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El catedrático Alejandro Rodríguez de la Peña, de la Universidad CEU San Pablo

El catedrático Alejandro Rodríguez de la Peña, de la Universidad CEU San Pablo

Alejandro Rodríguez de la Peña

Rodríguez de la Peña: «La Hispanidad es lo mejor que les ha pasado a los americanos»

El catedrático Alejandro Rodríguez de la Peña, de la Universidad CEU San Pablo, presenta su libro Iniquidad, y comenta que la verdadera «voluntad de poder» es la que el asceta, «auténtico superhombre», ejerce sobre sí mismo en servicio a los demás

A lo largo de la historia, el hombre ha dejado patente una cierta tendencia a comportarse de manera violenta contra el prójimo. Como si estuviéramos marcados por el estigma de Caín, nos mostramos incapaces de no caer en el recurso al puñetazo, la paliza, la guerra, el homicidio. Ojo por ojo y diente por diente. Incluso asumimos el llamado «monopolio de la violencia» que ejerce el Estado, para garantizar el orden y los derechos. Incluso para imponer el bien, necesitamos de acciones violentas.

Este tema es, grosso modo, el área de investigación que más tiempo e implicación personal suponen para el catedrático de la Universidad CEU San Pablo Alejandro Rodríguez de la Peña. Tras sus libros Compasión (CEU Ediciones, 2021) –reeditado y ampliado en 2022– e Imperios de crueldad: La Antigüedad clásica y la inhumanidad (Encuentro, 2022), ahora parece cerrar una suerte de trilogía con Iniquidad: El nacimiento del Estado y la crueldad social en las primeras civilizaciones (Rialp), en la que estudia de una manera más amplia este fenómeno. Entre otras cuestiones, se pregunta hasta qué punto la violencia es inherente a toda sociedad humana, con independencia de su grado de civilización. ¿De verdad existe el «buen salvaje»?

'Iniquidad: El nacimiento del Estado y la crueldad social en las primeras civilizaciones' (Rialp), de Alejandro Rodríguez de la Peña

'Iniquidad: El nacimiento del Estado y la crueldad social en las primeras civilizaciones' (Rialp), de Alejandro Rodríguez de la Peña

Para presentar Iniquidad, recién salido del horno de la editorial Rialp, el profesor Rodríguez de la Peña ha contado con la acogida del Colegio Mayor San Pablo, adscrito a la Universidad del CEU en Madrid, y con la compañía del profesor Elio Gallego –director de esta residencia que realiza una notable tarea de difusión humanística– y del filósofo David Cerdá. Ha sido un acto auspiciado por la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, y ha transcurrido más bien como un coloquio abierto y no como una conferencia al uso.

El profesor Rodríguez de la Peña asegura, a resultas de su investigación en un amplio número civilizaciones y culturas antiguas, que en el «mundo de la barbarie, la violencia gratuita contra el inocente, contra el indefenso» acaba siendo peor que en los entornos que se caracterizan por la existencia del Estado. Por «violencia gratuita» se entiende aquella que no responde a ninguna utilidad, que no genera ningún «beneficio». Por eso, Rodríguez sostiene que «el caos es siempre peor que el orden». Aunque reconoce que el Estado es responsable de enormes atrocidades y masacres, resulta preferible a las situaciones primitivas o de supuesto e idílico «buen salvaje».

Del caos y la violencia

Este comportamiento atroz lo detecta Rodríguez incluso en imperios nómadas, como el de los mongoles de Gengis Kan, a pesar de los elogios que despierta hoy en algunas personas. Por eso, este catedrático del CEU entiende que los textos más aconsejables y que inspiran mayor prudencia y compasión son el Génesis, las cartas de Saulo de Tarso y las obras de Agustín de Hipona. Rodríguez asume que la noción cristiana de pecado original apunta a una constante antropológica que ha de llevar a cautela, puesto que el origen del mal se encuentra en el corazón humano, hoy y hace veinte siglos.

Esta es una de las ideas de su tesis, pues ha comparado los «asesinatos fundacionales» de varias culturas; homicidios que indicarían no sólo el origen de una civilización, sino también su necesidad intrínseca de un orden y un Estado que, ejerciendo violencia, vele por evitar la violencia individual y el caos. En este punto, contrapone la leyenda de Rómulo –que mató a Remo al fundar la Ciudad de las Siete Colinas– con el relato de Caín. Para Rodríguez de la Peña, Rómulo cometió un «asesinato ritual», y por tanto estaba exculpado; por el contrario, Caín es el homicida sin argumentos lenitivos, de modo que la nitidez con que se condena su conducta marca el inicio de una ética. En su opinión, y aludiendo a René Girard y Simone Weil, lo único que puede detener la «espiral de violencia» es «la gracia, la bondad desinteresada, la compasión, la misericordia».

Lo único que detiene la espiral de violencia es la gracia, la bondad desinteresada, la compasión, la misericordia

Por su parte, David Cerdá ha calificado este libro como un «curso acelerado de antibuenismo», y se ha preguntado acerca de los motivos por los que hoy se niega el Mal en cuanto tal, y se intentan buscar causas externas al hombre, como la educación, el nivel social o las condiciones económicas; el mal como resultado de una patología y no de la libertad humana. Rodríguez de la Peña señala que supone un acto de «adanismo» pensar que, por el hecho de hallarnos en 2023, estamos exentos de ese Mal, y compara los sanguinarios acontecimientos vividos estas semanas en las cercanías de Gaza con los que acontecían en la Antigüedad; se da en ambos casos una violencia exacerbada y banal que, además, se exhibe impúdicamente. Advierte, en este aspecto, una regresión, puesto que «el Gulag y el Holocausto no se publicitaron».

Elio Gallego, Alejandro Rodríguez de la Peña y David Cerdá, en la presentación del libro 'Iniquidad'

Elio Gallego, Alejandro Rodríguez de la Peña y David Cerdá, en la presentación del libro 'Iniquidad'Paula Argüelles

El concepto vinculado al «pecado original» ha supuesto un hilo argumental de este coloquio. Los intervinientes han entendido que la violencia no surge sólo debido a la «competición por unos recursos limitados»; la codicia no es la única explicación, sino que «algo falla en el corazón humano», según Rodríguez de la Peña, quien ha puesto como ejemplo el interés que suscitaba la sangre en el público que acudía a los juegos gladiatorios.

David Cerdá ha comentado que la libertad humana implica, precisamente, la posibilidad de escoger el Mal. Asegura que la realidad misma es una mezcla de lo bueno y de lo malo, y que debemos aceptarla con esta complejidad; es como un contrato que nos obliga a recibir todo. Elio Gallego, citando a Baudelaire, tercia para lamentar la pérdida hodierna de conciencia de «pecado original». A su vez, Rodríguez de la Peña sostiene que hoy es mucho más fácil «ser decente» en comparación con otros momentos de la historia en que los apuros de la existencia podían impeler a muchos hacia la violencia.

David Cerdá afirma que «Kant, como psicólogo, era terriblemente malo», pues no entendía que, además de la conciencia racional, se requiere de un «sentimiento moral»: de manera fría y «lógica» se puede escoger el sendero de la violencia. El profesor Rodríguez de la Peña dice que «la esencia del humanismo» es la educación en valores, pero teniendo en cuenta que «la voluntad humana está herida». De este modo, la educación necesita «abrirse a algo externo», una actitud humilde que reconozca que nadie tiene todo bajo su control, y que la opción por el bien trasciende a la propia voluntad. De ahí que proponga una educación que recupere la ascética clásica cristiana. Este catedrático comenta que la verdadera «voluntad de poder» es la que el asceta –«auténtico superhombre»– ejerce sobre sí mismo en servicio a los demás. Ha recordado, asimismo, que, a diferencia de la sociedad postcristiana de nuestros días, incluso el «tirano medieval» era consciente de que, a la postre, debería rendir cuenta a Dios de sus actos.

En referencia al contraste entre civilización europea –y cristiana– y el mundo precolombino, Rodríguez de la Peña sale al paso de quienes ahora creen que era mejor que los españoles no hubieran llegado a América. «La Hispanidad es lo mejor que les ha pasado a los americanos», declara sin ambages y aludiendo no sólo a las matanzas y sacrificios humanos del mundo prehispánico, sino a «la vida cotidiana» de aquellos pueblos y a su nivel ético. Todo ello sin negar la violencia que pudieron ejercer los españoles a lo largo de más de tres siglos.

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