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Pier Paolo Pasolini, en su despacho de Roma en 1960

Pier Paolo Pasolini, en su despacho de Roma en 1960AFP

Páginas inspiradas | Pier Paolo Pasolini: «Estoy en contra del aborto»

El cineasta italiano criticó en su día la decisión por considerarlo «una legalización del homicidio»

Hace unos días María Jamardo en este periódico definía certeramente la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el aborto.

«Siete magistrados del Constitucional a la medida del Gobierno: Juan Carlos Campo, Cándido Conde-Pumpido, María Luisa Balaguer, Laura Díez, María Luisa Segoviano, Inmaculada Montalbán y Ramón Sáez Valcárcel han avalado, este semana, la sentencia del aborto redactada, 13 años después, para salvar el sistema de plazos de interrupción voluntaria del embarazo aprobada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Y, para ello, han incurrido en varios 'excesos' que han provocado no sólo cuatro durísimos votos particulares del sector conservador del órgano, sino las críticas airadas de los juristas más veteranos y expertos de nuestro país ante el insólito 'desbordamiento' de las funciones propias de la Corte.»

El 19 de enero de 1975 Pier Paolo Pasolini, poeta, escritor, profesor de arte, intelectual significado políticamente, controvertido director cinematográfico, publicaba en el diario Corriere della Sera un artículo titulado Estoy contra el aborto. Algunos califican a Pasolini como contradictorio. Pero su obra es un ejercicio cristalino de lo que significa liberarse de la ideología, aquella que, como diría Alexis Carrel, «en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, intenta manipular la realidad, ajustándola a la coherencia de un esquema prefabricado».

Incluimos a continuación algunos subrayados de ese artículo de Pasolini. En español se encuentra publicado en Escritos corsarios (Galaxia Gutenberg, 2022):

Me traumatiza, sin embargo, la legalización del aborto, porque, al igual que muchos, la considero una legalización del homicidio. En mis sueños, y en mi conducta cotidiana –cosa común a todos los hombres–, vivo mi vida prenatal, mi feliz inmersión en las aguas maternas: sé que allí yo ya existía. Me limito a decir esto porque, en lo tocante al aborto, tengo cosas más urgentes que decir. Que la vida es sagrada cae por su propio peso: es un principio más fuerte que cualquiera de los principios de la democracia, y resulta inútil repetirlo.

Aparte de esto, lo primero que quisiera decir es lo siguiente: el del aborto es el primer y único caso en el que los radicales y todos los abortistas demócratas más puros y rigurosos apelan a la realpolitik, lo cual supone un abuso «cínico» de los datos fácticos y del sentido común.

Ellos, que siempre se habían planteado, ante todo, y de un modo acaso idealista (como debe ser), el problema de cuáles son los «principios reales» que deben defenderse, esta vez no lo han hecho.

***

¿Por qué no considero «reales» los principios sobre los cuales los radicales, y los progresistas en general, basan (de manera conformista) su lucha a favor de la legalización del aborto?

Por una serie caótica, tumultuosa y emocionante de razones. A todo esto, yo sé, como ya he dicho, que la mayoría está potencialmente a favor de legalizar el aborto (aunque quizá, en el caso de otro «referéndum», muchos votarían en contra y la «victoria» radical sería mucho menos arrolladora). Le legalización del aborto resulta, en efecto –y sobre esto no cabe duda–, inmensamente cómoda para la mayoría. Sobre todo porque facilitaría todavía más el coito, al que no se opondría ya casi ningún obstáculo. Sin embargo, ¿quién desea tácitamente, promulga tácitamente e introduce tácitamente en las costumbres, de una manera ya irreversible, esta libertad de coito de la «pareja», tal como la concibe la mayoría, con esa maravillosa permisividad?

El poder consumista, el nuevo fascismo. Este se ha adueñado de las exigencias de libertad, digamos, liberales y progresistas, y al apropiarse de ellas, las ha vuelto banales, las ha desnaturalizado.

Hoy, la libertad sexual de la mayoría es en realidad una convención, una obligación, un deber social, un afán social, una característica irrenunciable de la calidad de vida del consumidor. En resumen, la falsa liberación del bienestar ha creado una situación igual de malsana, acaso más, que la que había en los tiempos de la pobreza. De hecho, en primer lugar: el resultado de esta libertad sexual «regalada» por el poder ha sido una auténtica neurosis colectiva. La facilidad ha creado la obsesión; porque se trata de una facilidad «inducida» e impuesta, derivada del hecho de que la tolerancia del poder concierne únicamente a la exigencia sexual expresada por el conformismo de la mayoría.

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