Entrevista a la autora de 'El suicidio de Occidente'
Alicia Delibes: «Disciplina y sacrificio son palabras que no tienen cabida en la pedagogía progresista»
El desprecio por la tradición cultural occidental está generando, para la autora de El suicido de Occidente (Editorial Encuentro), una crisis educativa sin precedentes
La desaparición temprana de la orientación en competencias, el miedo a traumatizar al alumno que convierte la enseñanza en algo lúdico y el desprecio por la tradición cultural occidental está generando, para Alicia Delibes, una crisis educativa sin precedentes.
El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber (Editorial Encuentro) destila la incapacidad de tomar decisiones por parte una generación insegura, por temor a equivocarse o a influir en el alumno y que del «atrévete a saber» renacentista, hemos pasado al desafío del atrévete a enseñar.
Delibes no solo describe el problema, sino que señala testimonios y ejemplos que han sabido revertir esta crisis educativa.
–¿Por qué este título, a priori, tan trágico?
–Cuando buscaba un título para el libro recordé dos libros que había leído del historiador inglés Niall Ferguson Civilización. Occidente y el resto y La gran degeneración. En estos libros el autor aconsejaba comprobar la salud de nuestras instituciones si queríamos conocer la solidez de la civilización occidental.
Yo, en realidad, lo que hacía en mi libro es mostrar la pésima salud de aquella institución, la escuela, que debía transmitir los valores y saberes de la civilización occidental a partir de Revolución Francesa y hasta nuestros días. De ahí que pusiera este «tan trágico» título.
–¿Podría describirnos este «suicidio»?
–El filósofo francés Alain Fienkielkraut en su libro La derrota del pensamiento (1985) cuenta cómo la UNESCO, organización internacional creada en 1945 para extender la educación y la cultura a todo al mundo, se fundó sobre los principios de la Ilustración y cómo, 25 años después, influida por el relativismo cultural, empezó a cambiar su discurso. Este se adaptó a la idea de que la cultura occidental es una cultura más, ni mejor ni peor que las demás, y de que el mundo sería mejor el día que los herederos de la Ilustración se bajaran de su pedestal y abandonaran su arrogancia.
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A ese relativismo cultural se incorporó la teoría de la deconstrucción de los filósofos de la llamada Nueva Izquierda de los años sesenta y el pensamiento de Mayo del 68. Dado que no existe un conocimiento objetivo y dado que el sistema tradicional de enseñanza es un invento de la clase dominante, es preciso apartarse de él y configurar en nuevo modelo, una escuela libre y democrática. Esas ideas inspiraron las leyes educativas de gran parte de Europa occidental.
El último paso lo dan los activistas de la ideología woke que llaman a destruir todo símbolo de la cultura occidental. Los planes de estudio de la historia, del arte, de la literatura e incluso de las matemáticas sufren ya sus efectos.
La formación del espíritu del hombre exige el desarrollo de su memoria, su entendimiento y su voluntad
–A su juicio, ¿ cuándo comenzó la decadencia?
–Cuando se decidió que la misión de la escuela no debía ser elevar el nivel cultural de la población ni ofrecer a cada individuo la oportunidad de desarrollar al máximo sus capacidades, sino que su misión era igualar las desigualdades que causan las diferentes capacidades intelectuales. Si hay que ponerle fecha, yo diría que, en EE.UU., en los años treinta del siglo pasado y, en Europa, a partir de Mayo del 68.
–¿Cómo se extendió por todo Occidente?
En 1958, cuando Hannah Arendt imparte la conferencia en Alemania (de la que hablo en el libro) en la que advierte que la crisis de la educación que afecta a Estados Unidos podía extenderse al resto de Occidente, acababa de publicarse un libro en Inglaterra, El futuro del socialismo, escrito por el laborista británico Anthony Crosland. En su libro, Crosland decía que el socialismo, para conseguir hacer una sociedad más igualitaria, debía olvidarse de nacionalizar empresas y apropiarse del control de la educación.
En 1964, Crosland sería nombrado ministro de Educación del Reino Unido. Él fue el artífice de la extensión de las Comprehensive Schools, centros de enseñanza secundaria nada exigentes y que ofrecían el mismo plan de estudios para todos los alumnos. Modelo que inspiró a los socialistas elaboradores de la LOGSE.
Hoy al profesor que quiere enseñar se le ha puesto el nombre de «profesaurio»
–A las mayorías parece no interesarles otra cosa que el divertimento; la cultura, ennoblecerse con ella, no importa. ¿Qué propone a medio plazo para revertir esta podredumbre?
–Lo que ha desaparecido de la educación es la idea, que vino de Aristóteles y recogió San Agustín, de que la formación del espíritu del hombre exige el desarrollo de su memoria, su entendimiento y su voluntad.
La memoria, no sólo como método pedagógico, sino también como la facultad de aprender de nuestros antepasados, conocer sus hechos, sus pensamientos, su ciencia y su arte, está, desde hace tiempo, totalmente desprestigiada.
El desarrollo del entendimiento como la facultad del intelecto humano para comprender, pensar y razonar, estuvo presente siempre en la enseñanza. Pero un día empezó a decirse que el desarrollo del intelecto individual podía ser fuente de desigualdades. Y que una escuela democrática debía tener como objetivo, corregir esas desigualdades que, en realidad, decían ciertos pedagogos, no son naturales sino sociales. La consecuencia fue que quedaron eliminados todos los métodos tradicionales de enseñanza, como denunció Hannah Arendt 1958, y que la mera transmisión de conocimientos, como dijo Jean–François Revel en 1985, empezó a considerarse reaccionaria.
En cuanto a la formación de la voluntad no puede hacerse sin disciplina y sin sacrificio. Dos palabras que no tienen cabida en la pedagogía progresista. No cabe duda, además, que el desarrollo de la memoria y de la inteligencia sirven para fomentar la voluntad.
–Y por último, ¿por dónde empezar de nuevo?
–Yo no he querido hacer de este libro un tratado de educación sino, más bien, una historia de las ideas que han llevado a la renuncia de la transmisión del saber.
–Hoy al profesor que quiere enseñar se le ha puesto el nombre de «profesaurio». Los currículos se escriben en una jerga que solo los expertos en pedagogía conocen, los padres no comprenden nada, pero no parece importarles mientras su hijo está atendido y vaya pasando de curso. Actualmente, se puede decir que existe un desprecio general por la cultura.
Los currículos deberían indicar claramente lo que los alumnos han de aprender y los profesores enseñar. A los profesores se les debía exigir el buen conocimiento de su disciplina Hoy al profesor que quiere enseñar se le intenta convencer de que su tarea, más que enseñar una disciplina concreta es actuar como agente para el cambio social, porque para enseñar «ya está el profesor Google».