Igualdad hombre-animal: 10 claves para entender por qué el animalismo es un problema
El filósofo Miguel Ángel Quintana Paz acaba con mitos y tópicos sobre esta cuestión
¿Matar a un animal es siempre un crimen? ¿Los seres humanos tenemos el mismo valor que los animales? Para responder a estas y otras preguntas, hemos invitado al filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, director académico del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid. Nos sentamos con él en una carnicería para profundizar en las tesis animalistas y los presupuestos que hay detrás de ellas.
1. ¿En qué consiste exactamente respetar a los animales?
A menudo se piensa que si no eres animalista es porque desprecias a los animales. Se plantea una dicotomía: o piensas que son iguales a los humanos o los animales no te importan, son un objeto. Esto manipula mucho la visión de los animales durante toda nuestra historia: en general, siempre hemos considerado que son algo valioso, que merecen un respeto, un cuidado…
2. Eso no siempre se ha cumplido.
Por supuesto, pero la norma como tal sí ha existido. Y también hemos entendido siempre que los seres humanos somos justamente los encargados de este cuidado. Es una visión que incluye una obligación para nosotros, pero esta nos eleva. Si somos los responsables de los animales es porque tenemos una responsabilidad que ellos no tienen: ellos no se la adjudican entre sí ni hacia nosotros. Esta elevación nos hace superiores, pero como cuidadores. Como aquellos que deben prestar atención al animal.
3. Algunas posturas no toleran el consumo de productos de origen animal: ¿se pueden respetar sus derechos sin ser veganos?
Si pensamos –con los animalistas– que animales y seres humanos tenemos exactamente el mismo valor, y que eso fundamenta toda nuestra ética al respecto, es normal concluir que no debemos matar ningún animal. Y que cualquier consumo de productos animales –o que proceda de ellos, como es el caso del veganismo– es una opresión injustificable a un semejante, igual que no toleraríamos hacer eso con un ser humano. Pero esta no es la única manera de pensar acerca del valor que tienen los animales. Podemos considerar que tienen un valor inferior a nosotros, pero no un valor nulo.
4. Algunos organismos internacionales pretenden modificar los hábitos alimenticios de la sociedad, reduciendo el consumo de carne para cuidar el medioambiente. ¿Está justificada esta postura?
Bueno, para sustituir la ingesta de proteínas y de otros alimentos nos sugieren a menudo insectos, que también estarían dentro del mundo animal, con lo cual, en última instancia, tampoco sería una buena idea… Yo creo que todo este embrollo surge de haber olvidado el axioma clave: que el ser humano y los animales no son lo mismo, lo contrario a lo que defiende el animalismo. Como decía antes, los seres humanos tenemos la responsabilidad de no maltratar a los animales, de no hacerlos sufrir innecesariamente... Pero ¡ojo! Esto no significa, como a menudo ocurre en nuestra sociedad, que todo sufrimiento o que cualquier muerte sea algo carente de sentido.
5. ¿Hay muertes de animales que sí tienen sentido?
La ganadería, por ejemplo: no solo tiene sentido alimentarnos de estos animales –y por tanto, sí, previamente matarlos–, sino que es precisamente lo que da cumplimiento a su función. Roger Scruton, en su texto Eating our friends, defiende que en la relación con un animal, ponerlo en su lugar es precisamente demostrarle el mayor respeto. Golpear a una gallina contra una pared no es respetar lo que es una gallina; alimentarnos de sus huevos –o incluso de la propia ave–, sí. Este vínculo en el que la gallina tiene que ser gallina, no obstante, a menudo se olvida en nuestra sociedad industrializada; olvidamos incluso de dónde proceden nuestros alimentos.
6. Filosóficamente, ¿el animalismo tiene una base racional?
¿Cuál es el fundamento de equiparar al ser humano con los animales, cuando cualquiera puede constatar que somos muy distintos? Es un fundamento emotivista, sensible, incluso sensiblero. Cuando vemos a un animal, sentimos unos sentimientos cálidos, que nos impulsan a querer tratarlo bien… y hasta ahí es un sentimiento bienhadado. El problema es extrapolarlo y deducir de manera errónea que eso significa que debemos tratar al animal igual que al hombre.
7. Aunque no todos los animales nos parecen preocupar igual…
Claro, la falla de esta extrapolación de los sentimientos es que nunca se produce sobre las ratas callejeras o las moscas, animales que –también por motivos meramente sensibles– nos resultan repugnantes. siempre se produce con animales que se parecen a los peluches que teníamos de pequeños, o a las películas de Walt Disney. Perritos, gatitos o incluso versiones peluchizadas y almibaradas de, por ejemplo, las vacas o los toros.
8. ¿Este emotivismo se da solo en el animalismo o es un problema mayor?
Por desgracia, prácticamente toda la ética en nuestra sociedad se fundamenta en cómo me hace sentir algo. Es uno de los retos más potentes de nuestro tiempo: volver a comprender –como sabían los clásicos, Platón, Aristóteles– que el sentimiento es una ayuda, y una ética sin sentimiento sería terrible, pero no puede protagonizar nunca nuestras ideas sobre el bien y el mal.
9. ¿Dar una dignidad excesiva a los animales puede ser una estrategia para rebajar la dignidad humana, a largo plazo?
El riesgo es que la equiparación entre seres humanos y animales no sea hacia arriba, sino que degrade al hombre. Por desgracia, esto también es constatable en muchos del movimiento animalista: no es extraño que estén coaligados con movimientos antinatalistas o ecologistas que abogan por reducir población. Es lógico que ocurra cuando equiparamos cuidador y cuidado, lo alto y lo bajo. Por otra parte, no es verdad eso que se dice de que la dignidad de un pueblo se ve en cómo trata a los animales: las primeras leyes de cariz animalista las promocionó el régimen nazi, y eso no reflejaba en modo alguno cómo pretendía tratar a los seres humanos.
10. ¿El animalismo puede ser la base de una civilización mejor que la cultura judeocristiana?
El movimiento animalista tiene una idea sobre cómo debe ser nuestra civilización que engarza muy bien con otras ideas que se están promocionando últimamente, y apuesta por un proyecto que sea más compasivo, tolerante, donde nadie hará daño a nadie y todos seremos respetados. Es un proyecto atractivo, pero –por desgracia– podemos constatar que no vivimos en un mundo cada vez más tolerante, sino que se nos ponen cada vez más trabas. Es una civilización que se presenta con una cara falaz, y es mucho más recomendable restituir aquellos principios que sí abogaban por un cuidado de los animales, pero sin olvidar que los cuidamos los seres humanos.