
Carritos de bebé en una guardería
El Debate de las Ideas
La revolución demográfica de Barcelona
Una sociedad como la rana en agua hirviendo
En 2023 nacieron unos 11.000 bebés en Barcelona y murieron unas 15.000 personas. La tasa de fecundidad en Cataluña es actualmente de 1,1 hijos por mujer, aproximadamente la mitad de los necesarios para mantener la población estable y más baja que la de Japón (1,2).
Aun así, la población barcelonesa creció en más de 50 mil habitantes, principalmente debido a la inmigración de extranjeros. Sin este aumento de la población extranjera no habría crisis de vivienda y ni siquiera sería necesario construir nuevos pisos. Entre 1996 y 2024 la población total de la ciudad de Barcelona aumentó de 1,5 a 1,7 millones de habitantes, pero en estos 28 años la ciudad perdió unos 400 mil habitantes de origen español y aumentó en unos 600 mil habitantes de origen extranjero.
El 49 % de los bebés nacidos en Barcelona en 2022 tuvieron madres nacidas fuera de España. En no pocas poblaciones catalanas el porcentaje de bebés de madres nacidas en el extranjero ya supera el 60 % y, en algún caso, llega al 70 %. En Tarragona, el 20 % de los bebés nacidos en 2022 tenía orígenes marroquíes; en Manresa, el 34 %, y en Martorell y Mataró, más del 20 %.
Toda una revolución. Estamos avanzando a ciegas hacia el colapso demográfico y el reemplazo de la población autóctona, y aparentemente nadie quiere hablar de sus graves consecuencias.Desde hace tiempo, el consenso establecido entre las élites de este país para mitigar los efectos de la baja tasa de natalidad, es decir, para garantizar la estabilidad de la economía y del estado de bienestar, consiste en mantener el alto nivel de inmigración actual en el futuro.
Como ocurre con otros dogmas actuales, no se reflexiona mucho sobre si este camino es realista o si es sostenible a largo plazo. Por un lado, es un buen negocio para las élites económicas porque les proporciona mano de obra barata, pero el consenso aparente se mantiene también porque todo el mundo sabe que cuestionar la inmigración (a tal escala) te puede convertir en un racista o un extremista de derechas. Es mejor callarse para evitar problemas.
Pero en realidad es más que evidente que es esta una estrategia que, de una manera u otra, terminará fracasando en un futuro próximo.
Se trata de un esquema Ponzi que, por ahora, funciona porque muy pocos inmigrantes se han jubilado. Pero cuando se jubilen en los próximos años formarán parte de una sociedad envejecida. Por lo tanto, en teoría, habría que aumentar cada vez más el flujo de inmigración para poder mantener el nivel de bienestar y pagar las pensiones (aunque ni siquiera está claro si la contribución neta de los inmigrantes al estado de bienestar en Cataluña y España es positiva o negativa, ya que en muchos países europeos, como Francia y Alemania, es negativa).
Sin embargo, es previsible que los flujos de inmigración latinoamericana terminen pronto debido a su propia caída de la natalidad. Esto significa que, para mantener las actuales tasas de inmigración, los flujos solo podrán provenir del continente africano, y eso parece ser el plan del Gobierno. África es el único continente donde, por ahora, se mantienen las tasas de natalidad altas.
Ahora bien, la inmigración en toda España hasta ahora ha creado menos conflicto social que en otros países europeos precisamente por el alto porcentaje de latinoamericanos y su relativamente fácil integración por cuestiones de idioma y similitud cultural. Pero, con un aumento de la inmigración de países africanos, en particular de población musulmana, es más que probable que aumenten los conflictos sociales, tal como muestran los ejemplos de Alemania, Francia y el Reino Unido.
El conflicto social en las sociedades multiculturales
Los problemas directamente relacionados con la inmigración ya van en aumento en Barcelona y aún más en las zonas rurales de Cataluña, especialmente en las poblaciones con un alto porcentaje de población marroquí.
Si en Barcelona aumenta la inseguridad y el incivismo en las calles, no es porque la sociedad autóctona se haya vuelto más criminal, sino que es una clara consecuencia de que entre los muchos extranjeros que vienen a Barcelona, ya sea como turistas o para instalarse en la ciudad temporal o definitivamente, hay demasiados que no se interesan por las reglas de convivencia de la población local. Sin embargo, por corrección política, se suele evitar hablar de la inmigración como factor a tener en cuenta.
Como en muchas otras ciudades europeas con problemas similares, el debate político se centra en reforzar la vigilancia del espacio público mediante un aumento del gasto en policía y cámaras de videovigilancia. Estamos abocados a destinar cada vez más dinero público a este fin, lo que además conduce a unas políticas cada vez más autoritarias y a más restricciones de la libertad.
Esto es la consecuencia de crear una sociedad multicultural en la que la confianza social está disminuyendo rápidamente, al igual que nuestras normas y valores compartidos.
Como explica Robert Putnam en su famoso libro Bowling Alone, los altos niveles de diversidad étnica tienden a mover a las personas a (como lo denomina Putnam) «refugiarse», es decir, se vuelven menos confiadas (incluso con los miembros de su propio grupo étnico), menos altruistas, menos cooperativas, menos propensas a hacer amigos y menos proclives a participar en actividades comunitarias.
La Generalitat de Catalunya cree que el problema puede resolverse con nuevos planes y proyectos de integración. Aparte de que es éste otro ejemplo más de la necesidad de gastar cada vez más dinero para mitigar los efectos de la inmigración masiva, es cuestionable hasta qué punto este optimismo está justificado. Países como Alemania, Suecia y Francia llevan muchos años gastando mucho dinero público y probando diferentes formas de mejorar la integración de los inmigrantes, pero los resultados no son muy prometedores.
En todos estos países existen ahora guetos donde se han suspendido los valores y normas sociales occidentales en favor de las normas de la sharía. Las parejas homosexuales, las mujeres y los judíos ya no se sienten seguros en muchos barrios, como el de Neukölln, en Berlín, donde la policía recomienda a los judíos y homosexuales esconder su identidad.
El caso de las bandas de abusadores sexuales pakistaníes en el Reino Unido es quizá el ejemplo más destacado de los posibles efectos de confiar demasiado en la convivencia multicultural. Durante dos décadas, estas bandas abusaron sexualmente y violaron a miles de niñas blancas británicas. La escritora y feminista británica Louise Perry afirma:
«Cualquiera con un poco de sentido común debería haberse dado cuenta de que la cultura de Gran Bretaña posterior a la revolución sexual y la cultura sexual de un país musulmán como Pakistán no se mezclarían felizmente. Los hombres que participaron en las bandas de violadores claramente no eran buenos musulmanes, sobre todo porque bebían alcohol. Pero, sin embargo, se consideraban étnica y religiosamente distintos de la población mayoritariamente blanca de Gran Bretaña, cuyas hijas se consideraban objetivos legítimos de la violencia sexual.»
Todo cambiará
Los barceloneses son conscientes de que su ciudad está experimentando un cambio rápido debido a la inmigración y el turismo masivos, así como a la llegada de los nuevos expats y nómadas digitales. A pesar de los grandes esfuerzos por normalizar la lengua catalana, su uso social lleva tiempo decayendo y, por toda Barcelona, ya es tan normal escuchar inglés por la calle como español o catalán.
Para algunos, estas tendencias son el resultado normal de la era moderna y de la globalización, mientras que otros están preocupados porque ven que la vida en su barrio está empeorando.
Pero a la mayoría de los barceloneses autóctonos todas estas tendencias todavía no les afectan de manera fundamental. Por ahora, siguen viviendo su vida más o menos como siempre, aunque van cediendo cada vez más espacio a los nuevos habitantes, tanto permanentes como temporales. Y, en gran parte, es cierto que la ciudad sigue funcionando como siempre. En la mayoría de los barrios, siguen habiendo muchas de las tiendas y bares de siempre. Las instituciones políticas, mediáticas y culturales de la ciudad y de Cataluña siguen más o menos igual que hace veinte años y aparentan que podrán seguir igual o incluso con más fuerza dentro de veinte años.
Pero parece que la vida catalana, con esta fuerte conciencia de tradición, está inmersa en una burbuja y, en ella, la gente actúa como la rana en el agua hirviendo de la fábula.
Si no cambian las políticas en materia de inmigración, en algún momento de la próxima década, o quizá antes, los autóctonos serán una minoría en la ciudad, lo que significa que más del 50 % de los ciudadanos de Barcelona habrán nacido en el extranjero o sus padres habrán nacido en el extranjero.
Es muy posible, o incluso probable, que en las dos próximas décadas en Barcelona ocurra lo mismo que en Londres y en muchas ciudades francesas: cuanto mayor sea la proporción de inmigrantes en la ciudad, más rápidamente emigrará la población autóctona a municipios del área metropolitana de Barcelona con una proporción aún menor de inmigrantes, y dentro de Barcelona quedarán algunos barrios con menos inmigrantes, a los que se retirará la población autóctona.
En nuestro debate público es habitual tachar estas tendencias como producto del racismo o de una ideología de extrema derecha, pero en realidad se trata simplemente de que los catalanes no quieren renunciar a su estilo de vida y quieren convivir con personas que comparten su cultura, sus valores y sus normas sociales.
El periodista estadounidense Christopher Caldwell ya advertía que Europa no puede seguir siendo la misma con una población distinta. Lo que los europeos llaman «integración» en la era de la inmigración masiva nunca ha significado ayudar a los inmigrantes a adaptarse o incluso asimilarse a la nueva sociedad y cultura. Por lo general, cuando se habla de «integración» lo que se pretende es establecer reglas que gestionen las sensibilidades de los diferentes grupos étnicos de una sociedad multicultural. Se trata de celebrar la diversidad. La mayoría de los inmigrantes en Europa que provienen de culturas no europeas se instalan en comunidades y guetos de su propia cultura, y muchos de ellos, en segunda y tercera generación, aún se casan entre miembros de su propia etnia. Estos inmigrantes vienen con su pasado, su historia, sus costumbres, sus ritos y sus convicciones, y quieren mantenerlos.
Entonces, ¿puede Barcelona seguir siendo la misma con una población distinta? Claramente, la respuesta es no. A medida que su mayoría demográfica y cultural se debilite, la voz política de los autóctonos catalanes y su control sobre las instituciones y los recursos se verán inexorablemente socavados, por lo que acabarán como extraños en su propia tierra.
Es poco probable que este proceso de reemplazo de la población autóctona vaya a ser pacífico. Más bien, es de esperar que, en algún momento, se produzcan revueltas populistas masivas, como ya estamos viendo en muchos países europeos. Los éxitos de Aliança Catalana en muchas poblaciones catalanas probablemente solo sean el principio.
Lo que quizás más debería preocuparnos es que entremos en un período de violencia masiva que nos aboque a una especie de guerra civil. David Betz, profesor de estudios sobre la guerra en el King’s College de Londres, pronostica que países como Francia y el Reino Unido entrarán en guerra civil en algún momento de los próximos cinco años. Argumenta que la confianza de las clases populares en las élites y el gobierno ha colapsado. La cohesión social lleva tiempo en declive y el multiculturalismo ha fracturado y polarizado profundamente la sociedad británica. Las bandas de violadores pakistaníes, en particular, socavan la legitimidad del Estado ante mucha gente, que percibe que el sistema les permitió actuar impunemente.
Y sobre todo, cuando un grupo de población que antes era dominante pierde su poder y su posición, como está sucediendo actualmente con los británicos blancos, se crea una situación explosiva. Según Betz, la guerra civil en Europa se caracterizará por acciones terroristas desorganizadas que tendrán como objetivo provocar el colapso social. Los disturbios masivos que estallaron el verano pasado en muchas ciudades británicas tras el apuñalamiento de tres niños en Southport fueron un pequeño anticipo de lo que está por venir.
¿Es posible un cambio de rumbo en la tasa de natalidad?
Una cultura no puede conservarse si la sociedad deja de reproducirse. Si llegamos a la conclusión de que la inmigración a gran escala, como está ocurriendo ahora, no es una buena solución y queremos reducirla a un mínimo en los próximos años, es necesario hacer esfuerzos mucho más serios para aumentar la tasa de natalidad. Pero, ¿por qué es tan baja la tasa de natalidad en España?
Según la opinión generalizada, la baja natalidad en España se debe sobre todo al bajo gasto social destinado a apoyar la maternidad y a la dificultad que tienen muchas familias para llegar a fin de mes. En consecuencia, las prestaciones para favorecer la maternidad han aumentado considerablemente en los últimos años, pero sin lograr el efecto deseado.
En realidad, en España, como en muchos otros países, se ha puesto demasiado énfasis en el factor económico como clave para mejorar la natalidad. Es un factor que puede ayudar, pero por sí solo puede ser ineficaz. Los países escandinavos son de los que más dinero público gastan en favorecer la maternidad, pero también han visto cómo la tasa de fecundidad ha bajado mucho: en Suecia, por ejemplo, ha pasado del 2,0 al 1,5 en los últimos 15 años.
Además, a menudo son los países pobres los que tienen altas tasas de natalidad, como los países africanos, y en la Europa de la posguerra de los años cincuenta, cuando la situación económica de la mayoría de las familias era bastante precaria, se produjo un espectacular auge de la natalidad.
Sin embargo, se puede constatar que existe una clara relación entre el prolongado descenso de la tasa de natalidad en la mayoría de los países del mundo y los procesos de modernización social que han experimentado. Dos hitos clave en este proceso fueron la incorporación de la mujer al mercado laboral a principios del siglo pasado y la invención de la píldora en los años sesenta, que desencadenó la revolución sexual y la legalización del aborto. Una serie de procesos sociales y políticos, como el abandono progresivo de los fuertes lazos sociales con la familia, la iglesia y la comunidad local en favor de la independencia y el individualismo; el movimiento de liberación de la mujer y, en paralelo, la introducción de las pensiones y otros logros del estado del bienestar, hicieron que tener hijos pasara a ser una opción en lugar de una necesidad u obligación.
En la actualidad, destacan por su alta tasa de natalidad precisamente los grupos que no se han modernizado y que siguen siendo muy religiosos, como los Amish en Estados Unidos o los judíos ortodoxos en Israel.
En las sociedades modernas, muchas mujeres (y también hombres) quieren seguir teniendo hijos, pero en las nuestras, posrevolución sexual, o bien llegan tarde a una relación estable (y/o matrimonio) o bien nunca encuentran una relación estable, por lo que no encuentran el momento adecuado para tener hijos o simplemente ya no pueden tenerlos por razones biológicas.
Sin embargo, esto no explica por qué precisamente en España la tasa de natalidad es tan baja. Una hipótesis para explicar la baja natalidad tan extrema que hay en España podría ser la siguiente: a lo largo del proceso de modernización y la integración de la mujer en el mercado laboral, el estatus de la madre en la sociedad ha ido disminuyendo progresivamente. Una de las dinámicas más importantes que se observa en todas las culturas es el juego del estatus. Todos intentamos alcanzar un estatus elevado en los grupos a los que pertenecemos. En las sociedades modernas, las madres que se dedican por completo a la maternidad suelen tener un estatus bajo e incluso se las trata con lástima, mientras que una mujer puede alcanzar un estatus elevado en la sociedad si sigue una carrera profesional y logra la independencia económica.
Como todas las madres saben muy bien, el embarazo y los primeros años de maternidad suponen un gran esfuerzo para las mujeres. Por mucho que los hombres puedan ayudar y aliviar la carga, el sacrificio es grande y, si además no encuentra reconocimiento social, a muchas mujeres no les compensa.
En ningún otro país europeo el movimiento feminista a favor de la liberalización y la independencia profesional de la mujer es tan dominante como en España. En ningún otro país europeo se hace tanto hincapié en los medios de comunicación, y de forma tan constante, en que el objetivo político es que las mujeres alcancen el mismo estatus que los hombres en todas las profesiones. Sin embargo, se habla poco o nada de la importancia de la maternidad para la sociedad.
Es muy posible que el extraordinariamente bajo estatus de las madres que no trabajan fuera de casa sea la clave de la baja tasa de natalidad en España.
Si este análisis es correcto, la clave para mejorar la tasa de natalidad en Cataluña y en el resto de España estaría en elevar el estatus de la maternidad en todos los ámbitos de la sociedad.
Esto requeriría un cambio fundamental en el movimiento feminista español, o quizá, de manera más realista, la aparición de un nuevo movimiento feminista.