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John Ronald Reuel Tolkien.

John Ronald Reuel Tolkien

Escritor y filólogo, pero sobre todo profesor: descubren dos cartas inéditas de J.R.R. Tolkien

Tolkien y d’Ardenne pasaron de pupila y maestro a ser colegas y colaboradores asiduos, coautores de varios trabajos y artículos conjuntos

No cabe duda de que el autor de El Señor de los Anillos y El Hobbit, J.R.R. Tolkien (Bloemfontein, 1892 – Bournemouth, 1973) ha pasado a los anales de la historia como uno de los mayores mitos literarios del siglo XX, parafraseando al gran estudioso Tom Shippey. Sin embargo, poco de la colosal mitología que Tolkien construyó llegó a ver la luz en vida del autor, y sólo hemos podido conocerla a posteriori, gracias a la titánica labor llevada a cabo por su hijo, Christopher, que en paz descanse.

Durante la mayor parte de su vida adulta, Tolkien sería principalmente conocido por su trabajo como filólogo y por sus aportaciones al estudio del anglosajón, labor que llevó a cabo de manera –literalmente– magistral como catedrático en la Universidad de Oxford. Es paradójico, sin embargo, que el autor británico se ganase cierta fama (sobre todo, es evidente, durante los años en los que escribió infatigablemente El Señor de los Anillos) de ser «poco productivo» en términos académicos. Ciertamente, es una cualidad común de los genios su escasa capacidad de terminar aquello que emprenden, pues es tal la magnitud de sus ideas, de su creatividad y de sus proyectos, que resulta tremendamente difícil terminar una tarea mientras otras tantas se agolpan en su mente y aporrean su pensamiento, luchando por salir.

Un gran profesor

Así, Tolkien, tan pronto dejaba sin terminar un relato como se olvidaba de finalizar un prólogo o comenzaba una traducción que nunca veía la luz. Este «problema», por denominarlo de alguna forma, afectaba tanto a su producción literaria como a la académica, pero era sólo esta última aquella por la que se le pedía cuentas. Cuando, finalmente, su magnum opus fue publicado, algunos colegas le reprocharon que «por fin» podían ver en qué había estado empleando su tiempo en los últimos años, ya que consideraban insuficiente su producción académica.

Es curioso, no obstante, la facilidad con la que se pasa por alto una de las labores más importantes que Tolkien llevó a cabo y, probablemente, más especial para él: más allá de ser un escritor famoso o un académico más o menos exitoso, Tolkien fue un gran profesor. La relación con su tutor, Francis Morgan y con su mentor en filología, Joseph Wright (por mencionar solo algunas de las muchas figuras que influyeron en su formación) muy posiblemente despertaran en él el amor por la enseñanza y por el –tan bello como raro, entonces y hoy– encuentro entre discípulo y maestro.

Una de las muchas personas que tuvieron la fortuna de tener a Tolkien como maestro fue la filóloga belga Simonne d’Ardenne. En la década de los 30, d’Ardenne estudió literatura inglesa en Oxford, y, con Tolkien como supervisor, se especializó en inglés medio (aquél que se habló, aproximadamente, desde la conquista normanda hasta el siglo XV). Sus estudios, finalizados, por cierto, como residente en la casa familiar de Tolkien (después de haber hecho gran amistad con él y con su esposa, Edith, además de ser considerada una tía postiza por sus hijos) culminó con una edición y traducción del Liflade ant te Passiun of Seinte Iuliene. Este trabajo, dirigido por Tolkien, le valió un doctorado a su regreso a Bélgica, y, posteriormente, le ayudó a ganar una cátedra en la Universidad de Lieja.

Tolkien solicitaba, expresamente, una beca para que su antigua discípula pudiese continuar en Oxford sus valiosísimos trabajos filológicos

Tolkien y d’Ardenne pasaron de pupila y maestro a ser colegas y colaboradores asiduos, coautores de varios trabajos y artículos conjuntos (bien conocido es, también, el trato de igualdad hacia las mujeres con que Tolkien se desenvolvió tanto en su vida personal como profesional, a pesar de su inmerecida fama de frecuentar y valorar ambientes exclusivamente masculinos). La Segunda Guerra Mundial puso freno a cientos de trabajos científicos y académicos, y los de los filólogos no fueron una excepción. Pasado el conflicto, d’Ardenne deseaba regresar a Oxford para seguir colaborando académicamente con el que fuera su maestro. Era bien sabido que el British Council le había otorgado una beca para llevar a cabo una estancia en 1945, y que el largamente deseado reencuentro profesional se produjo y se mantuvo en el tiempo. Lo que no se sabía, hasta ahora, era el papel concreto que Tolkien desempeñó en todo ello.

Hace pocas semanas, coincidiendo con el Día Internacional de Leer a Tolkien, (25 de marzo), el Archivo Nacional del Reino Unido dio a conocer la noticia de que un trabajador voluntario había hallado, en las oficinas de Kew, un par de cartas inéditas en las que J.R.R. Tolkien se dirigía al British Council solicitando financiación para sus investigaciones. Pero no se trataba de una financiación cualquiera: Tolkien solicitaba, expresamente, una beca para que su antigua discípula pudiese continuar en Oxford sus valiosísimos trabajos filológicos. Afortunadamente, tuvo éxito en su empresa.

Aunque no sean cartas relacionadas con sus obras literarias, que es lo que más suele llamar la atención del público, bien merecería la pena que HarperCollins (o, aquí, Minotauro) se decidiesen a reeditar la antología de cartas tolkienianas incluyendo algunas de estas joyas. Se trata de pequeños fragmentos de vida que arrojan algo más de luz a la persona que fue John Ronald Reuel Tolkien. Un hombre fascinante que, sin duda, se ganó ese cariñoso apelativo con que es frecuente referirse a él: «el Profesor».

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