Entrevista con Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond
«Un medieval no soportaría ciertos olores de nuestras ciudades; se taparía la nariz»
«Nos sería más difícil meternos en unas termas romanas que unos baños medievales», aseguran los autores del libro El olor de la Edad Media
Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond han dedicado largo tiempo a indagar, a investigar acerca de cómo eran la higiene y los olores en la Edad Media.
Por eso, después de cuatro años de trabajo ofrecen un extenso volumen en que nos explican –por medio de una especie de «inmersión cultural» en la que describen el mundo antiguo y su tránsito al medieval– la limpieza de calles, y la limpieza de dientes, el uso del jabón –un producto artesano que puede elaborarse a base de aceite y cenizas– y los problemas con los piojos.
Nos hablan de un tiempo en que abundaba el reaprovechamiento de materiales, en que aparecen los hospitales y los gremios. De unos siglos en que se advierte la preocupación por el adoquinado y en el que lo habitual eran aromas que hoy sólo perviven en el campo y los pueblos.
–Existe un tópico histórico según el cual Roma era impoluta, y la Edad Media era sucia y polvorienta, una época en que la gente vaciaba el orinal por la ventana, vertiendo todo a la vía pública. ¿Cómo ha afectado este tópico a la confección del libro?
–Javier Traité (JT): Eso es lo que nos ha motivado, esa fue la motivación del libro. El libro empezó de esta forma: Consuelo y yo nos encontramos en las redes sociales, porque tenemos este gran punto en común de haber trabajado cuestiones relativas a la vida privada, a partir de indumentaria y de sexualidad, de modo respectivo. Y teníamos esa conciencia de que las cosas no eran como se suele contar. A partir de las batallas digitales, en las redes sociales, le dije a Consuelo por privado: «Deja de perder el tiempo, porque las redes sociales son un pozo negro, estás invirtiendo horas en explicar cosas que nadie lee; en vez de eso, hagamos un libro». «Busquemos bien, pongamos en orden todas las fuentes», las primarias y secundarias, porque las fuentes son infinitas: desde una crónica de las Cruzadas hasta actas de la Inquisición o códigos legislativos. Ahí se habla de la limpieza del cabello, de paños menstruales, del uso de los baños y los ríos…
En un monasterio las letrinas estaban muy cuidadas, con agua corriente, heno limpio en el suelo…
–¿Es merecida la fama de los baños públicos en Roma? Porque, leyendo al poeta Marcial, a uno se le quitan las ganas. ¿Cualquiera de nosotros podría realmente soportar entrar en un baño romano?
–Consuelo Sanz de Bremond (SB): A mí me gustan las piscinas, pero no es lo mismo que entres en una piscina a primera hora a que lo hagas a última hora. A primera hora, todavía hay gente que viene duchada. Creo que a nosotros nos daría un poquito de reparo; además, nosotros utilizamos cloro y en Roma no se conocía.
–JT: Aparte, los análisis de las piscinas de hoy en día te demuestran que hay rastros de bacterias fecales. Sí, coincido con Consuelo: creo que nos sería más difícil meternos en unas termas romanas que en unos baños medievales, porque las termas romanas eran masivas, y aquella gente se aplicaba aceites. No había productos químicos de desinfección, y sí había verdín, trozos de uña, gente que se meaba en la piscina… Marco Aurelio ya lo dice: «La vida es como los baños; suciedad, porquería, asco, espuma». En cambio, los baños medievales solían ser sólo de vapor, y los de bañera solían ser individuales. Una tina es más fácil de vaciar, limpiar, rellenar. De modo similar sucede con las letrinas, porque las letrinas romanas nos resultarían a nosotros muy difíciles por su aspecto público y abierto, pero en un monasterio estaban muy cuidadas, con agua corriente, heno limpio en el suelo…
En Pompeya se ve cómo hay conducciones que van desde los pisos superiores hasta abajo con la letrina pegada a la cocina. Aquello era una vía de infección descarada
–En nuestros hogares las tuberías de desagüe del lavabo, del fregadero y del inodoro tienen un recodo, el sifón, para evitar los olores. ¿Eso existía en la Antigüedad o la Edad Media?
–JT: El sifón con forma de «U» no existía en Roma. Lo inventa en el siglo XVIII un escocés, Alexander Cummings, y sirve para evitar la subida de olores. En las letrinas romanas, aparte del olor, se daba otro problema, y eran los bichos, algo que se ejemplifica en la leyenda urbana del pulpo que sale de una letrina.
–En vuestro libro señaláis que una de las diferencias entre la letrina romana y la medieval es la privacidad. En la letrina romana, uno defecaba a la vista de decenas de personas.
–JT: El pudor cristiano da lugar a la privacidad; influye mucho, porque donde primero nos lo encontramos reflejado es en los monasterios. Da la sensación de que es ahí donde se origina, como se ve en el plano de San Gall, que es el plano de una abadía teórica, no de una abadía concreta. El monasterio populariza o expande a sus visitantes o peregrinos ese modelo que se acaba incorporando a las ciudades. Yo creo que el cristianismo juega un papel esencial en este aspecto y también en apartar la letrina de la cocina, porque en las «insulae» romanas [bloques de vecinos], por ejemplo, en Pompeya, se ve cómo hay conducciones que van desde los pisos superiores hasta abajo con la letrina pegada a la cocina. Aquello era una vía de infección descarada. Sin embargo, en la Alta Edad Media todo esto se saca al patio. De modo que, entre la privacidad y el espacio disponible, más sacarlo de la zona de la cocina, hay una ganancia neta.
En Roma el jabón es una excentricidad y solamente servía para teñirse el pelo. Sin embargo, en el el siglo IV sirve para lavarse la cabeza. Y a partir del siglo VII se usa para lavarse el cuerpo
–¿Qué importancia tiene el jabón? Parece ser que, cuanto más se usa el jabón, más nos estamos alejando del mundo romano y más nos vamos acercando a la Edad Media.
–SB: La Edad Media no se entiende sin el jabón. La expansión del jabón se da en la Edad Media. En la Antigüedad, Plinio habla del jabón, también Galeno, que vivió en el siglo II. Pero en Roma es una excentricidad, era un jabón que hacían los galos, que eran «bárbaros», y solamente servía para teñirse el pelo. Sin embargo, ya en el siglo IV sirve para lavarse la cabeza. Y a partir del siglo VII se usa para lavarse el cuerpo. A partir de entonces, y con Carlomagno, la industria jabonera se expande. Hay que tener en cuenta que los tintoreros y curtidores son industrias que necesitan mucho jabón. Esa mayor industria jabonera va a abastecer a las industrias artesanales, y también a los particulares.
–¿También se usaba la lejía?
–SB: Sí, el agua de lejía. Se elaboraba a base de agua y las cenizas del hogar. De ahí se va a obtener el potasio. Se ponía una tela de lino sobre un recipiente y encima se colocaba la ceniza del hogar. Entonces se calentaba el agua y la iban pasando. A eso se lo llama la «colada», expresión que luego nos ha venido a nosotros como equivalente de «lavar la ropa». La operación de filtrado de agua por las cenizas se podía repetir varias veces para conseguir un agua de lejía más fuerte. Va a servir para lavar la ropa, para blanquear, para lavarse el cabello, para limpiar la madera y para limpiar la vajilla. Sabemos que los griegos ya lo usaban y también los romanos.
Un medieval no soportaría ciertos olores, como el olor a tabaco, el olor de las gasolineras
–¿Un medieval soportaría los olores de nuestras ciudades?
–SB: No soportaría ciertos olores, como el olor a tabaco, el olor de las gasolineras.
–JT: Y además la gasolina es un gran ejemplo, porque están los malos olores puros que nos resultan desagradables. Y luego están los culturales, que son malos para algunas personas o dependen del contexto; la gasolina es un ejemplo perfecto porque yo la odio, pero a mi mujer le encanta el olor de la gasolina. Imaginemos qué le parecería a alguien que no la conociera, como un campesino del siglo XII. Y añadamos otros productos que consumimos, como café, tabaco.
–SB: Aparte, está el olor corporal; seguramente, para ellos, nosotros oleríamos distinto. Es algo que hoy también nos pasa: actualmente hay gente que dice que, por ejemplo, los japoneses no huelen a nada y, en cambio, los sudamericanos vienen aquí y dicen que olemos fuerte. Por otro lado, el olor de los coches. Lo notarían mucho. Y se taparían la nariz.
–¿Un medieval se taparía la nariz en Madrid?
–JT: Sí, sí. Creo que sería un impacto cultural muy potente. Todo ese olor industrial, postindustrial. En realidad, posiblemente el mayor desafío higiénico de la historia humana haya sido el siglo XIX, con tanta fábrica, tanto carbón, una combinación de hacinamiento… Por eso aparecen los higienistas en el siglo XIX.