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El obispo de Alcalá de Henares (Madrid), monseñor Antonio Prieto Lucena

El obispo de Alcalá de Henares (Madrid), monseñor Antonio Prieto LucenaPatricia de la Fuente

Monseñor Antonio Prieto Lucena, obispo de Alcalá de Henares

«Hay mucha desorientación en los fieles, en los sacerdotes y, también, en los obispos»

El obispo de Alcalá de Henares explica que la clave del Año Jubilar 2025 pasa por evitar caer en «una pastoral de eventos» y propone comunidades que vivan «con abundancia el credo, los sacramentos, la oración y la vida moral, que son las cuatro partes del catecismo»

Hace poco más de un año que estrenó su ministerio episcopal en la diócesis de Alcalá de Henares (Madrid). Sin embargo, monseñor Antonio Prieto Lucena (La Rambla, Córdoba, 1973) no es, en absoluto, un novato en el gobierno pastoral y en el impulso a las dinámicas de la evangelización.

Sus años como canónigo, moderador de la Curia y vicario general de Córdoba se suman a su experiencia de 15 como vicerrector y rector del seminario cordobés; o su década en el secretariado diocesano de Doctrina de la Fe. Además, ocupó diferentes cargos muy ligados a la pastoral familiar y al acompañamiento de movimientos de evangelización, como Cursillos de Cristiandad, del que es hoy Consiliario Nacional.

Estudió dos cursos de Medicina y Cirugía antes de dejarlo todo para ser «cura de almas». Después se licenció en Teología del Matrimonio y la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II de la Universidad Lateranense de Roma, y se doctoró en Teología Moral por la de San Dámaso, de Madrid.

Habla con los pies en la tierra, con un entusiasmo nada impostado, y con una cordialidad serena que nace de su vida de oración. Cada jornada se levanta a las seis de la mañana y dedica la primera hora del día a rezar; reconoce confesarse cada 15 días y se distrae con la lectura, pasando tiempo junto a su madre —con la que vive— «y quedando a comer o a cenar con familias de amigos, porque me relaja echarme al suelo a jugar con los niños».

— Dice el Papa que teme que el Año Jubilar de la Esperanza se quede en actividades y turismo religioso. ¿Se puede aprovechar el Jubileo, de verdad, para evangelizar el día a día de la gente corriente?

— El Año Jubilar cada 25 años es siempre una oportunidad de renovación para la Iglesia. Pero el subrayado en la esperanza es muy importante para la evangelización, porque si algo necesita la Iglesia en este momento, es esperanza. La esperanza es la virtud del caminante. Nos pone en marcha, nos abre horizontes, es sinónimo de perseverancia y constancia… Y tras la pandemia, con esa desconfianza con que miramos al futuro por todo lo que está sucediendo, despertar la esperanza es una enorme oportunidad para renovar nuestra vida cristiana y nuestro compromiso misionero.

— Hablar de esperanza puede sonar a palabras bonitas, pero sin impacto real en la vida de las personas…

— La esperanza cristiana no es un mero sentimiento de optimismo, que hoy tienes y mañana desaparece. Es una esperanza que no defrauda, porque no se basa en nuestras fuerzas, sino que basa nuestra confianza en el Señor, que es el Señor de la historia y lleva los designios del mundo. Y si nos acercamos y nos unimos a Él, nuestra esperanza está garantizada. Los seres humanos necesitamos esperanza porque nuestro corazón está hecho para el infinito, por eso siempre esperamos. Pero entra en nosotros la frustración cuando no estamos abiertos a la única esperanza que no defrauda, que es el mismo Cristo.

Conversión y acompañamiento

— Entonces, para concretarlo: ¿se puede lograr que las iniciativas del Jubileo lleguen, de verdad, al día a día de la gente?

— El Papa dice una cosa que me ha hecho pensar mucho, que es cómo podemos pasar de una pastoral de eventos a una pastoral de procesos. Nosotros no podemos quedarnos en una pastoral de eventos, que son como fuegos artificiales, pero que al final quedan en nada. Debemos preparar los eventos para que den inicio a procesos de conversión. Los actos son la parte más capilar, pero llevar la evangelización hasta el último de los fieles es el gran desafío. Lo más importante es que, tras el Jubileo, iniciemos procesos de conversión y acompañamiento en las parroquias, en las comunidades, en las diócesis… Tenemos que salir del mantenimiento y ponernos en estado de misión. No podemos quedarnos recluidos en los cuarteles de invierno, tenemos que salir al encuentro de las personas, con paciencia y con la gracia de Dios. Y eso no se hace en dos días.

— Hoy hay realidades eclesiales que son más pujantes que otras. Todas tienen rasgos diferentes, pero también notas comunes. ¿Cuáles son las claves principales para pasar de ese mantenimiento a la auténtica evangelización?

— Un punto es la acogida. Algo que caracteriza a los métodos de nueva evangelización o de primer anuncio es que se acoge a las personas de manera amable. Creo que esto lo hemos perdido, y hoy las personas necesitan que, cuando lleguen a un sitio, alguien les estreche la mano, les invite a un café, les pregunten cómo están. Tienes que encontrar a gente que se alegra de que tú vengas, que no te eche la bronca, que se interesa por ti. Porque no hay evangelización si no se quiere a las personas. Lo repito mucho: lo más importante para evangelizar es querer a la persona. Hay que interesarse por el otro, quererlo, conocerlo, y desde ahí, llevarle al Señor, llevarle a Jesús. Otro punto fundamental es la propia vida interior. La Nueva Evangelización necesita nuevos evangelizadores; si no, se reduce a métodos vacíos de contenido. Pero si los católicos tienen un vínculo personal con Jesucristo muy fuerte, tendremos nueva evangelización porque tendremos nuevos evangelizadores. Necesitamos personas de oración, con una honda vida espiritual, para que su apostolado sea una sobreabundancia de la riqueza interior que viven.

— ¿Y algo más?

— Otro punto importante es la comunión, que es algo que la gente detecta. Ver un grupo unido, que se ayuda, que camina unido y junto al resto de la Iglesia, sin divisiones ni bandos, atrae mucho. Y, por último, me parece fundamental la alegría, el entusiasmo, que viene por pertenecer a Jesucristo y ser parte de la Iglesia.

Pocas vocaciones

— Una de las grandes dificultades de la Iglesia es la falta de vocaciones. ¿Dios sigue llamando? ¿Por qué no tenemos curas?

— El Señor sigue llamando, así que la crisis no es de llamada, es de respuesta. E influyen muchos motivos. Por una parte, el descenso de la natalidad es un dato objetivo que hay que tener en cuenta. Pero también es verdad que hay vocaciones donde hay riqueza de vida cristiana y hay fruto. Cada vocación tiene un punto de milagro, de don sobrenatural del Señor. Pero tú tienes que generar el ambiente donde se vive bien la vida cristiana en todas sus dimensiones. Donde se vive con abundancia el credo, los sacramentos, la oración y la vida moral, que son las cuatro partes del Catecismo, surgen las vocaciones. Lo estamos viendo en grupos, lugares, diócesis y congregaciones que tienen vocaciones, mientras que otras, no tanto. Así que tenemos que trabajar mucho para fomentar que la vida cristiana sea vigorosa y fuerte. Entonces vendrán los frutos, con la gracia de Dios.

— Aunque el Papa prefiere una «Iglesia accidentada por salir, que enferma por no moverse», vemos que algunas de esas realidades más florecientes son intervenidas o reciben sanciones. Por ejemplo, en Toulon (Francia), el obispo Dominique Rey ha sido destituido con 72 años, y las ordenaciones paralizadas, a pesar de ser una de las diócesis más evangelizadoras de Europa. ¿Genera esto inquietud entre los obispos?

— En estos casos, me acuerdo de san Gregorio Magno cuando decía que el gobierno pastoral es el arte de las artes, lo más difícil que hay. Porque un pastor, desde el Santo Padre hasta un obispo, tiene que conjugar los elementos carismáticos que van surgiendo —porque nadie puede poner puertas al Espíritu—, con el ministerio eclesial que discierne el carisma. En ese discernimiento de carismas que surgen, y que son una riqueza para la Iglesia, hay que tener una apertura enorme y no tener prejuicios, pero también ser prudentes. Hoy asistimos a un momento en que el Espíritu Santo está suscitando muchos carismas y muchas cosas nuevas, y el ministerio pastoral tiene que saber armonizar, alentar y corregir cuando toca. Y a veces vemos este tipo de noticias, que nos extrañan o nos preocupan, pero que pueden interpretarse por ese equilibrio entre alentar y discernir.

— ¿Es decir, que ante las intervenciones de nuevas realidades hay un recelo, o un exceso de celo, o una desatención previa en los discernimientos?

— En efecto, podrían darse esos extremos, que son siempre negativos: hacer un discernimiento tan férreo que apague el carisma, o también un descuido de un carisma que no esté bien orientado y haga daño a las almas. Por otra parte, hay que asumir que a veces el pastor se equivoca. Lo hace si apaga un carisma con un híper control, o si no lo examina bien para saber de dónde viene y hacia dónde se conduce. Porque también hemos visto carismas que han perdido el rumbo y han desorientado a muchos fieles. Para evitar esos extremos, tenemos que pedirle al Señor mucha sabiduría.

«Mucha confusión»

— En los últimos tiempos hemos visto acciones y documentos que han sembrado confusión entre los fieles: el Sínodo alemán, declaraciones y documentos en torno a la comunión de los divorciados vueltos a casar, la bendición de parejas del mismo sexo, el diaconado femenino, el celibato... ¿Hay un sector, dentro de la Iglesia, que intenta cambiar, no solo la moral sexual, sino la propia doctrina católica?

— Estamos en un momento de mucha confusión. Y creo que esto es algo que a todos nos preocupa, porque genera mucha desorientación en los fieles y en los pastores. También en los obispos.

— ¿Por qué?

— Porque cuando hay tantas voces y tanto ruido, no es fácil encontrar el norte y el camino. A mí me ayuda mucho lo que decía Benedicto XVI sobre la hermenéutica de la continuidad, que es una señal del buen Espíritu. En cambio, la hermenéutica de la ruptura, la idea de que hay que romper con todo lo anterior y recomenzar de cero, forma parte de lo que el Papa Francisco ha definido como un proceso de deconstrucción de la Iglesia. La hermenéutica de la continuidad significa que todo lo nuevo que aparece en el Magisterio, nosotros hemos de saber conectarlo con lo recibido hasta ahora. La realidad social y humana cambia, y el Magisterio evoluciona y se adapta a los diferentes problemas, pero la doctrina no cambia. Y si nos esforzamos en esta hermenéutica de la continuidad, evitamos la desorientación y la perdida en el rumbo, y tendremos el ancla puesta en lo que nos sostiene: el Magisterio del Santo Padre, el Magisterio de la Iglesia.

Proteger a la familia

— La familia es clave en la transmisión de la fe. Pero hoy, en España, la situación de la familia es cada vez más compleja…

— Llevamos décadas en que la familia está sufriendo un proceso de disolución. Por la influencia de la cultura dominante y de las ideologías del poder, y también por la misma dinámica social, que no ayuda. La incertidumbre por el futuro, la inestabilidad en el trabajo, los sueldos insuficientes para que una familia pueda subsistir y piense en tener hijos, el problema de la vivienda, la falta de tutela social y política… Nada de esto hace que se proteja a la familia como la célula fundamental de la de la sociedad, y de la Iglesia. Ante esto, tenemos que anunciar el Evangelio de la familia, del que hablaba Juan Pablo II, porque a pesar de todas estas dificultades ambientales, culturales y sociales, la familia tiene una fuerza interior, que es la fuerza del amor como participación del amor de la Trinidad. Nuestra tarea como Iglesia es sostener y alentar a las familias, para que ese amor se desarrolle y se fortalezca. Porque el amor de un hombre y una mujer que se casan y forman una nueva familia, tiene una fuerza enorme, capaz de vencer una a una a todas las dificultades que se encuentran.

— En España somos líderes en el consumo de ansiolíticos. ¿Ha hecho algo mal la Iglesia para llegar a esta situación, y qué puede hacer ahora?

— La persona empieza a sentir angustia y soledad cuando no encuentra un sentido a su vida. Y creo que quizá en la Iglesia nos centramos en otras cuestiones y nos falta ese anuncio del kerigma, que da sentido a nuestra vida. Porque cuando encontramos el sentido a nuestra vida, podemos estar sufriendo, pero encontramos incluso sentido al sufrimiento y a la muerte. Así que para ayudar a las personas de hoy a salir de esa soledad y de esa angustia vital, hay que ofrecer un sentido a su vida. El psiquiatra Viktor Frankel, en su famoso libro El hombre en busca de sentido, dice que si el hombre no encuentra un sentido para vivir, para amar, para morir, se pone enfermo. Y esto es lo que nos está pasando, que la sociedad se enferma cuando le falta un sentido que llene de contenido su vida. Así que tenemos que volver a presentar el Evangelio y a Jesucristo como aquel que da sentido a nuestra vida y nos permite entender todos los entresijos y complicaciones de nuestra vida contemporánea. Y también separarnos de tantas ideologías, que prometen mucho, pero luego dejan el corazón vacío.

— ¿Cómo quiere terminar esta entrevista?

— Con las cinco palabras que he propuesto a la diócesis de Alcalá de Henares como plan de trabajo: santidad, comunión, misión, acogida y esperanza. Espero que vivamos en santidad, en comunión, con espíritu misionero, que trabajemos mucho la acogida y que sembremos esperanza.

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