Cinco frases de Edgar Neville, el legendario aristócrata y artista olvidado por pasarse al bando de Franco
El conde de Berlanga del Duero, hijo de inglés y de noble española, fue escritor, pintor, dramaturgo y director de cine para poder ser vividor y perteneció a lo que Ramón Gómez de la Serna llamó «la otra generación del 27»
En realidad lo que siempre hizo Edgar Neville fue pasar. No solo de bandos sino también de géneros, de vidas, de estudios, de mujeres o de artes. Todo lo que quiso fue pasar para disfrutar sin hacer daño a nadie gracias a su buen humor y a su brillantez únicos.
Todo en él era positivo. No había lugar en su caletre ni en sus palabras para lo enojoso, un mundo ajeno como la melancolía que destruía entre amigos y placeres sin fin, pero con el epicureísmo del inteligente.
Trabajé solo en lo que me gustaba, y jamás hice esfuerzo extraordinario
Era un escritor que no podía estar solo. La particularidad del conde de Berlanga del Duero, el niño elegido que nació entre doncellas y veraneaba en San Sebastián y Biarritz como la realeza, hablaba francés e inglés y le gustaba reírse a lo castizo.
Era esencial y grandiosamente simpático. Estudió Derecho muy lento porque la constancia no era su don, sí la curiosidad, el arte, la escritura, la creación. Las leyes le sirvieron para ser un mal diplomático, pero diplomático al fin y al cabo por sus contactos, y seguir viajando como en su infancia. Solo para eso.
Nos damos la gran vida los que tenemos propensión a ello, los que gastamos todo lo que ganamos no en comprar valores ni en hacer negocios, sino en vivir como queremos
Ramón Gómez de la Serna dijo de él que parecía «criado con biberón de leche de elefante traída de la India». Y en verdad fue la envidia de colegas y compañeros sin malos sentimientos. nadie podía ser como Neville y esto era fácil de comprender con la sola e incluso corta intuición. No era envidiable y sí amable en el sentido del amor. Muchas mujeres le amaron por su carácter único.
Formó parte de «la otra Generación del 27», la de los humoristas y contertulios de los cafés que escribían comedias y artículos. Fue amigo de todos. De Lorca y de Machado. De Ramón y Manuel de Falla. De Ortega y Gasset y de Chaves Nogales. Edgar Neville estuvo en todas partes sin estar, pero estando, amando, viviendo, escribiendo.
El humor es el lenguaje que emplean las personas inteligentes para entenderse con sus iguales
También en Hollywood, donde fue amigo de Chaplin y otros y aprovechó el cambio del cine mudo al sonoro para aprender y llevar allí a sus amigos, a sus necesarios amigos allí donde se abrían oportunidades de trabajo. Fue el primer conquistador (y quizá el único verdadero o tan grande) en la llamada meca del cine.
Nada más aparecer ya se hizo notar con su clasiquísima extravagancia, su encanto y brillantez naturales. Apoyó la II República (tuvo el carnet de la Izquierda Republicana de Azaña) como Ortega al principio, pero desde la lejanía de un dulce vida Hollywoodiense, protagonista de su Babilonia.
Si Dios hubiera querido que fuéramos homosexuales, habría creado a Adán y Esteban
Cuando volvió a España a mediados de los treinta (y después, en los 40, 50 y 60) realizó extraordinarias películas de las que nadie, curiosamente o no tan curiosamente, habla, aunque muchos más de los que se imagina saben lo extraordinario de esas películas. Cuando los tiempos cambiaron tras la guerra y durante, Neville se pasó al otro lado sin que se notase o sí, pero a casi nadie le importó.
Nunca fue un traidor, ni mucho menos un adulador, sencillamente porque lo único que había defendido siempre es su modo de vida. Y la vida solo podía continuar al otro lado. Antes del final de la contienda ya estaba instalado entre los futuros vencedores del brazo de Dionisio Ridruejo. Fernando Fernán Gómez dijo aquello de «ya tenía perro, chalet, coche, piscina, amante, secretaria y mayordomo, cuando los demás teníamos café con leche...».
Aquí yace Edgar Neville, que al final se quedó en los huesos
La cuestión, la única cuestión, era seguir igual que siempre: rico y artista, aristócrata, libre y distinto (hasta nació un día singular como este, el de los Santos Inocentes). Sin ideología o con la contradicción suficiente para surfear la vida siempre en la cresta de la ola y dejar una gran obra vital, literaria, periodística y cinematográfica aún por descubrir como un tesoro desconocido por demasiados.