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Andrés Amorós
Andrés Amorós

Diez claves detrás de la prohibición de los toros en México

Ha quedado clarísimo que, muchas veces, la oposición a la Tauromaquia nace de una actitud política, el odio a la tradición cultural española

Actualizada 04:30

Fotografía panorámica de la Plaza de Toros de México

Fotografía panorámica de la Plaza de Toros de MéxicoEFE

Apetición de un grupo animalista, una jueza ha prohibido «las corridas de toros con sangre». Eso ha sucedido en México: según el New York Times –que no es precisamente un diario taurino– , «la mayor ciudad taurina del mayor país taurino del mundo». El lamentable esperpento se puede explicar con diez claves...

1/ Pretenden permitir sólo un absurdo espectáculo, una tauromaquia a la mexicana, con una duración reglada de las faenas, como si fuera un partido de fútbol o baloncesto; con los cuernos de los toros envueltos en fundas, para que no causen daño a los lidiadores; sin usar picas, varas ni por supuesto, la espada. Al final, el toro volvería a los corrales.

Allí, se supone, lo matarían: una vez que ha sido toreado, el toro ha aprendido, ya no sirve para la lidia. Se elimina así toda la emoción y la grandeza trágica del rito. El resultado sería peor que una charlotada: una especie de mojiganga, para consumo de turistas; un partido de fútbol amistoso, sin porterías ni goles; un partido de rugby en el que los jugadores se ofrezcan versallescamente el balón… Algo semejante se quiso hacer en Baleares pero un recurso legal seriamente fundamentado lo anuló.

2/ La tradición taurina es una de las más antiguas y más hondamente arraigadas en la cultura popular mexicana. Los españoles llevaron allí la fiesta brava, igual que el resto de su cultura. Cuentan los cronistas que un primo de Hernán Cortés, don Juan Rodríguez Altamirano, llevó a Méjico toros procedentes de Navarra.

En la quinta Carta de Relación, escribe Hernán Cortés al Rey de España: «Otro día, que fue de San Juan, (llegó un mensajero) de vuestra sacra majestad, estando yo corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas».

El 13 de agosto de 1529, ocho años después de consumada la Conquista, se establece oficialmente la fiesta de toros en la ciudad de México. Desde 1535, fue costumbre solemnizar con corridas la llegada de cada nuevo virrey. Varios de ellos fueron «lindos lidiadores» a caballo.

A lo largo de los siglos, la evolución del festejo taurino, en México, ha sido exactamente paralela a la que ha tenido en España.

Enrique Ponce, en su corrida de despedida en México

Enrique Ponce, en su corrida de despedida en MéxicoEFE

3/ Desde la legendaria ganadería de Atenco (con antigüedad de 1652), las mexicanas fueron evolucionando, gracias a los cruces con la mejor sangre brava española. Abunda en México, por ejemplo, el encaste Saltillo. La selección y el manejo han hecho que el toro mexicano suela tener una nobleza y un temple característicos. Un ejemplo: dijo Chicuelo que «como los toros de San Mateo, no los he toreado mejores».

En época reciente, muchos diestros españoles han proclamado que esa embestida pastueña, típica del toro mexicano, les ayudó a mejorar su estilo de torear. Toda esa riqueza ganadera desaparecería si triunfase esa «corrida a la mexicana», para la que bastaría con reses de madia casta.

4/ Todos los grandes toreros españoles han actuado en México; algunos, han llegado a ser ídolos, «consentidos» –así dicen allí– . Entre otros, Ignacio Sánchez Mejías, Manolete, Paco Camino, Joaquín Bernadó, El Niño de la Capea, Enrique Ponce, José Tomás…

La lista de grandes toreros mexicanos es larguísima, imposible de resumir. Como ejemplos, baste con mencionar unos pocos: Ponciano Díaz, «el de los bigotes»; Rodolfo Gaona, rival de Ignacio Sánchez Mejías, al que, por su elegancia, llamaron «el Petronio mexicano»; Juan Silveti, «el Tigre de Guanajuato», fundador de una dinastía que llega hasta hoy mismo; lo mismo sucede con Armillita, al que consideraron «el Joselito mexicano»; Lorenzo Garza; El Soldado; Solórzano; Silverio Pérez; Luis Procuna, protagonista de la gran película Torero; Carlos Arruza, «el Ciclón», rival de Manolete; Calesero; Capetillo; Jesús Córdoba; Fermín Rivera; Joselito Huerta; Manolo Martínez… En los últimos años, han triunfado en Las Ventas Eloy Cavazos y Joselito Adame.

La afición mexicana, tan apasionada, ha consagrado siempre como héroes populares a sus grandes toreros. Con el nuevo tipo de festejo, tan descafeinado, perderían ese carácter.

Una bandera de México sobre la arena de la plaza de toros de la capital

Una bandera de México sobre la arena de la plaza de toros de la capital(EPA) EFE

5/ Desde el siglo XVI, se levantaron plazas de toros provisionales, de madera, en la capital mexicana. El primer coso permanente, llamado Real Plaza de San Pablo, se inauguró en 1788, muy poco después que los de Sevilla y Ronda. En la capital de México, en 1907 se inauguró la Plaza El Toreo; en 1946, la Plaza Monumental, en una corrida en la que alternaron El Soldado, Luis Procuna y Manolete. Este gigantesco «embudo» se considera la Plaza más grande del mundo; verla llena de público es ya un espectáculo. Todos los diestros que han logrado triunfar allí proclaman que supone una experiencia inolvidable.

En ese pretendido «toreo a la mexicana», bastará con placitas muy chicas, para acoger a los grupos de turistas que acudan. A los aficionados, eso no les puede interesar. El perjuicio económico sería enorme.

6/ Según ha declarado Francisco López Morales, director de Patrimonio Mundial del Instituto Nacional de Antropología y e Historia de México, éste es el primer país que ha realizado un inventario nacional de los festejos taurinos que allí se celebran, con vistas a conseguir la protección de la Unesco. La riqueza y variedad de estos festejos confirma la hondura de la tradición taurina mexicana.

7/ Se ha argumentado que esta corrida «a la mexicana» que se pretende instaurar forma parte de una presunta lucha contra la violencia. Con todos los respetos, no es un argumento serio: considerar que las corridas de toros son el principal foco de violencia en el México actual supone –como ha dicho el Niño de la Capea, tan amante de esa tierra– «una hipocresía y un cinismo fuera de lo normal». Baste con comparar el número de festejos taurinos que se celebran anualmente en México y el número de muertes violentas, en el mismo período de tiempo.

8/ En México, la Fiesta de los toros no sólo está muy arraigada en la cultura popular; también forma parte importante de la cultura que podemos considerar elevada. Baste con un par de ejemplos. A fines del siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz, una figura extraordinaria, trata el tema taurino en varios de sus poemas; por ejemplo, en el soneto «Habiendo muerto el toro el caballo». Y en otro soneto, verdaderamente revolucionario, en el que compara «la furia desbocada» del «fogoso bruto» con los riesgos de elegir «estado durable hasta la muerte».

Recientemente, también hay referencias taurinas en los poemas de Octavio Paz. En 2003, el gran novelista Carlos Fuentes pronunció el Pregón Taurino de Sevilla, en el que recordaba la profunda emoción que le causó ver por primera vez una corrida de toros, en 1945, en la que toreó Manolete:

«Despertó en mí un tropel de emociones estéticas, que iban del asombro a la admiración (…) Vi el emparejamiento de dos heroicidades: la del diestro y la de su contrincante animal (…) Viendo lidiar a Manolete, en México, me di cuenta de la más profunda relación del alma hispánica y el alma mexicana».

9/ Ha acertado la Fundación del Toro de Lidia al calificar este ataque a la Fiesta: «Es un fraude, una prohibición encubierta». Desde España, podemos ofrecer apoyo, afecto, poco más. Son los profesionales y los aficionados mexicanos los que tienen que movilizarse contra este disparate, sin aceptar esa falsificación total del rito taurino.

10/ Además de ceder a los animalistas, la prohibición de la jueza mexicana ha recibido el apoyo de la presidenta, Claudia Sheinbaum. Ya ven los mexicanos los riesgos de votar a alguien que no lo merece. (En la España actual, lo sabemos y lo sufrimos de sobra). Esa misma presidenta es la que, con manidos argumentos, tomados de la vieja «leyenda negra», se opone a la herencia cultural española.

Toda esta desgraciada historia tiene solamente un aspecto bueno. Por si alguien mantenía alguna duda, ha quedado clarísimo que, muchas veces, la oposición a la Tauromaquia nace de una actitud política, el odio a la tradición cultural española. Justamente eso es lo que sucedió, hace unos años, en Cataluña, y ahora está pasando en México.

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