Cinco poemas de Hermann Hesse, el autor a quien el nazismo destruyó y de quien la libertad hizo una estrella
El autor de Peter Camenzind (novela de la que se cumplen 120 años) o El lobo estepario fue Premio Nobel de Literatura en 1946
En el principio Peter Camenzind, su primera novela, le sacó del anonimato de las publicaciones en revistas y también de su empleo de siempre como librero. Pero eso fue mucho después de que estuviera a punto de suicidarse en su adolescencia. Por el intento fallido (quería ser poeta a toda costa y sus padres no le dejaban) le internaron en un seminario del que solo le gustaban el latín y el griego. Todos estos avatares iniciales configuraron una personalidad indefinible que se fue desarrollando con el tiempo en el arte, como si todos esos agujeros del alma los hubiese utilizado para hacer entrar toda la belleza posible que luego devolvió «esculpida» en sus libros e incluso en sus pinturas.
Hesse fue un individuo excepcional, un artista sublime que retrató la naturaleza humana desde la superficie hasta las más hondas profundidades en las que él mismo se sumergió. Con 15 años abandonó los estudios y comenzó a trabajar en una librería cuyos objetos colocaba en las estanterías y en su alma. Era el lobo estepario de su librería, encerrado entre volúmenes y asomándose entre los primeros poemas, cuyas primeras compilaciones publicó a los 20 años hecho un romántico huidizo que soñaba entre tapas y páginas ser como Goethe o Novalis. Paseante y viajante fue construyéndose por dentro, siempre en soledad, sin distracciones.
cinco poemas de Hermann Hesse:
- Noche solitaria
Vosotros, hermanos míos,
pobres hombres, cercanos o alejados;
vosotros, que a la luz de las farolas
soñáis con un consuelo para vuestras penas;
vosotros, silentes, que unís las manos,
orando, renunciando, sufriendo
en las pálidas noches estrelladas;
vosotros, que padecéis o permanecéis despiertos,
navegantes sin astros ni ventura,
rebaño errante sin cobijo,
extraños y, sin embargo, mis hermanos,
¡devolvedme el saludo que os ofrezco! - Montañas en la noche
El lago se ha extinguido,
oscuros duermen los juncos
susurrando en sueños.
Sobre el campo, extendidas,
interminables montañas amenazan.
No descansan.
Hondamente respiran, se mantienen
unidas unas contra otras.
Hondamente respiran,
colmadas de oscuras fuerzas, irredentas
en su pasión devoradora. - Hacia la meta
Siempre he andado sin meta,
nunca deseé concederme descanso,
y mis caminos eternos me parecieron.
Comprendí al fin que caminaba en círculo,
y me sentí cansado del viaje:
toda mi vida cambió en aquel instante.
Errante voy hacia la meta,
pues bien sé que en cualquier camino
la Muerte me tiende su mano. - Cumpleaños
Hemos nacido a medias, no del todo,
somos un simple ensayo de lo Eterno,
aunque creemos, a pesar de ello,
que cada criatura se encamina a un fin,
que de la Unidad parte y se dirige al Todo.
Efímeros y débiles
nos ha creado la Naturaleza,
y es, sin embargo, meta y esperanza de todo ser piadoso
hacerse en Dios fuerte y eterno. - Libros
Ninguno de los libros de este mundo
te aportará la felicidad,
pero secretamente te devuelven
a ti mismo.
Allí está todo lo que necesitas,
sol, luna y estrellas,
pues la luz que reclamas
habita en tu interior.
Ese saber que tú tanto buscaste
por bibliotecas resplandece
desde todas las lágrimas,
puesto que ese libro es tuyo ahora.
Tenía 24 años cuando escribió Peter Camenzind, la consagración después de la formación autodidacta, única. Después del éxito abandonó la profesión de librero y se casó. Había pasado a una nueva etapa artística y personal cuyos tiempos parecían perfectamente diseñados desde su feliz, sabia y precoz escapada de las ataduras del sistema al que su familia le abocaba. Encastillado en la libertad, su antinacionalismo alemán empezó con la Gran Guerra y se extendió entre críticas y ataques de sus compatriotas por no compartir el fervor masificado, que alcanzaron su cumbre con la llegada al poder de Hitler. Los nazis ocultaron y destruyeron su obra y su figura.
Por entonces ya no era alemán sino suizo (desde 1923) y ya se habían publicado todos sus grandes hitos, desde Demian a Siddharta o El lobo estepario, por citar los más conocidos: el canto a la belleza y al arte y a la vida extraordinarios, escrito en medio de una depresión; la vida del príncipe Siddharta, el Buda ideal, el libro de una estrella mundial y casi californiana, y la fantasía y la realidad mágicas de El lobo estepario, reflejo del El Grito de Munch y de la sociedad interior occidental escrito en los tiempos extraños junto a su segunda mujer, con la que no llegó a consumar el matrimonio. Aquello fue una recesión existencial y al mismo tiempo un nuevo impulso para terminar de conformar al gran hombre, al gran poeta, al gran escritor henchido y dador de delicadeza que fue el autor más leído en Estados Unidos en los 60.
Una suerte de «Beatlemanía», la imprevisible «Hessemanía» 20 años antes, que perdura hasta hoy en sus obras más conocidas y en sus poemas y en sus relatos actuales, simbólicos, nostálgicos de la infancia, maduros en una completitud inigualable, en los que, si una sola palabra se cayera de ellos, sería como si se vandalizase un objeto artesanal y artístico de siglos de antigüedad que son la distancia o la profundidad o el valor de una obra construida no con las manos o la cabeza, sino con lo más precioso del alma humana.