¡Lío en Barcelona!, la bisnieta traiciona a Wagner
La historia del «Lohengrin» que Katharina Wagner estrenará mañana en el Liceo de Barcelona propicia su propio culebrón de riñas, desplantes y comunicados con el compositor alemán, al que pretenden rectificar en sus mensajes, como invitado ausente

La bisnieta del compositor Richard Wagner, Katharina Wagner, en la presentación de la ópera 'Lohengrin' en el Liceo
Ignoro si Clint Eastwood ha tenido en alguna ocasión contacto con las óperas de Richard Wagner. El actor y director es algo más que un adorador del jazz: incluso ha llegado a intervenir en varios de los temas para sus películas, como ya sucedió en Los Puentes de Madison, y toca el piano con soltura.
Desde luego, pueden establecerse ciertos paralelismos entre algunos de los personajes de los filmes de Eastwood en relación, por ejemplo, con el protagonista de Lohengrin y sus circunstancias.
En Lohengrin, Elsa de Brabante, aguarda con fe al caballero que la represente en el torneo destinado a preservar su honor. El conde Telramund había acusado previamente a la mujer de asesinar a su hermano, Gottfried, para así asegurarse el ascenso al trono.Acaso solo Dios lograría disipar todas las dudas sembradas sobre su persona. Por eso, ella espera que la intervención divina se verifique con la llegada de un desconocido para defenderla: «Con leve fulgor de armas se acercaba un jinete» (quizá pálido), canta en su intervención más inspirada. Si el héroe soñado llegara a presentarse para batirse en duelo con Telramund, su victoria solo podría significar una cosa: la inocencia de la dama.
La historia del caballero misterioso que salva a la dama
El caballero Lohengrin, surgido del misterio a lomos de un cisne, se hace presente. Vence a Telramund y luego se casa con Elsa, entre músicas nupciales que hasta el presente aún se siguen empleando en las uniones de tantas parejas actuales (el mismo Franz Listz las dirigió en el estreno de la ópera: Wagner permanecía huido de la policía, en Suiza, por su participación en las algaradas de la revolución de Dresde).
El marido solo había impuesto una única condición para ayudarla: jamás debía preguntarle acerca de sus orígenes.
Aunque ofuscada por la intrigante Ortrud, una envidiosa que solo desea destruirla, la joven esposa termina por traicionar el juramento.
Su entristecido valedor se lo explica todo acerca de su pasado pero, en ese mismo momento, ya debe partir para siempre. Elsa no puede soportarlo y fallece. El cisne que había portado a Lohengrin hasta allí se convierte en el hermano Gottfried, víctima de un hechizo maligno.
La inocencia mancillada de la descendiente de los Brabante se restablece. La perfidia de los malvados los condena. A través de la verdad, una cierta justicia ha devuelto la armonía a las orillas del río Escalda.
Con sus imágenes de cisnes, sortilegios y el lirismo perfumado de una música que Thomas Mann juzgó atinadamente de una «belleza azul plata», Lohengrin podría tratarse, también, de un filme como los viejos de Disney, si no fuese porque el matrimonio acaba como acaba.
El «happy end» se ocupa más de la aspiración general de suprimir de raíz el mal en la sociedad que de garantizar la pequeña felicidad burguesa de una pareja.
Hay quien asegura que en esta ópera de buenos y malos Wagner quiso retratar a cristianos y judíos. No merece explicarse quién es quién: un hombre providencial surge de la nada para provocar con sus actos que su país permanezca a salvo de la perniciosa influencia hebraica. ¿Les suena?
El propio nieto de Wagner, Wieland, a la hora de ofrecer su puesta en escena en el Festival de Bayreuth de este título sugirió algo parecido. Al fin y al cabo, esa es una interpretación que podría tener una cierta relación con algunas de las ideas del abuelo, plasmadas en varios de sus escritos.
La bisnieta se propone rectificar a su pariente
Wieland tuvo una sobrina, Katharina, que hoy se ocupa no solo de velar por la maltrechas riendas del negocio familiar de Bayreuth (algo para lo que no parece la persona más idónea), si no de ofrecer además sus propias, controvertidas visiones acerca de la obra del bisabuelo, como directora de escena.
Pero el suyo parece un claro ejemplo de que la inteligencia no siempre se transmite en las dosis adecuadas con los genes, algo que, con otros matices, ya se había visto antes a través del ejemplo de su propio padre, Wolfgang.
Katharina ha llegado ahora a España para aprovecharse de ese papanatismo tantas veces grabado a fuego en nuestras raíces. Con profusión de fanfarrias se ha presentado en el Liceo de Barcelona para ofrecer «el estreno mundial», mañana mismo, de una nueva producción suya, a propósito del Lohengrin.
En su afán alegadamente «desmitificador», que tanto daño ha causado al prestigio del festival que maneja (aunque las autoridades bávaras ya están meditando arrebatarle el mando), y de puesta al día del «mensaje wagneriano» de acuerdo con las ideas más en boga en estos tiempos «concienciados», la mujer viene dispuesta a entrar a saco en la ópera de su pariente, como ha hecho otras veces, para aclararle al populacho algunos conceptos erróneos, que no os enteráis.
El protagonista, un criminal producto del patriarcado
En la versión que se podrá ver ahora en el coliseo de la Rambla, según lo que se ha avanzado en los ensayos y lo que se desprende de algunas de las declaraciones de la propia directora, Lohengrin se pondrá patas arriba para demostrar que hasta ahora habíamos estado equivocados.
Lo que el libreto y la música trasladan realmente no es más que la visión pasada de moda del autor, un machista de manual, que aún creía en esas antiguallas, tantas veces perpetuadas por la mala literatura, de que el héroe anónimo, caballero andante o príncipe azul debía acudir siempre al rescate de las damas en apuros. Nada de eso, por favor. Ellas ya se bastan solas. Lo otro solo resulta una zafia consecuencia del «heteropatriarcado».
Así que, como un calcetín, le ha dado la vuelta al argumento de la ópera para asegurarse el «empoderamiento» de Elsa de Brabante. Lohengrin, en realidad, es un criminal cuyo principal secreto, el misterio que lo adorna, consistiría en encubrir el hecho de que él mismo asesinó a Gottfried, el hermano de Elsa.
Y la maga Ortrud, quien propició el encantamiento que convirtió al chico en un cisne para que las sospechas sobre la desaparición del heredero al trono recayeran en su rival femenina, pasa a ser, en esta versión, una suerte de «hada buena».
Para la lectura de Katharina Wagner nada importa que la señalada hechicera se exprese con toda rotundidad en su canto de lúgubres acentos: «Dioses profanos… ¡bendecidme con la mentira y la hipocresía, a fin de que mi venganza triunfe!».
No, señor, están todos equivocados. En realidad, la sensible Ortrud, aquí una aguerrida luchadora contra los perennes vicios de la «sociedad patriarcal», «ambiciona el poder pero en el fondo lo quiere para defender a Elsa y a todas las mujeres», según explicó la cantante que abordará este mismo papel en el estreno, Miina-Lisa Värelä.
A esta última intérprete, que no es la titular contratada para el papel en Liceo, le tocó enunciar los cambios en la naturaleza psicológica de su personaje, su increíble transformación, durante la rueda de prensa de presentación de la ópera en la que no comparecieron ni la Ortrud elegida para el primer reparto, la soprano Irene Theorin, ni la propia Katharina Wagner, que ese día debió pillar un inconveniente resfriado.
Peleas entre las mujeres, durante los ensayos
Lo cierto es que durante los ensayos, Theorin y la Wagner litigaron, como ya les había ocurrido otras veces. La soprano sueca emitió un comunicado para decir que no participaría en el estreno por «diferencias artísticas» con la directora de escena. En cambio, sí estará en el resto de las funciones.
¿Pero si esta cantante no se encuentra satisfecha con las ideas artísticas de la bisnieta, lo más natural no hubiese sido marcharse, dejar del todo la producción? Ha decidido borrarse solo de la primera, la única en la que teóricamente debería compartir escenario, al menos durante los saludos, con la tataranieta de Listz.
Para el resto de las funciones, ¿se guarda sus principios porque de lo contrario no cobraría el caché convenido, o su decisión se trata de una deferencia hacia el Liceo, que habría procurado hallar una salida digna para todos?
El director artístico del teatro catalán, Víctor García de Gomar, ha apuntado hacia esto último. En la citada rueda, comentó que las desavenencias surgidas entre la artista y la directora de escena habían sido «temas de cocina».
En otro contexto, y refiriéndose a dos mujeres, seguramente la expresión tampoco hubiese pasado desapercibida. ¿Vale la pena todo este follón por asegurarse la atención de los medios?
¿Por qué nadie le dice a Katharina Wagner que mejor piense en dedicarse a escribir sus propias historietas, en lugar de perseverar en la idea de convertirse en una adalid del supuesto feminismo, hasta retorcer a su gusto y conveniencia las obras de su célebre pariente? ¿O es que quizá se cree que así se hará perdonar las asociaciones que a veces se han establecido entre Wagner y el nazismo, a costa también de las ambiguas actitudes de una parte de su entretenida parentela?