tiempo necesitada de purificación, por eso se puede decir que siempre está «en crisis» y nos llama a la conversión y a evitar la arrogancia. Es santa por la divinidad de su origen, por la santidad de los sacramentos que ofrece y por la perenne actualidad y credibilidad del Evangelio, mensaje de Cristo de salvación. Pero a la vez el elemento humano de la Iglesia necesita purificación, porque los hombres y mujeres cargamos con el pecado.

Hay crisis que deforman el rostro de la Iglesia y dificultan reconocer en ella un «lugar de salvación», como ha sido la crisis de los abusos. Pero, desde la perspectiva de los 65 años de trabajo en la Curia, mi experiencia es que, a pesar de todo, la Iglesia es siempre fecunda y hace brotar agua en el desierto más árido. Dios siempre encuentra, a través de la evangelización que la Iglesia promueve, el modo de demostrar su amor a cada persona, buscarla y tenderle la mano.

–¿Cómo definiría al gobierno actual de la Iglesia?

–Diría que la aportación más relevante del Papa Francisco en este ámbito ha sido vitalizar el concepto de sinodalidad. El Sínodo sobre la sinodalidad, cuyas conclusiones son ahora examinadas por diez grupos de Estudio, es un intento pastoral de primer orden para aplicar la eclesiología de comunión y la teología del laicado auspiciadas por el Concilio Vaticano II. Tuve la suerte de participar como experto en el Concilio y creo que su núcleo doctrinal, junto con la colegialidad episcopal, es la promoción de los fieles laicos y la llamada universal de todos los bautizados a la santidad y el apostolado.

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Julián Herranz es el único cardenal, de los 252 del Colegio que ha trabajado con seis papas.

La misión de evangelizar pertenece a todos, no solo a obispos, sacerdotes o religiosos: también a los fieles laicos en las realidades seculares. La afirmación de la igualdad de todos los miembros del Pueblo de Dios, y el modo de articularla, se está traduciendo en estructuras que facilitan el encuentro y la posibilidad de escuchar, opinar, dialogar, sugerir, en definitiva «caminar juntos»… El Sínodo ha puesto en marcha un proceso que materializa, «aterriza» la imagen del Pueblo de Dios que camina evangelizando, expresión que tanto gusta usar al Papa Francisco.

Humildad, respeto y buen humor

–Lo ha dicho el Papa Francisco: «Estoy muy cercano a Herranz, es muy amigo, muy amigo». ¿Qué opina de la polarización entre los llamados cardenales conservadores y progresistas y de las críticas que algunos han vertido contra Francisco en los medios?

–El Papa es muy bueno conmigo. En realidad, soy yo el que, como cardenal, procuro estar muy cerca del Papa. La polarización ideológica no es una buena noticia en ningún grupo humano: expresa la división en el corazón de las personas. La polarización no es un «fallo técnico» de comunicación o de marketing, es el triunfo de ideologías que toman el mando a la hora de pensar, juzgar y tratar a los demás.

Su fruto es el enfrentamiento y el odio entre hermanos, al estilo de Caín. Cuando esta situación ocurre dentro de la Iglesia, ofrecemos al mundo un antitestimonio. Diría precisamente que una sinodalidad bien aplicada -no de simples palabras- es el antídoto hacia ese peligro en el Pueblo de Dios: escucharse desde el respeto y el amor, basados en el mandamiento nuevo de Jesús: «que os améis los unos a los otros»… «en esto conocerán que sois mis discípulos». Y buscando el bien que interesa a todos.

–El Pontífice se siente alentado por su trabajo y sentido del humor. ¿Tal vez por qué usted está acostumbrado a decir las cosas muy claras a los papas?

–Desconozco cuál sea la razón. Una de las responsabilidades que tenemos los cardenales es decir al Papa lo que pensamos en conciencia sobre el gobierno y el bien de la Iglesia. Esto ha de hacerse con humildad y respeto y estar dispuesto a que tu observación o sugerencia no sirva para nada: para eso se precisa una dosis de buen humor, que consiste muchas veces en no darse demasiada importancia. Yo las llamo: sugerencias «con opción papelera».

Francisco se encuentra con tendencias doctrinales que continúan distanciándose entre síCardenal Julián Herranz

–¿Hay algún paralelismo entre el pontificado de Francisco y el de Pablo VI, que también tuvo que enfrentarse a todo tipo de críticas internas y externas?

–Sí, pienso que existe un paralelismo entre Francisco y Pablo VI. De los seis papas con los que he trabajado, probablemente sean estos dos los que han sufrido más graves contradicciones. Pablo VI consiguió algo muy difícil, llevar adelante -dirigiendo intelectualmente- el Concilio Vaticano II, armonizando las tendencias que los medios de comunicación llamaban «progresistas» y «conservadoras».

De hecho, todos los documentos conciliares fueron aprobados casi unánimemente o por una gran mayoría. Después del Concilio, en los siguientes trece años hasta su muerte, sufrió un auténtico martirio al tratar de interpretarlo y aplicarlo. Se encontró con abusos y regresiones que dividían la jerarquía y el Pueblo de Dios. Sufrió lo indecible.

El Papa Francisco se encuentra con un clima similar, ante tendencias doctrinales que continúan distanciándose entre sí, contaminadas a veces por intereses políticos y económicos. Una notable falta de diálogo fraterno que el Papa lamenta sin perder la paz y la serenidad. Su misión de unir y armonizar intenta realizarla como sus predecesores, aplicando la eclesiología de comunión del Vaticano II. El camino sinodal de la Iglesia impulsado por él, es precisamente eso, aplicar el Concilio, aunque algunos no lo entiendan, lo juzguen como una novedad peligrosa o se inventen su propio «caminito».

Benedicto y Francisco: ¿Dos enemigos?

–¿A quién interesa hoy contraponer los pontificados de Benedicto XVI y Francisco?

–Como he dicho en alguna ocasión, me hiere ver que algunos han tomado a Benedicto y a Francisco como banderas de parte cuando, en realidad, son dos pontificados de gran complementariedad: uno ha subrayado la dimensión vertical del amor cristiano: el amor a Dios (encíclica Deus caritas est); el otro, la dimensión horizontal de ese amor: el amor al prójimo (Fratelli tutti)

¿A quién interesa la contraposición? A quienes ven la Iglesia de modo binario, a los que dividen el mundo entre conservadores y progresistas, derechas e izquierdas, buenos y malos; a los que entienden el papado como una instancia de poder temporal, eliminando su dimensión espiritual; a los que promueven ideologías opuestas al Evangelio mediante la división, la polarización y el enfrentamiento entre los fieles. Contraponer, dividir y polarizar son señales de 'mundanización'. Yo confío en que eso no suceda en la elección del próximo papa.

–¿Cree usted que eso pueda suceder?

–Poder sí. Porque no faltarán grupos de presión político-económica que intenten influir en la elección de los papas, como en otros siglos hicieron reyes o emperadores 'católicos'. Pero pienso que eso no sucederá porque, respetando su libertad, no faltará la asistencia del Espíritu Santo a cada cardenal elector, cuando digan todos ante el elocuente Juicio final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: «Sobre todo, prometemos y juramos de no prestar jamás apoyo o favor a cualquier forma de intervención con la cual autoridades seculares de cualquier orden y grado o cualquier grupo de personas o individuos quisieran entrometerse en la elección del Romano Pontífice».

Mi experiencia es que, a pesar de todo, la Iglesia es siempre fecunda y hace brotar agua en el desierto más árido

–¿Cómo vivió el delicado e inédito periodo de sede vacante abierto el 28 de febrero de 2013?

–Inicialmente con sorpresa y admiración hacia Benedicto XVI, que actuó con una gran humildad. El gesto de renunciar lo hizo un papa tachado de conservador, rompiendo las etiquetas mundanas. Después, en las conversaciones cardenalicias del pre-cónclave, con una cierta agitación interior: mis hermanos cardenales insistían mucho en conocer las conclusiones de la especial comisión de investigación (llamada por los medios Vatileaks) sobre la difusión de documentos reservados en la Curia Romana, que yo había presidido. Tuve que explicarles con la máxima delicadeza que el Santo Padre había decidido (antes de cesar en su ministerio) que las actas de la investigación, que él conocía, quedaran a exclusiva disposición del nuevo pontífice.

La presencia del laico en el mundo

–¿Qué ha ocurrido con el laicado cristiano tras el Concilio? ¿Qué falla a la hora de percibir a la Iglesia como Pueblo de Dios?

–Los verdaderos cambios necesitan decenios para metabolizarse. La imagen de la Iglesia como Pueblo de Dios y, dentro de él la misión específica del laicado no se han captado en profundidad. Frecuentemente se asocia la promoción de los fieles laicos a ocupar puestos de gobierno en la estructura eclesiástica. A mi parecer se transmite así un concepto reduccionista que ha de ser superado.

Los laicos tienen sus propios derechos y deberes y su propia identidad derivados del bautismo y de su condición secular. Su misión es difundir el Evangelio en medio de las estructuras y condiciones de la vida secular, civil. Junto con el Pan y la Palabra –el Evangelio y la Eucaristía– su lugar propio de encuentro con Dios es la calle: convertir las familias en iglesias domésticas, llevar a Cristo a la ciencia, a internet, al campo, a la moda, a los negocios, al deporte, al entretenimiento…

Esa es la participación propia de los fieles laicos en la única misión de la Iglesia, los lugares o tareas donde desplegarán mejor su potencialidad evangelizadora. En este sentido hablo de 'reduccionismo', cuando se califica de 'promoción' o 'conquistas' del laicado el hecho de que algunos ocupen cargos de gobierno en la Iglesia, lo que me parece bien. Menos aún comprendo que eso sea considerado por algunos como si sólo así y ahora estuviésemos llevando a su cumplimiento la doctrina del Vaticano II sobre el laicado.

–El Opus Dei se anticipó casi 40 años al Concilio Vaticano II llamando a todos los laicos a la santidad, el apostolado y la plenitud de la vida en Cristo. ¿Puede haber en algún sector de la Iglesia intentos reduccionistas de clericalización?

–Una de las cosas por las que doy gracias a Dios es haber podido conocer, convivir y trabajar junto al fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá. Con frecuencia, nos recordaba la fundamental llamada a la santidad (en cuanto llamados por el bautismo a la santidad de vida y a la difusión del Evangelio) de todos los «christifideles», clérigos, laicos y religiosos, cada uno según su propio estado canónico. A los ministros sagrados corresponde esencialmente enseñar la Palabra de Dios y administrar los Sacramentos.

A los laicos corresponde el protagonismo en la evangelización en los asuntos temporales. Por eso consideraba inapropiado, tanto al 'laico clerical', de sacristía, como al 'clérigo político y mundano' (el 'clérigo funcionario') que dice Francisco. Debemos estar atentos para evitar y ayudar a evitar esas deformaciones, que hacen difícil entender y desarrollar todas las valiosas consecuencias pastorales de la eclesiología de comunión del Pueblo de Dios.

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–El sacerdote Ramon Roca Puig, el papirólogo y helenista de Montserrat, sustanciaba el grave problema de la falta de vocaciones así: «La historia es cíclica y las vocaciones al sacerdocio volverán». ¿Qué respuesta da la Iglesia a este grave problema?

–Es verdad que la historia es cíclica y también lo es que podemos influir en ella, ya que no responde a fuerzas ciegas. Actualmente hay países donde florecen las vocaciones, en lugares tan diferentes como Vietnam o Tanzania.

En el llamado 'occidente secularizado' (diría 'neo-pagano') escasean, porque las vocaciones para el sacerdocio requieren un clima social y educativo donde se valore el don de sí, la posibilidad de asumir compromisos de por vida, una visión integrada y madura del afecto y la sexualidad, etc. Paralelamente vemos que ocurre algo parecido con el matrimonio sacramental por la Iglesia que, si no me equivoco, no llega en España al 20% del total de matrimonios celebrados al año.

Esto hace ver que –junto a razones de carácter sociopolítico en el caso del matrimonio–la raíz del compromiso humano es común y que es necesaria la acción de toda la Iglesia, no solo de los obispos y los sacerdotes, sino también de los laicos, y diría que de modo especial de la familia cristiana. En este sentido pueden ayudar mucho a la pastoral ordinaria de la Iglesia –y de hecho ya lo hacen las numerosas instituciones de apostolado laical (asociaciones, movimientos y otras realidades asociativas)–nacidas en torno al Concilio Vaticano II.

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