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Francisco en una fotografía junto a su familia, en el centro del sofá, su abuela Rosa

Francisco en una fotografía junto a su familia, en el centro del sofá, su abuela Rosa

La curiosa anécdota de la abuela del Papa que Francisco desvela en su última encíclica

El estilo del Pontífice, que combina humor con refranes populares, se enriquece frecuentemente con los recuerdos de su abuela Rosa, a quien cita como un ejemplo de vida simple y valores perdurables

Si por algo destaca el lenguaje de Francisco es por su cercanía, sencillez y la abundancia de metáforas, ejemplos e historias con las que intenta relatar y explicar conceptos difíciles. Frases como «confiad en la memoria de Dios: su memoria no es un disco duro que salva y archiva todos nuestros datos, sino un corazón lleno de tierna compasión, uno que encuentra alegría en borrar de nosotros todo rastro de maldad», pronunciada durante la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, son solo uno de los muchos ejemplos de cómo transmite las verdades de la fe de manera accesible, haciendo que temas complicados resuenen en el corazón de quienes lo escuchan.

Su estilo, que mezcla humor con refranes populares, a menudo se enriquece con recuerdos de su abuela Rosa, a quien menciona con frecuencia como ejemplo de vida sencilla y valores duraderos. Ella fue «la que me enseñó a rezar», ha dicho en varias ocasiones, y a través de historias de santos y advertencias sobre la importancia de la honestidad, fue quien le inculcó la fe. Con anécdotas de su infancia, en las que su abuela le advertía sobre los peligros de la mentira o lo alentaba a asumir las consecuencias de sus actos, el Papa subraya la importancia de la autenticidad y de reconocer la verdad de los hechos sin adornos.

En el transcurso de su pontificado, Francisco ha contado con humor y ternura estos episodios. En Dilexit Nos, su cuarta encíclica publicada este jueves, retoma esas vivencias para resaltar la importancia de los momentos simples y cotidianos que dan forma a la vida, advirtiendo sobre los riesgos de perder de vista lo esencial y recordando que los pequeños detalles, como hacer galletas y empanadas, pueden enseñar sobre la autenticidad y las relaciones humanas.

Número 7, 'Dilexit nos'

«Como metáfora, me permito recordar algo que ya narré en otra oportunidad: Para carnaval, cuando éramos niños, la abuela nos hacía galletas, y era una masa muy liviana, liviana, era liviana esa masa que hacía. Luego la ponía en el aceite y la masa se inflaba, se inflaba, y cuando la comíamos estaba hueca. Esas galletas en el dialecto se llamaban 'mentiras'. Y era precisamente la abuela quien nos explicaba la razón de ello: 'estas galletas son como las mentiras, parecen grandes, pero no tienen nada dentro, no hay nada verdadero allí; no hay nada de sustancia'»

La anécdota de la abuela de Francisco sobre las galletas y las mentiras transmite una lección clara: pueden parecer atractivas y llenas, pero en realidad carecen de valor. A través de este ejemplo cotidiano, la abuela enseñaba que las mentiras, al igual que muchas cosas pueden parecer importantes o convincentes, si carecen de verdad o sustancia, al final no son más que aire. Francisco señala que «esa es la base de cualquier proyecto sólido para nuestra vida, ya que nada que valga la pena se construye sin el corazón. La apariencia y la mentira solo ofrecen vacío». El Papa continuó su encíclica con otro ejemplo culinario que refuerza esta idea.

Número 7, 'Dilexit nos'

«Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. Pienso en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadillas caseras que hacemos con nuestras madres o abuelas. Es ese momento de aprendiz de cocinero, a medio camino entre el juego y la adultez, donde se asume la responsabilidad del trabajo para ayudar al otro.

Al igual que el tenedor podría nombrar miles de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja de zapatos, secar una flor entre las páginas de un libro, cuidar un pajarillo que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita. Todos esos pequeños detalles, lo ordinario-extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de zapatos, el libro, el pajarillo, la flor... se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón».

En un mundo cada vez más dominado por algoritmos y sistemas digitales, persiste una dimensión humana irreductible: los momentos sencillos marcan la vida de las personas. Estas experiencias cotidianas, aunque a menudo se consideran insignificantes, contribuyen a forjar el carácter y el sentido de pertenencia, sustentando una cultura basada en la transmisión de valores a través de gestos concretos. El Papa Francisco destaca que esta autenticidad humana, una mezcla de recuerdos, aprendizajes y vínculos, está fuera del alcance de cualquier sistema. Representa una base irremplazable en la vida real, que ni la tecnología ni la virtualidad pueden reemplazar.

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