Francia, estado totalitario
España está demasiado cerca de nuestro país vecino en todos los sentidos y, sin duda, nuestro Gobierno y los partidos que lo sustentan tienen estas mismas tesis ideológicas
Mons. Michel Aupetit, arzobispo emérito de París, acaba de sentenciar ante la inclusión del aborto como un derecho constitucional: «Francia ha tocado fondo. Se ha convertido en un Estado totalitario».
Podría parecer una exageración, pero se trata de una advertencia de un peligro real. Que el aborto sea reconocido como un derecho constitucional y que los médicos no puedan ejercer la objeción de conciencia negándose a practicarlo, nos coloca ante una situación que con razón el arzobispo emérito de París ha podido calificar como totalitarismo.
En realidad, este paso dado por Francia está auspiciado anteriormente por la ONU.
Para conmemorar el Día Internacional de la Niña, el Comité para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, hizo pública una declaración en la que afirmaba que «el acceso… al aborto seguro y de calidad es un derecho humano en virtud del derecho internacional, y especialmente crucial para las niñas». Desde este organismo de la ONU se planteó que, a menos que las jóvenes tengan acceso al aborto, no podrán llevar una vida plena ni alcanzar todo su potencial y que, a menos que se garantice el acceso generalizado al aborto, el debate sobre cualquier otro derecho puede carecer de valor.
En su cruzada para extender el aborto a todos los ámbitos, la Relatora Especial de la ONU para la Libertad de Expresión, Irene Kahn, había publicado un informe en el que recomendaba a los gobiernos y a las empresas de redes sociales que silencien a quienes expresan opiniones tradicionales sobre el matrimonio, el aborto, la sexualidad y la identidad de género. ¡Silenciar a los que estén en contra del aborto para defender la libertad de expresión! Curiosa paradoja.
La deriva que desde hace años tiene la ONU y a la que se suman distintas instituciones internacionales es muy preocupante. Francia ha dado un paso más en esta misma dirección con el reconocimiento del aborto como derecho constitucional.
¿Nos damos cuenta de la implicación de todo esto?
Es desconcertante y clarificador ver cómo la ONU está embarcada en este tipo de agenda, y nos hace ver claramente el potencial de quienes están promoviendo esta visión del mundo y de la sociedad marcadamente alejada del orden natural. Una agenda que quieren imponer en todo el mundo como una nueva colonización ideológica, como denuncia el papa Francisco. El aborto es, para ellos, la piedra angular, irrenunciable en su proyecto. A no ser que la vida sea también un principio irrenunciable para nosotros, la ONU y los poderosos de este mundo irán avanzando e imponiendo con toda su fuerza, también la de la ley, su proyecto totalitario, tal como ha señalado el arzobispo emérito de París.
Es urgente tomar conciencia del enorme reto que tenemos. La ONU y quienes promueven este tipo de ideología avanzan sin torcer su rumbo. Llegará el momento del golpe final en el que la persecución a quienes defendamos la vida será ya directa y al amparo de la legalidad. No falta mucho para ello. Francia está a punto de comenzar esta persecución. Aprobar el aborto como derecho constitucional nos coloca ante la marginación social de todo aquel que no pueda en conciencia aceptarlo.
Sencillamente, no puede uno ser pensar que hay una vida humana nueva en el seno de la mujer embarazada y ejercer la medicina en este campo concreto. Pero tampoco podrá defender públicamente como periodista o como profesor que el aborto es contrario a la ley natural, porque se le podrá acusar de estar promoviendo un mensaje que es contrario a los derechos humanos. Llegará el momento –y no está ya lejos– en el que compatriotas nuestros, solo por el hecho de ser coherentes con su conciencia y su fe, se vean avocados a sanciones de todo tipo.
Lo peligroso del totalitarismo es que no se nota que se está implantando. Aparentemente todo sigue igual. Pero la realidad es que, bajo esa aparente normalidad, avanza inexorablemente lo que Benedicto XVI denominó premonitoriamente como ‘la dictadura del relativismo’. Y así, podemos vivir en una democracia formal, pero en ningún caso real. Especialmente si ha cruzado la barrera de negar la libertad de conciencia.
El aborto es un dogma, la piedra angular de esa nueva religión que forma el conglomerado ideológico actual (aborto, ideología de género, animalismo, etc.) Quienes viven de esas creencias encuentran en ellas el sentido de su vida. No son simples ideas discutibles en el campo de la política en el que cada uno aporta su racionalidad para iluminar y descubrir la verdad y la mejor forma de gestionar y resolver los problemas. Sencillamente, son principios indiscutibles para quienes profesan esa creencia y, como tales, se deben imponer a los demás. No hay posible discusión ni debate. Esa es la razón última de su inclusión como derecho constitucional en Francia.
Lejos queda el planteamiento de que lo que un pueblo vote, lo que todos los partidos políticos apoyen, lo que la mayoría imponga, no son ninguna garantía de que esas leyes sean un bien moral. Es más, puede ocurrir que sean un mal gravísimo. Deberíamos haber aprendido esta lección recordando cómo fue el inicio de otros totalitarismos a lo largo de la historia.
Francia ha iniciado un camino que otros querrán emular. España está demasiado cerca de nuestro país vecino en todos los sentidos y, sin duda, nuestro Gobierno y los partidos que lo sustentan tienen estas mismas tesis ideológicas. Quizás piensen que les vendría bien esta polémica para desviar la atención de otros frentes informativos, para poner a la oposición en la tesitura de posicionarse (¿harían algo distinto a lo que ha hecho el partido de Marine Le Pen?) o, sencillamente, para seguir avanzando en su agenda ideológica. Pero en cualquier caso la amenaza es demasiado real como para mirar a otra parte.
El totalitarismo, sin duda, ha dado un paso decisivo en Francia. Y avanza inexorable. ¿No nos damos cuenta?