David Jiménez: «En España tiene más estatus un tertuliano del cotilleo que un reportero de guerra»
Con la novela 'El Corresponsal' inaugurando en las librerías, el exdirector de El Mundo relata a El Debate «las luces y las sombras» de la profesión que se está perdiendo y su opinión sobre el conflicto a punto de estallar: Ucrania
Los comienzos del exdirector de El Mundo David Jiménez como corresponsal de guerra son hoy impensables. Entró al despacho del director de un periódico y pidió irse a Asia. Ahora, los que quieren dedicarse a lo que él ha hecho durante 20 años de su vida en países como Birmania, Corea del Norte o Afganistán lo tienen más complicado.
En homenaje a esta profesión en decadencia en España y como recuerdo de los colegas caídos en el ejercicio de sus tareas, Jiménez lo vuelve a hacer: tras destapar ciertas miserias que rodean al periodismo con su libro El Director ahora aborda la realidad sobre la figura del reportero de guerra con su nueva novela El Corresponsal (Planeta), en la que muestra el lado «más canalla» de la profesión y con la que reivindica su paulatina desaparición en el gremio.
El Debate charla con él sobre su nueva obra, su experiencia como periodista en países en conflicto y sobre los tambores de guerra que amenazan a Ucrania.
–¿La elección de un sintagma nominal para el titular como en El Director viene a presagiar que este libro va a ser igual de polémico?
–El Director provocó muchísima polémica, tampoco buscada, pero bueno es verdad que era un libro duro con la profesión y muy crítico. En El Corresponsal me voy a la novela basada en hechos reales para hacer un retrato de un mundo que conocí durante los 20 años que fui reportero. Digamos que he retratado el lado oscuro y las luces de ese mundo. O sea, lo que no he hecho es mitificar y romantizar tipo Hollywood cómo es la vida de los corresponsales, porque luego son gente que tiene sus rivalidades y comete traiciones.
–¿Qué diferencia a este libro de El botones de Kabul basado en tu corresponsalía en Afganistán?
–En este he querido dar un homenaje. El libro empieza con una dedicación a Ricardo Ortega y a los reporteros que no han regresado a causa de las coberturas. Quería que fuera un homenaje a un oficio, el de corresponsal, que está desapareciendo porque las corresponsalías han cerrado y la profesión se ha precarizado. Ahora nos encontramos con gente muy joven que se va a cubrir los conflictos por muy poco dinero y digamos que todo el romanticismo que yo viví y toda esa parte vocativa del corresponsal se ha ido perdiendo. Incluso los bares de corresponsales donde los reporteros iban a contarse sus batallas y a beber sus whiskys después de una cobertura también han ido desapareciendo.
–¿Pero cuál cree que es la causa de la decadencia de este oficio?
–Es curioso que en España, especialmente la figura del corresponsal, no se respeta. Quizá en la escala de valores del periodismo es la peor cuando es la que tiene más mérito, porque al final no deja de ser gente que se va a miles de kilómetros de distancia a jugarse la vida por contarnos lo que está pasando en el mundo. Eso que en países como Estados Unidos, Alemania, Francia están considerados el máximo en la profesión, en España, en cambio, no es así. Tiene más estatus un tertuliano del cotilleo o el periodista que hace política en el Congreso que el reportero.
– ¿Qué experiencia negativa le ha marcado más?
–Lo más triste quizá fue la pérdida de compañeros. En el libro uno de los protagonistas es Kenji Nagai, que es un fotógrafo japonés al que mataron a escasos metros de donde yo estaba en Rangun en el año 2007. Siempre es muy duro cuando compañeros caen en acto de servicio pero luego, como corresponsal, para mí lo más duro siempre ha sido la guerra. En los desastres naturales y en otras situaciones al final es una cosa del destino pero en la guerra las personas se matan con intención. Hay un intento de destruir al otro. Cuando ves que personas que unas semanas antes se intercambiaban la sal y sus hijos jugaban en el parque, ahora están degollándose, es un momento duro que hace que el corresponsal pierda la confianza en la condición humana. Es muy difícil estar cubriendo guerras, injusticias o desigualdades durante mucho tiempo y no acabar siendo una persona muy negativa sobre lo que somos los seres humanos. Por eso creo que los que no lo dejan a tiempo normalmente, o se vuelven cínicos o se vuelven locos.
Cuando ves que personas que unas semanas antes se intercambiaban la sal y sus hijos jugaban en el parque ahora están degollándose pierdes la confianza en la condición humana
–¿Con quién se identifica más de los dos personajes clave de su novela? ¿Con Daniel Vinton o Miguel Bravo?
–Tengo cosas de los dos. Tuve cosas del joven entusiasta que se fue con 26- 27 años a cubrir las guerras, las revoluciones y los desastres naturales. Y también algo del veterano que después de hacerlo veinte años se preguntó ¿ha servido? ¿he conseguido parar una bala en una guerra por muchas historias que he ido a contar? Creo que eso es uno de los fantasmas que persiguen al reportero que ha estado yendo a todos esos sitios. ¿Realmente mi trabajo ha servido de algo?
–¿Y cuál es la respuesta?
–A veces sí, pero son más las derrotas que los triunfos para un corresponsal. De la misma manera que en la guerra de Vietnam o de Yugoslavia el que hubiera reporteros contando el horror contribuyó a acortar esas guerras y a que la opinión pública se volviera contra lo que estaba pasando, muchas veces te desesperas. Yo estuve yendo durante una década a Afganistán y ahora de repente ves que los mismos talibán están otra vez en el poder, que la mujer vuelve a estar absolutamente reprimida y que el fanatismo se ha hecho otra vez completamente con el país. Y dices, veinte años de periodistas yendo allí, tratando de contar lo que estaba pasando y estamos en el punto de comienzo. Entonces sí que hay una frustración.
–¿La sociedad se ha acostumbrado a ver desgracias o por qué no interesa lo internacional?
–A los políticos y medios de comunicación en España solo les interesa lo que pasa afuera cuando lo pueden utilizar para la guerra política doméstica. Es decir, en España el exterior, a la mayor parte de la gente se la trae al pairo. No hay una cultura de conocimiento exterior y creo que eso también ha afectado mucho. Es verdad que los medios han quitado corresponsalías pero también es cierto que hay un desinterés del ciudadano en lo que pasa más allá de sus fronteras. Es muy difícil atraer la atención de la audiencia sobre conflictos lejanos que a la gente cree que no les toca de cerca, cuando no es así. Lo que pasa en Afganistán te puede afectar perfectamente. Es decir, el abandono de Afganistán en los años 90 fue lo que llevó al 11-S en Estados Unidos. Sería importante que se volviera a valorar lo que es la información internacional porque creo que es relevante para la gente.
–¿Pero se ha valorado alguna vez?
–En España nunca se ha valorado como debería. Es verdad que cuando los medios tenían más dinero y los periódicos eran rentables, había más cobertura. Cuando cubrí la Revuelta Azafrán en 2007 que es la que inspira El Corresponsal, durante al menos una semana, todos los días yo abría el periódico en El Mundo. Cuando el año pasado hubo un golpe de Estado en Birmania y una masacre muy parecida en la que murieron cientos de inocentes, el hecho pasó completamente desapercibido. En esa diferencia ves cómo ha disminuido el interés por lo que pasa fuera. Creo que eso nos debe llevar a reflexionar sobre dónde estamos yendo y dónde estamos invirtiendo el periodismo que hacemos.
–Ahora el conflicto ruso-ucraniano es el que más titulares destaca. ¿Echa de menos no estar allí para cubrir lo que está ocurriendo?
–La verdad es que cada vez que hay un acontecimiento internacional el cuerpo me pide coger la mochila y salir para allá. Es el mono de buscar esa adrenalina, esa acción y aventura. El sustituto es escribir una novela. Antes iba a cubrirlas y ahora las cuento en una novela cómodamente desde mi casa. No sé, todavía estoy a tiempo. A lo mejor dentro de unos años vuelvo al terreno.
A los líderes del mundo, los derechos humanos les da absolutamente lo mismo
–¿Cuál cree que es el patrón desencadenante de guerras?
–El dinero es el motor de las guerras. Al final si uno va a los orígenes de todos los conflictos casi siempre es un beneficio económico. Ya sea petróleo, ya sea intereses que van a hacer que ese país crezca en poder. La codicia es un gran motor de las guerras y es difícil que no se repitan porque está en la naturaleza humana. En el conflicto de Ucrania tienes a Putin que lo que busca es expandir la influencia, el poder y el dinero que tiene Rusia y probablemente el suyo personal. La geopolítica es absolutamente hipócrita. En realidad a los líderes del mundo, los derechos humanos les da absolutamente lo mismo, no les importa nada. Siempre hay detrás unos intereses que no son las personas que sufren la guerra.
–Y dónde quedan otros motivos como la religión...
–Creo que la religión y el nacionalismo son otros dos grandes motores. Pero me da la sensación de que esos son sentimientos que son manipulados por gente que tiene un interés económico detrás siempre y luego utilizan esas herramientas. Creo que ningún político debería tener derecho a enviar a chavales de 20 años a una guerra sin haber estado en una, porque eso es uno de los problemas que los que hacen la guerra no han estado nunca en una. No saben a qué huele el cadáver que lleva tres días abandonado. No han visto niños descuartizados por una bomba, no saben cómo las mujeres sufren violaciones masivas. Es muy fácil desde tu despacho decir voy a mandar a estos chavales para que se maten por mis intereses. Y eso es quizá lo más pornográfico que tiene la guerra.
–¿Qué cree que va a ocurrir en Ucrania? ¿Se va a desatar una guerra finalmente?
–Siempre los líderes tipo Putin te sorprenden. Pero una cosa es cierta: cuando uno mira atrás y ve cómo aniquiló Chechenia, cómo invadió Crimea, cómo los disidentes rusos se caen por balcones o son envenenados... El personaje es alguien con tan pocos escrúpulos que cualquier amenaza que venga de él hay que tomársela en serio. Rusia está en un momento en el que quiere expandirse. Sueña con volver a ser ese imperio que fue la Unión Soviética y para llegar ahí están dispuestos a cualquier cosa. Y eso es lo que hace a Putin un líder especialmente peligroso.