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Adolescencia (Netflix)

Adolescencia, la miniserie de moda de cuatro episodiosNetflix

'Adolescencia', la serie: nos puede pasar a nosotros

La serie de moda es un ejemplo claro de los errores que hemos cometido como sociedad

Esto no es una crítica de televisión, pero, si no la han visto todavía, aprovecho para recomendársela fervientemente. Esto es una reflexión basada en años de investigación en la Universidad CEU San Pablo que, a través del grupo ThinkOnMedia, trabaja en las funestas consecuencias de las redes sociales y del entorno multipantalla para nuestros niños y adolescentes y, por supuesto, en dar las soluciones para evitar esos riesgos.

Y Adolescencia, la serie de moda por antonomasia, es un ejemplo clarísimo de los errores que hemos cometido como sociedad. Y los que tenemos que revisar como padres, abuelos, profesores, adultos de referencia de una generación que está sola ante el peligro digital.

La pregunta del millón: ¿nos puede pasar a nosotros? La respuesta es durísima: sí, a cualquiera de nosotros. A cualquiera, porque todos distamos mucho de ser familias perfectas. Hacemos lo que podemos, y en materia de tecnología, estamos educando a medida que nosotros mismos aprendemos, sin ideas demasiado claras y sin una bola de cristal para predecir el futuro. Cuando un día llegaron las pantallas a nuestras casas, vendidas con el precioso lazo de la solución tecnológica a todos nuestros problemas, no fuimos capaces de calibrar sus consecuencias. Es la droga que no vimos venir.

Y aquí está la razón por la que Adolescencia nos puede pasar a cualquiera: hemos dejado a nuestros hijos huérfanos digitales. Han tenido padres que les han indicado cómo moverse en el mundo real, pero no en ese paralelo que está en sus pantallas. Escena habitual: un parque, cualquier tarde. Un niño le quita el cubo a otro y, el agredido, en respuesta, le mete un palazo al primero en toda la cabeza. Los padres, los abuelos o quien esté por allí, se acercan corriendo a reprenderlos. Los niños no entienden bien, lloran y se enrabietan, porque los dos quieren el cubo, la pala y que los dejen en paz, pero han aprendido que no se pega. Fin. Esa es la «paternidad analógica».

Pero ahora llega la «orfandad digital». Esos padres o abuelos no estábamos allí en ese grupo de WhatsApp que parecía tan inofensivo porque servía para compartir los deberes del cole. No estábamos allí cada tarde que pasaron horas jugando en línea con desconocidos. No estábamos allí para leer, y además interpretar, cientos de mensajes en sus redes sociales en un lenguaje críptico y lleno de emoticonos que, para nosotros, son casi como jeroglíficos. No estábamos allí cuando sus cerebros en formación se quedaron atrapados en la enorme presión del grupo propia de esta etapa vital. Ni estábamos ni supimos estar. Dos escenas de la serie con las que no hago spoiler: cuando los padres recuerdan que el niño se encerraba en su cuarto hasta la madrugada y nunca entraron y, cuando, en la visita al colegio, el inspector mantiene por primera vez una conversación con su hijo sobre lo que pasa en esas redes en las que los adultos no estamos.

¿Y qué pasa allí, en ese inocente YouTube de los dibujos animados, en el TikTok de los bailecitos, en el Insta del postureo? Pasa todo esto:

-Encuentran su grupo y es más fácil que en el mundo real. Todos los adolescentes buscan de manera natural su grupo de iguales. Pero los de carne y hueso requieren de muchas destrezas y habilidades para gestionar correctamente los tiras y aflojas emocionales que produce la vida misma. Sin embargo, los digitales son más «cómodos». Los chicos sienten que pertenecen, copian sus ideas, y no tienen que hacer mucho más.

-El grupo de iguales impone su criterio en todo. Es lo que se llama la tiranía de los primos (el grupo dicta lo que hay que pensar sobre cualquier cosa), que se multiplica por el sesgo de confirmación (me quedo con aquellos que piensan como yo) y el de conformidad (como estos piensan como yo, no hace falta que le dedique mucho tiempo a pensar en cada tema, me sumaré ciegamente a lo que digan sobre cualquier cuestión).

-Los que no son de su grupo, son los enemigos. Internet crea un constante «nosotros» frente a «los otros». Y para que ese «nosotros» sea más grande, estamos dispuestos a demostrar nuestra pertenencia al grupo criticando cualquier situación que los acerque a «los otros». Es la llamada indignación moral, multiplicada exponencialmente por los algoritmos de las redes sociales.

- Los grupos digitales fomentan el victimismo y justifican la violencia. Al sentimiento de pertenencia y a la diferencia entre el «nosotros» y «los otros» se le suma la pérdida de la conciencia de la realidad. Todo está justificado contra los que no son como yo, se lo merecen. Con el nuevo entorno multipantallas, los niños y adolescentes no pasan por el proceso de socialización mediática con los adultos que les permite distinguir lo correcto de lo incorrecto y elegir el bien frente al mal.

¿Hay solución? Claro, por supuesto. Y es más sencilla de lo que parece. Empieza hoy, esta misma noche, a la hora de la cena. Hoy, y cada día, hablamos de lo que pasa en redes como quien cuenta la experiencia de una visita al zoo con el colegio. Hoy, y cada día, sacamos temas complicados para formar su pensamiento crítico. Hoy, y cada día, los escuchamos con el corazón abierto para que no se rompan nuestros puentes de comunicación. Hoy, y cada día, les ayudamos a descifrar el mundo y a saber quiénes son los buenos, los menos buenos y los verdaderamente malos. Hoy, y cada día, los queremos con un amor inmenso por lo que son, no por lo que hacen, y no nos olvidamos de decírselo. Entonces dejarán de ser huérfanos digitales. Entonces Adolescencia sólo será una serie.

María Solano Altaba es profesora de la Universidad CEU San Pablo e investigadora del grupo ThinkOnMedia

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