
Paula Fraga
Entrevista a Paula Fraga, abogada penalista
«El movimiento transgénero es una de las vías para acabar con el feminismo»
Hay un «repunte de chavales que son más de derechas que el grifo de agua fría, porque, cuando estás diciéndoles que todos son violadores en potencia, es normal que se genere esa reacción», señala
En una época que presume de «comités de expertos» —sanedrines vacíos, diría Jorge Freire—, uno se pregunta: ¿a qué expertos llamaron Irene Montero y sus amigas para redactar la 'ley del sólo sí es sí'? Según Paula Fraga, abogada penalista, no se contó con «personas que sepan lo que es un juzgado de violencia sobre la mujer, que sepan qué es un juzgado de lo penal». Fraga comenta, además, que la nueva ley orgánica que transforma la estructura judicial unifica todo lo relativo a agresiones sexuales y delitos contra la mujer en juzgados «donde sólo estaba la violencia de género». «Les parecerá precioso», dice, «pero eso, si no viene acompañado de abrir quinientos juzgados más, lo único que va a provocar es un mayor colapso». «No han pisado juzgado en su vida, son cuatro burócratas mal informados», agrega. Con ella, que se identifica de izquierdas, hablamos de violencia sexual, de feminismo, de denuncias, de género.
— 'Sólo sí es sí'. «Ahora el consentimiento sí está en el centro». ¿Esto es cierto?
— El 'sólo sí es sí' es puro eslogan que trataron de trasladar al Código Penal. Desde varias asociaciones de juristas y feministas advertimos de que estaban bajando los límites mínimos a las penas y que eso iba a comportar excarcelaciones y rebajas de condenas a violadores, a pederastas. Y su respuesta fue: «Esos son bulos machistas». Nos llaman machistas a abogadas que trabajamos en temas de violencia sexual, protegiendo a la víctima, y que sabemos de lo que hablamos. Igual sucedió con la «ley trans»; dijeron que nuestras críticas eran «bulos transfóbicos». Además, es totalmente falso que ellas, desde el Ministerio de Igualdad, hayan puesto el consentimiento en el centro, porque en lo referente a delitos contra la libertad sexual, nuestro Código Penal de 1995, e incluso códigos penales anteriores, ya estaba fundamentado en el consentimiento.
— ¿Qué más puede decirse de esta ley?— Hay algunas cuestiones positivas en esa ley; por ejemplo, se cataloga como agresión sexual cuando la mujer se encuentra privada de sentido al estar bajo los efectos de algún tóxico, y a eso antes se lo llamaba abuso. Está bien que se lo llame agresión sexual. Pero, al realizar un lisado terminológico llamando a todo agresión sexual, eso implica un muy mal entendimiento social y un tratamiento mediático bastante nefasto de la violencia sexual. Lo hemos visto ahora con el caso Rubiales. Le están llamando agresión sexual a un beso no consentido, a un tocamiento indebido, y a mí me parece un exceso absoluto. Porque estás metiendo en el mismo tipo delictivo un beso no consentido y una violación grupal. Relativiza los casos más graves y exacerba los casos más leves.
— Según el discurso de quienes defienden esa ley, el verdadero culpable no es el violador que está en la cárcel, sino la sociedad patriarcal y machista. ¿Cierto?
— Ese discurso es bastante nefasto. «Me ha comido el personaje», decía Errejón. A mí lo que me come es la paciencia de escuchar eso. Sobre todo, cuando trabajo con estas realidades, y sé lo dolorosas que son. Obviamente, existen patrones culturales. Por ejemplo, hay un factor de dominación y de sumisión sobre la mujer en los delitos sexuales. Tenemos casos de violadores castrados químicamente que siguen violando mediante objetos porque persiste ese patrón de sumisión, de subordinación. Pero estos son delitos multicausales donde hay que analizar absolutamente todo. Yo, como feminista, cuando trato de analizar el incremento de la violencia sexual en España, una de las cosas que analizo, por ejemplo, es cómo puede ir asociada a la inmigración masiva de contexto musulmán. Y se me tira encima todo el 'progrerío' y cierto feminismo desnortado, cuando lo único que trato de hacer es analizar debidamente el porqué del incremento de la violencia sexual. La pornografía también es un factor; esa sexualización absolutamente cosificada, mercantilizada, que enseña patrones de dominación brutales. Hay que analizar todo lo que lleva a un incremento de violencia sexual.

— Ahora hay un incremento de denuncias por violencia sexual. ¿Supone un exceso, o ayuda a la concienciación?
— Está bien que se hable política y culturalmente de la violencia sexual. Lo que pasa es que estamos en las peores manos. Tenemos un feminismo institucional totalmente desnortado. Si quieren hacer una ley, como la del «sólo sí es sí», que nos pregunten a las abogadas penalistas, que estamos trabajando en violencia sexual. El problema es que hacen campañas absolutamente ridículas que tratan de señalar y difamar a media población. Así, tenemos el repunte de chavales jóvenes que son más de derechas que el grifo de agua fría. Porque, cuando estás diciéndoles a los chavales que todos son violadores en potencia, que se deconstruyan y se pinten las uñas, es normal que se genere esa reacción. Y luego hay algo muy peligroso, que se hace también desde el feminismo institucional, que es la denuncia pública anónima. No se está respetando la presunción de inocencia. En una sociedad sana, no podemos ponernos a señalar mediante denuncias públicas anónimas. Que, además, pueden ser utilizadas con motivaciones espurias contra gente que, simplemente, te cae fatal. Ojo, que a mí me caen fatal Monedero y Errejón; me parecen lo peor que le ha pasado a la izquierda y al feminismo. Por supuesto que ayuda el «no estás sola», pero hay que ayudar a las víctimas a denunciar donde tienen que denunciar. Y con buenas profesionales a tu lado, una buena asistencia psicológica, una buena abogada penalista, un entorno cercano, unas amistades, una familia que te recoja en estos procesos, no irte a redes sociales a la cuenta de Cristina Fallarás.
— ¿Es lo mismo denunciante que víctima?
— Quien denuncia es víctima, cuando se prueban los hechos. Pero esa es la cuestión jurídica. Yo, como abogada, he visto muchos archivos [de causa o denuncia] donde sí se había agredido a una mujer, pero no se pudo probar la denuncia. Un archivo no implica denuncia falsa, porque se respeta la presunción de inocencia. Si no hay pruebas suficientes, no hay condena. Y hay muchas mujeres víctimas que ni siquiera denuncian. Pero yo prefiero hablar de «supervivientes» antes que de víctimas, porque creo que es un discurso mucho más reparador. Hay momentos de tu vida que puedes ser víctima, pero no te quedes ahí psicológicamente. Lo que les puedo decir a las víctimas es que transiten su dolor, que jurídica y moralmente son víctimas, pero que no se encierren ahí, que no permitan que eso las hunda y no las deje seguir viviendo. Es complicado, porque hay violaciones atroces, pero conozco a mujeres que incluso en casos de violaciones horripilantes, con mucha ayuda, con mucho entorno seguro y con mucho tratamiento médico psicológico, han salido para adelante. Claro que se puede hacer.
— En los últimos tiempos, como se ha visto con la dinámica 'trans', ¿se ha ampliado la definición de mujer?
— El movimiento transgénero ha venido para acabar de dinamitar a las izquierdas. Es una de las vías para acabar con el movimiento feminista y destrozarlo. Hay que ser hipercrítica con el movimiento trans, y con las leyes de las Comunidades Autónomas y ahora la ley trans estatal, que es absolutamente aberrante. Han eliminado todas las garantías que había en procesos de cambio de sexo registral. Antes, necesitabas un certificado médico de disforia de género y un tratamiento hormonal durante dos años como prueba de que tenías esa disforia de género, que es una psicopatología. Y no hay que tener miedo a decirlo, porque no estamos ni criminalizando ni patologizando. Lo que estamos diciendo es que personas que tienen esa inconformidad con su propio cuerpo tienen que ser tratadas debidamente. Y ahora lo único que se requiere para «cambiar el sexo» –porque el sexo no se puede cambiar– es decir ante el registro civil que te sientes mujer. Mera declaración de voluntad, mera palabra. Lo dices y a los tres meses lo ratificas. Varias organizaciones de juristas advertimos acerca de esta ley. Dijimos que había que evitar que hombres que estén siendo juzgados por violencia de género, o que hayan sido condenados por cualquier tipo de delito sexual, que no puedan hacer ese cambio registral. Prohibición absoluta. No pusieron ni siquiera eso. Y está sucediendo que hay hombres condenados que están cumpliendo penas en cárceles de mujeres.
— ¿Qué es una mujer?
— Está clarísimo. Ser mujer es nacer con sexo femenino. Hembra adulta de la especie humana. Nada más. XX. Todo lo demás son relatos fantasiosos, estereotipos sexistas, pintarse las uñas. Por eso, las infancias «trans no existen».