'Rainbow' y las nuevas adaptaciones de los clásicos, ¿interpretación o vandalismo cultural?
La película de Paco León presenta una versión de El Mago de Oz donde Dorothy (Dora) es drogadicta y ciberpunk, entre otras novedades
Cuando se estrenó El Mago de Oz, en 1939, pocos sabían, apenas nadie, que la simpática actriz protagonista, la joven y talentosa Judy Garland era también la principiante alcohólica y drogadicta que sería después. No se sabe si esta circunstancia es la que ha llevado al actor y director Paco León a convertir a Dorothy, el personaje principal interpretado por Garland, precisamente en una drogadicta, además de en una ciberpunk.
El afán moderno de reinterpretar y transformar los clásicos (adaptar, lo llaman los artífices) a veces rompe la «maquinaria» para hacer del objeto algo inservible. El extrarradio hispánico, el arrabal, en lugar de la Kansas original donde los tornados se convierten en tripis (el LSD).
Dorothy en Lavapiés
Una cosa es, por ejemplo, los músicos de la Motown en la versión de Michael Jackson (Sidney Lumet en la dirección, Richard Pryor, Diana Ross, Quincy Jones, cuyas únicas variaciones era la negritud de sus protagonistas y la banda sonora original) y otra es la «diversidad» (¡bingo!) que dice el director que se encuentra en la novela y en la historia.
Es decir, El Mago de Oz en Lavapiés, donde, en palabras del director «ves eso, ves a un no binario, a un negro hablando con una gorda, a una china… Y todo eso está más en la realidad que en la ficción. Yo creo que con que se equipare un poco lo que ves en la calle con lo que ves en las películas o en las series, ya está bien. Creo que sorprende que se haga, pero creo que es bastante realista».
El «realismo» de una novela y una película de fantasía pasado por la licuadora y luego aderezado con que Dorothy (Dora, en la nueva versión: en la originalidad del nuevo nombre no ha habido demasiada vuelta de tuerca) viaja acompañada (bajo los efectos de los estupefacientes) de un bailarín africano homosexual o una especie de niño salvaje atado a un desguace.
La tendencia no es solo que los clásicos se cancelen (Shakespeare, Jane Austen, Colson Whitehead), sino que los clásicos se vandalicen. Entre cancelaciones y vandalizaciones les va quedando poco a lo que recurrir a las nuevas generaciones, sustituidas las obras originales por sus trasuntos, por una modernidad enloquecida, casi por el pillaje de unos «autores» que prefieren «pintarrajear» lo viejo, vistiéndolo de «imaginación», en vez de crear lo nuevo.