Cine
Balance final del Festival de Cannes
Las películas han confrontado el presente y el pasado, sobre todo autobiográfico, no para criticarlo o denunciarlo, sino simplemente para evocarlo
La buena noticia del 75 Festival de Cannes, que se concluye hoy con la entrega de premios, es que marca el inicio de la normalidad festivalera después de dos años de encierro y convivencia con el Covid-19.
La menos buena es que, en estos diez días de proyecciones a toda hora, no ha habido un film que marcará e identificará esta edición del 75 aniversario como lo hicieron en su momento Apocalypse Now o Gritos y susurros.
Ha habido, por supuesto, grandes obras, que seguramente figurarán en los premios finales, aunque los jurados tienen razones que la razón no comprende. También, medianas y hasta indiferentes, pero ninguna tan mala como para causar un escándalo que haga memorable la edición de este año.
El pulso a la producción mundial que suele medir Cannes, en su condición de festival mayor junto con Venecia, ha dado resultado positivo después de dos años de pandemia con films que, muy rara vez, se han referido al pasado próximo.
Veintidós películas, llegadas de todos los rincones del mundo, menos de América Latina, ausente de la competición, pero fuerte en las secciones paralelas, conformaron el programa del concurso oficial, donde convivieron directores «abonados», ya presentes en otras ediciones como David Cronenberg o los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, y debutantes como Kelly Reinhardt, con casi igual proporción de veteranos y novatos.
Lo que no se logra equiparar, por la imposibilidad de la tarea, es la presencia de directores y directoras, cinco sobre 23 –Charlotte van der Meersch firmó Le otto montagne con su marido–, aunque en las secciones paralelas se ha logrado mejorar un poco la situación.
La casi totalidad de los directores, con films pensados antes de la pandemia y realizados durante la misma, prefirieron olvidar lo que estaba pasando y fueron raras las mascarillas: únicas excepciones Ruben Ostlund con Triangle of Sadness y Claire Dennis con Stars at Noon, pero estas eran ocasionales, casi folklóricas, y no tenían nada que ver con la acción.
En general, las películas confrontaron el presente y el próximo pasado, sobre todo autobiográfico, no para criticarlo o denunciarlo, sino simplemente para evocarlo.
Lo mejor del programa en concurso lo dieron Laila y sus hermanos, del iraní Saeed Roustayii con el drama de un país que se hunde sin remedio; Close, del belga Lukas Dhont y su emotivo canto a una amistad destruida por las convenciones sociales; R.M.N., del rumano Christian Mungiu y su amargo retrato de una sociedad en crisis que descubre el lado peor de su carácter; Les amandiers, de la franco-italiana Valeria Bruni Tedeschi y su evocación de una juventud llena de esperanzas; Tori et Lokita, de los hermanos belgas Jean Pierre y Luc Dardenne y su enésimo llamado a la compasión de los países ricos hacia pueblos más desfavorecidos, y La esposa de Tchaikovsky, del ruso Kiril Serebrennikov, con su suntuoso recuerdo de la olvidada Sra. Tchaikovsky.