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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Fray Damián Cornejo (1629-1717): «Esta mañana, en Dios y en hora buena…»

Un brillante juego de ingenio barroco, para evocar una escena erótica

Actualizada 11:33

La Maja Vestida de Goya

La Maja Vestida de GoyaMuseo del Prado

Después de las archiconocidas Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, traigo a esta sección un poema mucho menos popular, para el gran público: un soneto erótico, atribuido a fray Damián Cornejo.

La poesía española —igual que todas las demás— trata el tema del amor desde perspectivas muy variadas: es frecuente la idealización, sobre todo a partir del amor cortés provenzal y del petrarquismo, pero no faltan el tono burlesco, la meditación filosófica, el realismo ni el erotismo directo. Esta última línea ha merecido menos comentarios, por pudor y por censura; eso no quiere decir que no exista; tampoco, que no haya sido leída con placer por muchos lectores.

Ese raro balanceo entre lo minoritario y lo popular se da en el soneto que comienza «Esta mañana, en Dios y en hora buena…». Según creo, en la segunda mitad del siglo XVII y en el XVIII circuló sólo en manuscritos, sin llegar a la imprenta (una forma de difusión más frecuente e importante de lo que solemos pensar, como demostró el sabio Rodríguez-Moñino).

Nuestra Ilustración, aparentemente muy púdica, esconde también una tendencia libertina, La cara oscura del siglo de las luces, según el certero título de Guillermo Carnero. De hecho, Camilo José Cela toma de esta época muchos de los ejemplos que incluye en su Diccionario secreto.

En el XIX, varios eruditos se divierten publicando, en ediciones minoritarias, este tipo de literatura «non sancta»: es entonces, creo, cuando se publica por primera vez este soneto. A partir del siglo XX, son varias las antologías de poesía erótica española que lo incluyen.

¿Quién es su autor? Se atribuye tradicionalmente a fray Damián Cornejo (Palencia, 1629 - Orense, 1717), que escribe a fines del siglo XVII, en el estilo del barroco tardío, anterior a la Ilustración; lo que se suele llamar el Bajo Barroco. (Últimamente, lo ha reivindicado y editado Zoraida Sánchez).

Desde la época de Felipe IV, se puso de moda la poesía jocosa, con nuevas formas de expresión que, evidentemente, estaban influidas por las nuevas circunstancias que vivía la sociedad española.

Damián Cornejo fue una figura religiosa y literaria reconocida, en la decadente España de Carlos II: la que retrata un precioso cuento de Francisco Ayala (El Hechizado) y una novela de Ramón J. Sender (Carolus Rex).

Cornejo fue profesor en la Universidad de Alcalá de Henares, predicador, historiador de su Orden; llegó a obispo de Orense. Le encargaron escribir la vida de San Francisco: su obra es una de las más citadas en el Diccionario de Autoridades.

Se le han atribuido más de 70 poemas: todos publicados póstumos. En su obra poética existen dos líneas muy diferentes: por un lado, la lírica sagrada; por otro, la burlesca, satírica o claramente erótica. El contraste entre las dos es tan grande que algunos han atribuido estos poemas a otro poeta, quizá amigo suyo, Manuel León Marchante.

En realidad, este contraste no debe sorprendernos demasiado: existe también, por ejemplo, en Quevedo, cuya enorme influencia llega hasta la época ilustrada, a las obras en prosa y en verso de Torres Villarroel.

Vayamos ya con este soneto. Parte de una expresión popular, de origen religioso: «En Dios y en hora buena…». La ironía básica consiste en que se utilice para iniciar el relato, en primera persona, de un personaje que sale en busca de un encuentro erótico pagado.

Aunque en el primer momento nos sorprenda, no debe chocarnos mucho: si San Juan de la Cruz utilizaba el amor humano como metáfora del divino, que era el que él quería cantar, muchos escritores de los Siglos de Oro usan términos religiosos para ponderar el amor humano (y también para burlarse de él, por supuesto).

La dama retratada en el soneto posee algún rasgo que conecta con el idealismo neoplatónico: «blanca la frente y rubia la melena». Choca con esto un dato realista, que algunos atribuyen a la influencia árabe: «Vi un ojo negro, al parecer, rasgado».

En el segundo cuarteto, el varón utiliza, para requebrarla, un lenguaje solemne, con antítesis: «gloria… pena; muerto… vivo». A Calderón de la Barca recuerda la doble metáfora: «ese encanto de áspid o sirena». En realidad, esta retórica no hace más que aumentar la básica ironía.

El poema culmina en los dos tercetos: una lacónica enumeración de verbos en tercera y primera persona, en un juego de ingenio barroco muy logrado. Para describir la felicidad del que ha satisfecho su deseo sexual, vuelve el autor a recurrir, al final, a la metáfora religiosa: «…y fuime, como un santo».

En el fondo, este poema supone una burla del amor cortés y una proclamación de la satisfacción erótica: algo que rompe muchos tópicos sobre nuestro Siglo de Oro. El brillante juego verbal es lo que más fama le ha dado a este soneto, en todas las épocas.

A fines del siglo XIX, un escritor juzgó tan escandaloso este poema que juzgó que su publicación «merecía la cárcel». Espero tener yo mejor suerte.

Soneto

Esta mañana, en Dios y en hora buena,

salí de casa y víneme al mercado;

vi un ojo negro, al parecer rasgado,

blanca la frente y rubia la melena.


Llegué y le dije: «Gloria de mi pena,

muerto me tiene vivo tu cuidado.

Vuélveme el alma, pues me la has robado

con ese encanto de áspid o sirena».


Pasó, pasé; miró, miré; vio, vila;

dio muestras de querer, hice otro tanto;

guiñó, guiñé; tosió, tosí; seguíla;


fuese a su casa y, sin quitarse el manto,

alzó, llegué, toqué, besé, cubríla…

dejé el dinero y fuime, como un santo.

Fray Damián Cornejo.

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