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Ximo

Los profesores Guillermo Gómez-Ferrer y Cataliina Martín Lloris junto al artista Ximo Amigó en EncuentroMadrid

Catalina Martín Lloris y Guillermo Gómez-Ferrer, expertos en Arte, Ética y Filosofía

«La ausencia de un bien es absolutamente evidente. Nos hemos quedado sin las certezas»

¿Somos lo que pensamos ser, lo que queremos ser, o lo que nos dicen que somos? El Debate conversa en torno a estas cuestiones y a la obra artística de Ximo Amigó con los profesores Catalina Martín Lloris y Guillermo Gómez-Ferrer en EncuentroMadrid

El valenciano Guillermo Gómez-Ferrer (1975) es profesor en la Universidad Católica de Valencia, donde ha ocupado el cargo de vicedecano. Su formación engloba los tres niveles –licenciado, máster, doctorado– en áreas como Historia del Arte, Ética y Filosofía. Coincide en el campus con su esposa, Catalina Martín Lloris, vicedecana y doctora en Historia del Arte, que ha estrenado este año en Netflix un documental titulado Misterios de la fe sobre el Cáliz que, según parece, fue el que ofreció Jesús de Nazareth a sus apóstoles la última vez que cenó con ellos. Este otoño han visitado la capital española, para participar en EncuentroMadrid y acompañar a Ximo Amigó en una curiosa exposición, L'home dibuixat, que indaga en la identidad personal. ¿Quiénes somos? ¿Consumidores, seres postmodernos, humanos con preguntas…?

–¿Hoy nuestra identidad se forja a base de varias identidades?

–Guillermo Gómez-Ferrer (GF): La exposición de Ximo Amigó refleja la realidad del hombre contemporáneo, que es diferente a la realidad del ser humano en otros momentos de la historia, en la medida en que se autopercibe y construye su propia identidad. Por tanto, vive su ser en una pugna de identidades que pretenden emerger; algunas sobre otras, y a veces de forma contradictoria. En los cuadros vemos a un nombre menguante que se achanta ante los problemas, o bien otro que es todo corazón y que se entrega a los demás. En ese sentido, la exposición es un gran reflejo de nuestro tiempo, porque juega con que el espectador puede reconocer quién es. Hay otro punto muy importante en esta identidad, y es el otro. El otro nos ayuda a reconocernos; nos hacemos y conformamos en el encuentro con el otro.

Catalina Martín Lloris (CM): La identidad es un tema que prácticamente tratan todos los artistas de la posmodernidad. El retrato como cuestionamiento de la propia identidad empieza a surgir a partir de 1920. Y cada vez más, a medida que evoluciona la historia del arte, es un tema que resulta principal. Con respeto a lo que dice Guillermo, en la exposición de Ximo Amigó es muy interesante este doble juego entre cómo nos sentimos identificados y cuál es nuestro reflejo. Hay un diálogo y un juego de espejos. No sólo un diálogo entre el hombre y el espectador, sino que supone un lugar en el que el hombre es el espectador. En este juego surge la pregunta de la identidad. ¿Quién soy? ¿Soy quien realmente soy? ¿O como me ven los demás? ¿Lo que ven los demás en mí es lo que me conforma como persona?

Catalina Martín, Guillermo Gómez y Ximo Amigó en Encuentro Madrid

Catalina Martín, Guillermo Gómez y Ximo Amigó en Encuentro Madrid

–¿Tenemos distintas identidades y eso nos vuelve un poco esquizofrénicos?

–GF: El «yo» es único, pero ese «quiénes somos» se va configurando en la historia. Yo soy yo con diez años, y soy yo con 48. Pero el «quién soy» lo va modificando el vivir. Y en la actualidad ese «quién soy» no viene determinado, como en el pasado, por mi condición social, por mi condición cultural, sino que es una posibilidad de construcción, lo cual conlleva que, si no se gestiona bien, se dispare la ansiedad y la angustia. Y esto lleva a muchas personas a una cierta —en sentido metafórico, no literal— esquizofrenia entre el yo que se es verdaderamente y el que se quiere representar ante los otros.

CM: Es curiosísimo que, justamente a partir de 1920, sea cuando la identidad se diluye y comienza la puesta en cuestionamiento sobre la identidad. A partir del siglo XX el retrato empieza a ser una pregunta y cada vez esta pregunta se va volcando más en el espectador. De manera que es el espectador quien construye el retrato, lo cual es muy significativo acerca de cómo ha evolucionado la identidad del hombre a lo largo de la historia, cómo hemos pasado de tener muy claro quién era uno, qué era lo que lo identificaba a uno, a movernos en un espacio en el que estamos muy perdidos. Y el arte, como siempre, es reflejo de la cultura. Ya no tenemos la certeza de quiénes somos.

Frente a la propuesta de la postmodernidad, la antropología cristiana te dice que todo no depende de tu construcción

–En la vida vamos mostrando distintas facetas. Mi personalidad como esposo es distinta de mi personalidad como profesor, por ejemplo. Soy distinto en el aula con mis alumnos, en casa con mi hijo, en la televisión ante un público. ¿Somos máscaras?

–CM: Es una cuestión que me surgió con una alumna que estaba estudiando Magisterio. Me decía que ella nunca era la misma; ella se comportaba de manera distinta cuando estaba en el aula, cuando estaba con sus amigas, cuando iba al gimnasio. No, no; tú tienes que ser el mismo. Otra cosa es que te vistas de manera distinta, que utilices un lenguaje diferente. Pero, como persona, tienes que ser la misma. Sin embargo, cada vez más las personas van cambiando en función del lugar en el que están. Y es algo que afecta a la identidad.

GF: El juego de máscaras cada vez es mayor. Es un problema de nuestro tiempo. Y frente a la propuesta de la postmodernidad —que todo lo circunscribe al éxito; es un modelo que mide quién eres según lo exitoso que seas en cada ámbito, y resulta un modelo angustioso—, la antropología cristiana te dice que todo no depende de tu construcción, ni siquiera de tus dones, que no son tuyos, sino que te han sido dados. Porque no se trata muchas veces de hacer, sino de dejarte hacer por Dios o por la vida. Lo que tenemos ahora es un juego esquizofrénico de máscaras.

El artista Ximo Amigó, explicando su exposición, 'L'home dibuixat', en EncuentroMadrid 2023

El artista Ximo Amigó, explicando su exposición, 'L'home dibuixat', en EncuentroMadrid 2023

La ausencia de un bien es absolutamente evidente, y es una victoria de la posmodernidad

–Hablando de éxito como baremo absoluto, ahora vivimos una situación política española muy singular en que da la impresión de que lo que algunos piden de su líder es el éxito y no tanto la autenticidad, la fidelidad a la palabra dada. ¿Esto es significativo en nuestro tiempo?

–GF: Es absolutamente significativo. En el título del primer libro del presidente del Gobierno, Manual de resistencia, se presenta la resistencia como un valor positivo. Pero se puede resistir de dos maneras: una resistencia fiel a unos principios, en la defensa de un bien y, por tanto, frente a un acoso; o, por el contrario, resistir en un lugar pisando para aguantar y sobrevivir y que todos los demás se hundan. Y, por desgracia, estamos en el segundo caso.

La ausencia de un bien es absolutamente evidente, y es una victoria de la posmodernidad. Se ha producido un fenómeno de resignificar las cosas, de darles nuevos significados a conceptos que estaban claros. Y, en ese camino, nos hemos quedado sin las certezas, ni nuevas evidencias. Ahora todo es susceptible de ser comercializado. Incluida la propia identidad.

Estamos intentando crear una sociedad sin límites. Y eso no sé si, lejos de darnos la felicidad, al final nos va a resultar cada vez más asfixiante

–Se supone que vivimos en una época muy identitaria, como la relevancia que se le concede a circunstancias como ser mujer o sentirse mujer, negro, homosexual, vegano, etc. ¿Hablamos de identidades que son como una aplicación que compramos a esta sociedad de consumo? ¿Estas identidades son un disfraz que ocultan lo definitivo?

–GF: Lo primero que hay que dejar claro es que del sentir no se deriva el ser. De modo que, aunque yo diga que me siento piedra, no soy piedra. Ontológicamente, es una falacia. Y este juego se ha exacerbado hasta el punto de que la voluntad por tener una identidad me ayuda a orientarme en el mundo, sobre todo si consigo que se perciba esa identidad como la de una víctima, una víctima «correcta». Y eso me ayuda a vivir, porque entonces sé cómo debo comportarme y puedo acusar a quien no me trata como debería ser tratado. Y entramos en una guerra de identidades.

CM: Estamos intentando crear una sociedad en la que no haya nada que limite nuestros deseos, una sociedad sin límites. Y eso no sé si, lejos de darnos la felicidad, al final nos va a resultar cada vez más asfixiante. No nos va a hacer más felices, a tenor de lo que veo en mis alumnos, en la gente que ahora tiene dieciocho, diecinueve, veinte años.

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