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El ministro de Cultura el pasado martes en el Senado

El ministro de Cultura el pasado martes en el SenadoEFE

Urtasun en el Senado como Petro en Colombia: «Un país que cuida y no maltrata a los animales, es un país mejor»

El ministro de Cultura sigue la estela de los gobernantes populistas suramericanos contrarios a la tauromaquia

En los interrogatorios salvajes que provocaron la confesión falsa de los llamados «cuatro de Guilford», los irlandeses a lo que la policía británica acusó de ser autores de un atentado con bomba en un pub de Londres, se les decía que lo mejor para ellos era que confesaran los crímenes que no habían cometido.

Se ve en la película sobre aquel atropello, por lo que los finalmente condenados pasaron 15 años en la cárcel, En el nombre del padre. La condescendencia del mal. Salvando las notables distancias entre un caso y otro, una de sus esencias es la misma.

El martes Colombia prohibió los toros y el martes el ministro de Cultura español, Ernest Urtasun, aseguró en el Senado que «Un país que cuida y no maltrata a los animales, es un país mejor». Es la condescendencia sectaria en un debate paralelo en América y en España.

Mientras los gobiernos indigenistas y populistas suramericanos se lanzan con todos sus poderes contra la tauromaquia, consiguiendo sus objetivos como en el caso de Colombia y Petro, en España los afines a este y a otros tratan de hacer lo mismo en la medida de sus posibilidades, que por el momento cuentan con el magro resultado de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia.

Dijo Urtasun en la Cámara Alta que la decisión de eliminar el Premio no tiene el «ánimo de generar aspavientos ni de ir contra nadie» (menos mal), sino que «traslada a la institucionalidad un sentimiento cada vez más mayoritario en una población española, cada vez más preocupada por el bienestar animal».

Un discurso político («persecución política» la llamó un novillero presente en los debates de la prohibición en Colombia) que no se sostiene en la realidad, con la Feria de San Isidro en presente y pleno auge, con lleno cada tarde, 25.000 personas por festejo, y las plazas de toda España igualmente en creciente esplendor y renacimiento.

Con apertura de nuevas plazas y reapertura de otras en desuso durante años por la demanda taurina que no se corresponde con ese «sentimiento mayoritario de la población española», ni tampoco con la «bajada significativa» de espectadores a a espectáculos taurinos como asegura más que dudosamente Urtasun.

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