Cinco poemas de Leopoldo Panero, el republicano al que hicieron «poeta del régimen» y padre de familia ideal
El desencanto, la película de Jaime Chávarri, retrató con asombro y crudeza la realidad o las cenizas de una estirpe inacabable de líricos destruida bajo los versos
A Leopoldo Panero le llamaron el poeta oficial del franquismo, adonde casi le llevaron la familia y los amigos, después de los primeros devaneos republicanos, como a un adolescente díscolo a un internado del que ya nunca salió. Por parte de madre era pariente lejano de Carmen Polo. Se murió de un paro cardíaco mientras conducía en 1962. Solo tenía 53 años y, como su vida, su carrera poética en ascenso se paró allí, catalogada y silenciada por las circunstancias políticas.
El desencanto, la hipnótica película de Jaime Chávarri donde su mujer y sus hijos se muestran como auténticas estatuas heridas por fuera y, sobre todo, por dentro, es la referencia cinematográfica y casi única cuando suena el apellido Panero. Su hijo Leopoldo María, también poeta (todos poetas) e internado desde su juventud en instituciones psiquiátricas, famoso por sus alienadas intervenciones televisivas, es más conocido que él por el amarillismo y la extravagancia que por el poder de los versos de ambos.
30 años de la muerte de Luis Rosales
Luis Rosales Fouz: «Mi padre no fue un poeta del Régimen si se negó a publicar un editorial donde se loara a Franco»
Luis Rosales, el otro «poeta franquista», fue su amigo del alma. De la casa de los Rosales, falangistas, es de donde se llevaron a Federico García Lorca para no volver, pese a todos sus intentos para que no se lo llevaran y para rescatarlo. El hijo de Luis Rosales, Luis Rosales Fouz, contó en El Debate que su padre no pudo haber sido nunca el poeta del régimen si se había negado a publicar un editorial donde se loaba a Franco. Casi lo mismo hizo Panero, que se fue alejando de su asentamiento en las cada vez mayores desavenencias, pero no le dio tiempo a mostrarlas todas.
cinco poemas de leopoldo panero:
- Hijo mío
Desde mi vieja orilla, desde la fe que siento,
hacia la luz primera que toma el alma pura,
voy contigo, hijo mío, por el camino lento
de este amor que me crece como mansa locura.
Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento
de mi carne, palabra de mi callada hondura,
música que alguien pulsa no sé dónde, en el viento,
no sé dónde, hijo mío, desde mi orilla oscura.
Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada,
me empujas levemente (ya casi siento el frío);
me invitas a la sombra que se hunde en mi pisada,
me arrastras de la mano… Y en tu ignorancia fío,
y a tu amor me abandono sin que me quede nada,
terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío. - La melancolía
El hombre coge en sueños la mano que le tiende
un ángel, casi un ángel. Toca su carne fría,
y hasta el fondo del alma. De rodillas, desciende.
El él. Es el que espera llevarnos cada día.
Es el dulce fantasma del corazón, el duende
de nuestras pobres almas, es la melancolía.
¡Es el son de los bosques donde el viento se extiende
hablándonos lo mismo que Dios nos hablaría!
Un ángel, casi un ángel. En nuestro pecho reza,
en nuestros ojos mira y en nuestra mano toca;
y todo es como niebla de una leve tristeza,
y todo es como un beso cerca de nuestra boca,
y todo es como un ángel cansado de belleza,
¡que lleva a sus espaldas este peso de roca! - Por la tarde
Palabra vehemente de las cosas
inanimadas; roca, pino, cumbre
solitaria de sol; silencio y lumbre;
quietud de las laderas rumorosas.
Intactas de mis manos silenciosas
entre el romero azul de mansedumbre,
transparentes de Dios y en su costumbre.
silencian el pinar mariposas.
Y el corazón silencia levemente
su palabra más pura, y su retama
se alza en dorado vuelo, mientras arde,
al fresco soplo, en limpidez de fuente,
la profunda quietud del Guadarrama,
lento de mariposas, por la tarde. - Te haces al deshacerte más hermosa
Te haces al deshacerte más hermosa,
lo mismo que en la nieve derretida,
bajo su tersa limpidez dormida,
el tiempo, vuelto espíritu, reposa.
Te haces tan dulcemente tenebrosa,
lago de mi montaña ensombrecida,
que en tu quietud recoges hoy mi vida;
mi ayer que a mi mañana se desposa.
Igual que ayer cantaba a mi montaña,
hoy a ti, mi honda paz, mi nieve viva,
mi muerte atesorada en la costumbre
canto, mientras tu tiempo te acompaña,
oh, clara compañera fugitiva,
hacia el desnudo mar desde la cumbre. - A mis hermanas
Estamos siempre solos. Cae el viento
entre los encinares y la vega.
A nuestro corazón el ruido llega
del campo silencioso y polvoriento.
Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento
de nuestra infancia, y nuestra sombra juega
trágicamente a la gallina ciega;
y una mano nos coge el pensamiento.
Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,
nos tocan levemente, y sin palabras
nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.
¡Estamos siempre solo, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos!
Entre la ideología y los nuevos tiempos su poesía fue silenciada. El 27 era una sombra alargada para los del 36, los herederos estigmatizados. Nadie recordó durante décadas que Claudio Rodríguez, por ejemplo, dijo de sus poemas que estaban «tocados por la mano de un ángel». Precisamente uno de los del 27, Dámaso Alonso, dedicó enormes elogios a la obra no enjuiciada sino censurada de raíz por los aires externos. Había más historia poética en los Panero que en cualquier otra familia. Hijo, hermano, padre, esposo y amigo de escritores y poetas, lo suyo fue una estirpe completa como la de un torero.
Y además una estirpe trágica. Su hermano, poeta también, murió atropellado. También su primer amor. El resto de su tragedia, más allá del velo gris del franquismo que quitó todo el color a su poesía, vino después con El desencanto, la película donde él no salía, pero donde los rescoldos de su vida y de su herencia se elevaban desinhibidos en la mujer y en los hijos que lo dejaron desnudo y que ya no existen como ya no existe ningún Panero.
Al final, después de las décadas, ya no queda nada de lo que distrajo la poesía de Leopoldo Panero, ni el sectarismo ni la familia filmada como la rareza que en realidad era un descubrimiento íntimo puesto a la luz: la absoluta imperfección (y más allá) de una «familia perfecta», sino simplemente la poesía para restaurarla como si hubiera estado todo este tiempo bajo la lava de su Vesubio.