
Higinio Marín
El barbero del rey de Suecia
'Primum philosophari, deinde vivere'
Conozco a Higinio Marín (Murcia, 1961) desde nuestros remotos años en el colegio mayor y, como no he dejado de leerlo ni de seguirlo, lo vengo viendo venir de lejos con constante admiración y creciente alegría. Como es lógico, siendo la auténtica filosofía una carrera para ver quién llega el último, se ha tomado su tiempo para reflexionar y para forjarse una voz propia y una visión del mundo. Su prestigio, mientras tanto, ha ido aumentando, lentamente, pero, por eso mismo, con sólida formación y sobre cimientos profundos. Con Filosofía breve de la vida (Encuentro, 2025) —que recoge una vida de lecturas, reflexiones sistemáticas y ensayos académicos— cruza una última línea y hace directa divulgación. De servicio público.
Como él mismo sostuvo en Civismo y ciudadanía (La Huerta Grande, 2019): «Estos deberían ser tiempos propicios para el pensamiento, pero no lo son, a pesar de que nuestra perplejidad no tiene precedentes y nuestra desorientación, tampoco». Higinio Marín nos ayuda a propiciar el pensamiento irremplazable. Sabe, gracias a su maestro Jacinto Choza, que «el hombre para serlo necesita saberlo, al menos para serlo según su forma más propia y cumplida». Y entiende que esta comprensión ha de comprehender nuestra circunstancia: «Intentar comprender nuestra época es un ejercicio de autocomprensión, en cuanto que cada uno de nosotros es tan hijo de nuestro tiempo como de su linaje».
El resultado no es optimista (cita a Giddens: «Cuantas menos tradiciones nos orientan más adicciones nos acechan»), pero es esperanzado. Su manera de pensar es agradecer, a lo Heidegger, pero aún más, a lo Rilke: pensar es celebrar.
Sin abandonar nunca su apoyatura metafísica y su amor insobornable a la realidad, estas páginas rozan con frecuencia la poesía. Incluso la más ingenua, como la mía. Pondré dos ejemplos egocéntricos. Higinio Marín constata: «El agua es una celebración por sí misma […] así pues, disponer de agua para el baño es, en todos sus sentidos, una fortuna, la suma elemental de buena suerte y abundancia». No pude menos que recordar, discúlpenme, esta décima espinela que yo escribí a la ducha por aquellos años en los que compartíamos colegio mayor. «No hace frío, ni calor,/ sino lo que yo quería./ Agua ardiente o agua fría./ Lo que elegí. Lo mejor./ Qué patrimonio y qué honor/ gozar tales acomodos./ Ni en la sangre de los godos/ ni por las venas de Oriente/ fluyó este caudal: corriente/ que llueve a gusto de todos». El segundo ejemplo. Para referirme a que los libros nos hacen tal y como somos, hablé de «bibliogenalogía» como el árbol heráldico de antepasados del espíritu. Higinio Marín lo explica mejor y más breve: «Leer es vivir y crecer como no se podría hacer por uno mismo y, por tanto, el lector es un ser en deuda y agradecido: un deudo de sus libros».Que coincidamos es una alegría para mí, que desde aquellos años colegiales admiraba a quien era un poco mayor que yo y mucho más sabio, pero no resulta un gran elogio para el filósofo. Vamos con dos coincidencias más grandes, para ajustar las proporciones de la ponderación. Escribe Higinio: «Todo lo que no sea poetizar es tanto como hablar con palabras de otros»; idea que trae a la memoria a Chesterton: «El gran error consiste en suponer que la poesía es una forma no natural del lenguaje. Todos deberíamos hablar en verso en los momentos en los que verdaderamente vivimos. […] El alma no habla nunca hasta que habla en poesía. En nuestra conversación diaria no hablamos, solo charlamos».
Hay otra coincidencia de envergadura con el poeta Miguel d’Ors. Éste concibió su libro Átomos y galaxias (Renacimiento, 2013) como un gran catálogo de las maravillas, pequeñas y grandes, del universo. Higinio Marín, titulando cada una de las 51 secciones de este libro con el verbo de una acción humana, nos ofrece un catálogo inmenso de nuestra actividad en el mundo, desde el nacer al morir. Ha escogido verbos como títulos porque quiere ponernos en movimiento. Está invitándonos a un círculo virtuoso. Si antes de la filosofía, según el adagio clásico, hay que asegurarse la subsistencia, la filosofía después hará de la vida, luego, algo mucho más excitante y valioso, que necesitará, de nuevo, ser pensado, en cada vuelta todo más elevado y más alegre.
En consecuencia, más que fragmentos, el barbero ha recolectado unos «versos» implícitos:
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Para crecer hay que ser suficientemente uno mismo como para seguir siéndolo incluso más allá de sí.
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De la amistad forma parte algo así como un régimen de permanente y mutua invitación.
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Lo propio de la libertad son los compromisos innecesarios y su celebración, de la que forman parte principal las invitaciones. […] Para invitar es necesaria la propiedad, en todos los sentidos, ya sea el material o el formal de los modales.
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El paseo es al andar lo que el sabor al comer, a saber, una demora gustosa que toma una necesitad como ocasión para excederla.
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Los asuntos de modales no son filigranas prescindibles, sino, por así decir, la última línea de defensa de la civilización y, al mismo tiempo, la forma modesta pero arcana de la memoria del origen de lo humano y de nuestras sociedades. Se trata de una línea del todo desbaratada y desbordada ya en todos sus puntos.
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Sólo los libres pueden tener deberes, dice Hegel, los esclavos tienen necesidades.
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[Leer] requiere de todas las potencias interiores: imaginación, memoria, emoción, reflexión, juicio, análisis, intuición. Por eso quien no lee o apenas lo hace tiene el alma desentrenada. […] La lectura sin recuerdo es pasatiempo.
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Cuando le damos a cada uno lo suyo, nos damos a nosotros mismos lo propio, a saber, la integridad inalienable del hombre de bien.
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Lo que vemos está directamente relacionado con lo que somos capaces de decir. […] Hay, pues, una invidencia general cuya causa es no saber hablar o saber hacerlo muy pobre y escasamente. […] Quien tiene palabras tiene luces, porque cada palabra ilumina lo que dice sacándolo a la luz y haciéndolo visible.
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Vivimos en nuestras palabras, y estas nos ensanchan o estrechan la vida tanto que constituyen sin parangón posible la primera y fundamental forma de riqueza y pobreza.
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Saber escuchar requiere una conquista trabajosa sobre uno mismo. […] Solo sabe escuchar el que sabe guardar silencio, o, lo que es lo mismo, guardar en silencio.
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La ignorancia del apático se vuelve sabionda sin pretenderlo, porque se conduce como si ya lo supiera todo.
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Atender es la forma intensiva de existir o de vivir tan plenamente como está a nuestro alcance.
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Preservan la condición de hombres libres aquellos que teniendo que trabajar lo hacen con un celo y dedicación que excede la medida de lo necesario […] que sólo se puede dar libérrima y gratuitamente, aunque se cobre un sueldo por hacerlo.
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Por paradójico y antijurídico que parezca, sólo si hacemos más de lo que los otros pueden exigir, se atiende debidamente al o que tienen derecho.
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Todo lo que no se agradece se adeuda sin admitirlo y, por tanto, se posee indebidamente. […] Estar agradecido es la forma natural de estar en gracia; y no vivir desde la gratitud es ya, en sí mismo, una desgracia.
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En nuestras sociedades ya no se ensalza ni se celebra el honor, pero sí se celebra y exhibe el orgullo […] [Hay una] preferencia por el orgullo sin honor, o bien contra el honor y sus connotaciones morales y sociales.
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El destino existe, si bien en proporciones variables según sean las personas. Cuanto menos dominio de sí tenga un sujeto más expuesto queda a los impulsos y avatares de su temperamento […] Ninguna otra rebelión humana ha resultado más libertadora que la reivindicación del poder sobre la propia vida que requiere el dominio sobre el propio carácter. Olvidarlo es tanto como malograr el sentido liberador de la ética como señorío.
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Hay un deber cívico de señalar y reconocer de forma pública lo mejor y valioso alabándolo.