Crítica de cine
'The Killer', la exquisitez clásica y moderna del asesino estoico que escucha a Los Smiths
El personaje interpretado por Michael Fassbender, dirigido impecablemente por David Fincher, rescata el cine al que toma de la mano Netflix
El cine hace posible que los delincuentes le resulten más que simpáticos al espectador. Ha sucedido muchas veces, siempre y cuando se sigan haciendo películas como The Killer. Con El Padrino una familia de la mafia fue nuestra familia. Con Uno de los nuestros uno quería ser como aquel chico que luego fue Ray Liotta y que fue gángster vocacional.
En Érase una vez en América de Sergio Leone uno se enamoraba de la niña Jennifer Connelly, mientras soñaba ser un pobre raterillo (y algo más) de la Nueva York de principios del XX. La pantalla deslumbrante (incluso en tu casa en Netflix) hace ese efecto mágico de querer ser lo que en realidad nunca querrías ser.
Lo dicen en Babylon, esa obra maestra casi descatalogada desde el principio por excesiva: el cine te da la oportunidad de salir de tu vida y vivir incluso la vida que no te gustaría vivir. Pero te gusta, en parte (o en todo) porque no la vives. Es leer una novela ya hecha imagen, ya casi tridimensional, pero sin serlo. La dimensión donde ya se confunden peligrosamente la realidad y la ficción.
Una obra silenciosa
Si avanzamos un poco más (mucho) en el tiempo, encontramos El Americano de Anton Corbijn, con George Clooney a la producción y en el protagonismo. Una obra silenciosa como The Killer, más silenciosa que The Killer, donde uno sufre por la humanización progresiva y fatal del criminal a sueldo como de un cuento de Carver. En el fondo se quiere que la implacabilidad del asesino no se quiebre nunca porque es el héroe especial de la historia.
La humanización del asesino es el quid de El Americano y de The Killer, una película tan perfecta (con sonoras reminiscencias a los The Killers míticos de Hemingway) que inmediatamente dan ganas de volver a ver en cuanto termina. Una película tan clásica como para ser de sesión continua. Es el mismo David Fincher de Seven, pero desprovisto de todo efecto «innecesario». No hay ninguna concesión en el estoicismo del personaje y de la filmación, salvo desde la inesperada tensión inicial que se mantiene durante todo el agradecido metraje de dos horas, minimalista y sin embargo rico, lineal, pero montañoso, silencioso, aunque ruidoso.
«Estoicismo asesino»
The Killer es una joya del cine moderno (incluso el director ha defendido Netflix refiriéndose a los cines como «lugares malolientes») porque lo tiene todo del cine antiguo. Filme de culto antes de estrenarse por el tono de su presentación, el casi blanco y negro, una suerte de elegancia, con la reaparición estelar de Michael Fassbender después de más de un lustro alejado de un cine al que ha vuelto como un Marco Aurelio dictándose y dictándonos sus Meditaciones sin cesar.
Todo transcurre en las sombras de un viaje en el que un hombre que es un asesino trata íntimamente de no descomponerse ante nuestros ojos y oídos, mientras suenan sin cesar Los Smiths en nuestra cabeza, que es la del protagonista. Unos Smiths que abundan en la oscuridad terrible del hombre que se repite constantemente en el ejercicio de su profesión que la empatía es debilidad, por ejemplo, entre todo un decálogo de estoicismo asesino donde termina encendiéndose la luz con la mejor canción de Los Smiths resonando alegre en tus recuerdos.