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'Helena' del pintor Cima da Conegliano. Galería Nacional de Arte de Washington

Elena de Constantinopla, la primera 'arqueóloga' de la historia que encontró la cruz de Cristo

El 18 de agosto la Iglesia celebra la fiesta de la madre del emperador Constantino, quien acabaría siendo santa y patrona de los matrimonios difíciles

En una modesta posada en Bitinia (al norte de Turquía y junto al Mar Negro), nacía alrededor del año 250 Elena, hija de una familia pagana y de escasos recursos. Desde joven, fue testigo de las crueles persecuciones ordenadas desde Roma: veía a los cristianos ser arrestados, encarcelados y luego sometidos a tormentos inhumanos, como ser quemados vivos o arrojados a las fieras. No lograba comprender por qué sucedía tal barbarie. Conocía personalmente a algunos de ellos, y algunas de las mujeres cristianas que perecieron eran, a su juicio, personas de gran calidad y virtudes humanas.

Elena, según cuenta la tradición, era una joven de gran belleza y, a pesar de sus orígenes humildes, sus atributos y su nobleza de corazón, como la describiría san Ambrosio, atrajeron la atención de Constancio Cloro, un joven militar romano. Se casaron alrededor del año 270 d.C., y de esta unión nació dos años más tarde Constantino, quien más tarde se convertiría en el primer emperador cristiano de Roma.

La vida de Elena cambió drásticamente cuando la tetrarquía romana, un sistema de gobierno instaurado para frenar las constantes usurpaciones, obligó a Constancio a repudiar a Helena para casarse con Flavia Maximiana Teodora, hija del emperador Maximiano. La ambición de Constantino por ser nombrado césar le llevó a abandonar a su mujer, después de 20 años juntos. Elena se convertiría así en patrona de los matrimonios en crisis. Sin embargo, y a pesar del dolor de esta separación, fue el tiempo en el que su fe cristiana comenzó a florecer.

Persecución de los cristianos en el Imperio Romano

Persecución de los cristianos en el Imperio Romano

«Con este signo vencerás»

El destino de Elena volvió a dar un giro radical cuando su hijo Constantino fue proclamado emperador por las tropas de su padre en el año 306 d.C., tras la muerte de Constancio en Britania. La visión que Constantino tuvo antes de la batalla del Puente Milvio en el año 312 d.C., donde vio una cruz cristiana con la inscripción In hoc signo vincesCon este signo vencerás»), fue decisiva no solo para su victoria, sino también para la oficialización del cristianismo en el Imperio Romano. Constantino promulgó en 313 d.C. el Edicto de Milán, garantizando la libertad religiosa en todo el imperio y poniendo fin a siglos de crueles persecuciones contra los cristianos. A partir de ese momento, Elena se convirtió en una figura clave en la corte imperial.

Aunque el emperador retrasó su bautismo hasta su lecho de muerte, mostraba indulgencia hacia la fe cristiana de su madre, quien destacaba por su humildad y generosidad. La influencia de Elena parece evidente en el Edicto y en las posteriores disposiciones que prohibieron el culto a los dioses lares. En reconocimiento a su madre, la nombró augusta, mandó acuñar monedas con su imagen y le brindó apoyo para la construcción de iglesias.

En el año 326, a los sesenta años, Elena sintió un ardiente deseo de encontrar, tocar, venerar y palpar la cruz en la que Jesucristo entregó su vida por todos los hombres y, por ello, organizó un viaje a los Santos Lugares donde comenzó una afanosa búsqueda de la santa Cruz y las reliquias del nazareno.

«El peregrinaje está documentado fehacientemente desde el siglo XV y desde entonces ha sido ininterrumpido», cuenta a EFE el prior del monasterio y guardián de la puerta, José María Lucas, que explica que esos tres golpes tienen un valor simbólico. «Uno no reconoce a la primera que necesita ser perdonado», señala. Cantabria espera que el Año Jubilar Lebaniego, que se celebra cada vez que el 16 de abril, festividad de Santo Toribio, cae en domingo, atraiga a más de dos millones de visitantes, con un amplio programa de actividades que se extenderá hasta abril de 2024. Pero detrás de los grandes conciertos, los desafíos deportivos o los atractivos de la gastronomía, el patrimonio y los paisajes de los 71,7 kilómetros que separan San Vicente de la Barquera, donde comienza el camino, de Santo Toribio, hay una historia que, según la tradición cristiana, se remonta al siglo V, a un Jerusalén acosado por los persas. Santo Toribio, relata el prior, era custodio de las reliquias que se conservaban en el Santo Sepulcro, y ante la difícil situación que vivía Jerusalén, pidió permiso al obispo Juvenal para sacar de tierra santa un trozo del brazo horizontal de la cruz de Cristo. Viajó con ella a Astorga, donde fue obispo y donde falleció, pero la ciudad fue arrasada en 714 por los musulmanes que invadieron la península. «Los cristianos de Astorga quisieron salvar las cosas de valor y entre ellas salvan los restos de Santo Toribio y la reliquia de la cruz», recuerda José María Lucas. UN LUGAR SEGURO Cuando los astorganos llegaron en su huida al monasterio lebaniego, «un lugar bellísimo y de difícil acceso» dedicado entonces a San Martín de Tours, pensaron que era un sitio seguro para enterrar los restos de Toribio y para guardar la reliquia, considerada por la Iglesia como el fragmento más grande que se conserva de la cruz en todo el mundo. La primera noticia sobre el monasterio aparece en un cartulario del año 825, aunque la tradición dice que ya existía en el siglo VI, cuando otro Toribio, un monje de Palencia, se instala en él con unos compañeros. Pero de esa historia no hay nada escrito, apunta el prior. En el archivo de la catedral de Palencia se conservan documentos de peregrinos del siglo XV que hablan de su experiencia en el camino. «El boca a boca, el conocimiento de que aquí hay una reliquia de la cruz hace que se convierta en un lugar de peregrinaje», explica. Hasta Santo Toribio llegan entonces peregrinos que van a Santiago de Compostela por la ruta del norte, se detienen en San Vicente de la Barquera, desde donde siguen el camino hasta Liébana y luego toman la ruta francesa de Santiago. «Hay otros que vienen de Castilla, atravesando los montes y los puertos, otros de Asturias y otros de León», detalla el padre franciscano. Fue en 1512 cuando el Papa Julio II, a petición del abad del monasterio, nombró una comisión con la misión de estudiar si Santo Toribio podía ser declarado lugar de peregrinaje permanente teniendo en cuenta la tradición, la presencia de la reliquia de la cruz y algún día jubilar que parece que se había celebrado anteriormente. Tres años después, en 1515, su sucesor, el Papa León X, accedió a la petición y desde ese momento empezaron a celebrarse años jubilares. El de 2023 será el número 74. Según el prior, ha habido momentos de mayor presencia de peregrinos y otros de menor afluencia, sobre todo, cuando con la desamortización, el monasterio quedó «vacío y abandonado» pero la reliquia, el Lignum Crucis, siguió allí. «Igual entonces la afluencia fue menor pero ha sido continúa desde la Edad Media», asegura. PEREGRINOS DEL SIGLO XXI ¿Y en pleno siglo XXI? El guardián de la puerta del perdón recurre a un proverbio árabe que ha hecho suyo para explicar que ahora hay tres tipos de peregrinos: los que andan el camino con los pies, pensando en el esfuerzo físico y el reto de superarse cada día, los que peregrinan con los ojos, disfrutando de la cultura, el arte y los paisajes, y los que lo hacen con el corazón, con una motivación espiritual. Para ellos, dice, el peregrinaje «es un encuentro consigo mismos, un momento de reconciliación, el cumplimiento de una promesa...» «A nosotros, como comunidad franciscana que estamos en el monasterio, lo que nos toca es ofrecer hospitalidad a los que lo hacen con los pies, con los ojos o con el corazón, ofrecerles un espacio de acogida consigo mismos y con Dios», añade. El prior no cree que vayan a atravesar la Puerta del Perdón los dos millones de visitantes que espera el Gobierno de Cantabria, pero sí un millón, una cifra que ya se alcanzó en el último Año Santo, el de 2017. Y no teme que el Año Jubilar acabe con la tranquilidad de su comunidad, que no se dedica a la vida contemplativa sino a «estar en el mundo, en contacto con la gente». De hecho, es tan activa en su día a día que entre las misiones de los franciscanos de Santo Toribio está ejercer como párrocos de los 22 núcleos rurales que hay en el entorno del monasterio.«Para nosotros es una buena oportunidad de ofrecer lo que somos y los que nos hace vivir», afirma

Trozo de la Cruz de Jesucristo, que se encuentra en el convento de Santo Toribio de Liébana (Cantabria)

Las reliquias de Jesús llegan a Roma

Sin pensarlo dos veces, y con el apoyo de su hijo Constantino, Elena buscaba e indagaba sobre los posibles lugares donde podrían encontrarse las reliquias relacionadas directamente con Jesucristo. Guiada por un hombre llamado Judas, Elena descubrió que las tres cruces, la de Jesús y las de los dos ladrones que crucificaron en el Gólgota, estaban enterradas en un pozo. Al desenterrarlas, llevaron a una mujer agonizante al lugar, la cual, al tocar la cruz de Jesús, fue sanada instantáneamente.

Mandó hacer tres partes de la Cruz. Una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma, donde se conserva y venera en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén, lugar donde también se encuentra la Escalera Santa, donde Jesucristo fue sentenciado a muerte por Poncio Pilato. También encontró los clavos que perforaron las manos y pies de Jesús. Se cuenta que, en un acto de amor maternal, colocó un clavo en el casco y otro en el caballo de Constantino para protegerlo en sus batallas.

Además, halló el Titulus Crucis, la inscripción de la cruz que decía: 'Jesús Nazareno Rey de los Judíos', la Santa Túnica, un fragmento de la cuna de Jesús, y el lugar exacto donde fue enterrado. Allí, su hijo Constantino ordenó construir la iglesia del Santo Sepulcro, un testimonio perdurable del legado de santa Elena.

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