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También en el Museo Massimo de Roma se expone la estatua en bronce del Púgil Sentado. De autor anónimo, aunque atribuida al escultor ateniense Apolonio, la obra, de gran realismo y expresividad, representa a un boxeador en posición de reposo tras un combate. El rostro muestra el sufrimiento, cansancio y el dolor tras la pelea cuerpo a cuerpo. El escultor representó también varias heridas sangrientas en su cuerpo como resultado de los golpes recibidos por el contrincante. Esta escultura, junto con el Laocoonte y sus hijos conservado en los Museos Vaticanos, es uno de los máximos exponentes de la escultura Helenística. Apareció en unas excavaciones en la colina del Quirinale, en Roma.

Estatua de un boxeador tras un combate en los Juegos Olímpicos de la AntigüedadWikipedia

Combates a muerte, sangre y gloria eterna: así eran los Juegos en las antiguas Grecia y Roma

En los Juegos de la Antigüedad no había espacio para los valores olímpicos de los Juegos Olímpicos modernos

La fallida inauguración de los Juegos Olímpicos de París, donde se trató de ofrecer un espectáculo de posmodernidad que terminó reducido a un esperpento woke con una generosa ración de vergüenza ajena, muestra la decadencia cultural en la que se encuentra un mundo occidental falto de referentes.

La catástrofe olímpica de París invita a preguntarse cómo eran los Juegos en la Antigüedad, en Grecia, donde se inventaron, y en Roma, donde se llevaron a su máxima grandiosidad.

Los Juegos Olímpicos nacen en el 776 antes de Cristo en la antigua Grecia en Olimpia en honor a Zeus y con una única carrera de atletas a pie.

Los Juegos Olímpicos no fueron los únicos en la Antigua Grecia. Tras ellos vinieron los juegos Píticos, Ístmicos o Nemeos en honor a Zeus, Apolo o Poseidón con competiciones atléticas de carreras, salto, boxeo, peleas, lanzamientos de disco o lanza.

Con el auge de Roma como potencia mediterránea y, principalmente, tras el advenimiento del imperio en la figura de Augusto en el siglo primero de la era cristiana, la gran urbe latina copia el modelo griego de Juegos, lo asume y lo lleva a su máxima expresión de espectacularidad con impresionantes estadios y pruebas atléticas extremas.

Los primeros Juegos en Roma son los Juegos Capitolinos, convocados por Octavio César Augusto y dedicados a Júpiter.

Los historiadores y arqueólogos cuentan con un testimonio y registro arqueológico único sobre cómo evolucionaron aquellos Juegos romanos en los restos del Estadio de Domiciano, cuyos restos aún son visitables bajo la exuberancia barroca de la Piazza Navona romana.

Los Juegos en las antiguas Grecia y Roma estaban muy lejos de la idea de olimpismo de los modernos Juegos Olímpicos. Eran espectáculos con sangre, combates que muchas veces acaban en la muerte de uno de los contrincantes y ansias de alcanzar la gloria eterna en esta vida.

Tras varias décadas de celebración de los Juegos Capitolinos según la fórmula establecida por Augusto e inspirada en los juegos de la antigua Grecia, fue Domiciano quien, en el 86 después de Cristo, los reforma y los convierte en un espectáculo de violencia extrema.

Domiciano, además de construir el Estadio que lleva su nombre, construyó una auténtica «ciudad olímpica de la Antigüedad» en el entonces Campo de Marte romano. Además del Estadio, construyó también un teatro, el Odeón, ya que en su reforma incluyó en los juegos la competición en obras escénicas.

Las competiciones estrictamente deportivas, inspiradas todas ellas en las competiciones clásicas de Grecia, incluían carreras a pie, lucha, boxeo, pentathlon (con varias pruebas), salto de longitud, o lanzamiento de disco y de lanza.

Atletismo

Antes de Domiciano las carreras a pie de atletas no contaban con gran predicamento entre las élites romanas.

Se consideraba un deporte inmoral, ya que los atletas competían desnudos, y se veía como una competición que únicamente servía para el alarde físico de los propios atletas.

Además, tenía fama de ser un deporte aburrido, muy lejos de la espectacularidad de las carreras de aurigas que se celebraban en el Circo Máximo, o de las luchas de gladiadores del Coliseo.

Domiciano, el primer emperador en construir un recinto dedicado exclusivamente a las carreras de atletas a pie (el Estadio Domiciano) trató de dotar de espectacularidad a esta competición con nuevas normas y un recinto teatralizado que dieran mayor emoción a la competición.

Las diferentes carreras eran el stadium, de 200 metros, el diaulo, de 400 metros, o el dólicho, algo menos de 4.000 metros.

La más dura de todas, y la que más interés despertaba entre el público, era la hoplitodromia, en la que los atletas corrían cargados con yelmo y escudo de los antiguos hoplitas espartanos.

Lanzamiento de disco y lanza

Tanto el lanzamiento de disco como el de lanza formaban parte de la prueba de pentathlon.

El lanzamiento de disco es, tal vez, la imagen de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad con la que más se ha familiarizado el público gracias a las copias del Discóbolo de Mirón.

Para dar más espectacularidad al lanzamiento, algunos discos tenían ranuras grabadas que se llenaban de arena, creando un efecto de haz al lanzarlo.

Por su parte, el lanzamiento de lanza tenía un origen militar. El atleta debía lanzar una lanza de madera de 180 centímetros con punta de bronce, para lo cual se servía de una lanzadera de cuero. Los lanzamientos podían alcanzar entre 45 y 50 metros de distancia.

Lucha

Entre las competiciones de lucha, la más dura era, sin duda, el pancracio que, en esencia, consistía en lucha libre.

Era la prueba más brutal y violenta de todas las pruebas tanto en la antigua Grecia como en Roma, aunque Domiciano la llevó al extremo de la brutalidad.

Era también la prueba favorita por el público y la que más gloria daba a los luchadores. Antes de la pelea, los luchadores se cubrían el cuerpo de aceite y arena. Luego se sometían a una pelea en la que todo estaba permitido.

De hecho, la competición nació de aunar todas las infracciones cometidas en las otras pruebas de lucha, como el boxeo.

Los luchadores podrían golpear de cualquier modo al rival, provocando con frecuencias fracturas de huesos, ahogamientos e, incluso, a pesar de que era la única prohibición, causar la muerte del contrincante.

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