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Grito nocturno de Borja González

Portada de «Grito nocturno» de Borja GonzálezReservoir Books

'Grito nocturno': no saber qué desear

El cómic de Borja González es el reflejo de una generación marcada por la incertidumbre y la cultura popular

Empecemos esta reseña (o esta excusa que nos dan los libros para poder abordar los temas que a uno le convienen) a modo de fe de erratas, o al menos de matiz de otras reseñas ya publicadas en este medio. Porque, en ocasiones, aquellos que se dedican a posicionar el cómic como un arte, pecan, con toda su buena intención, de demasiado pretenciosos, hablando muy profusamente de las virtudes del noveno arte, de cómo puede tratar temas profundísimos de la forma en que solo él puede hacerlo. Se le trata de elevar tanto, en tantas ocasiones, que nos olvidamos de su origen y su mayor virtud. El entretenimiento.

Sí, habrá obras que pretendan reflexionar sobre lo divino y lo humano, que abordarán con virtuosismo metáforas sesudísimas, pero no olvidemos que la mayor parte de este medio tiene como fin el simple, aunque cada vez más competido, entretenimiento. Todavía queda, aunque queda ya poco, para que los cómics formen parte de esos listados de las grandes obras de la literatura universal (casos como el de Maus es quizás el más sonado), pero aun así la gran mayoría de grapas y tomos que pueblan las estanterías de los medios especializados entran dentro de la categoría de pasatiempo sin pretensiones.

Y al margen de las intenciones de sus autores, todas estas historias contadas en viñetas forman parte de lo que podemos llamar cultura popular. Serán mejores, peores, serán clásicos modernos o series destinadas al olvido, pero los cómics forman parte de lo que podemos llamar el folclore contemporáneo, lo pop.

Grito nocturno de Borja González

reservoir books / 150 págs.

Grito nocturno

Borja González

Al leer y ver la obra de Borja González (Badajoz, 1982) da la impresión de que esta condición de pop está muy arraigada en la mente y en los lápices del autor extremeño. Grito nocturno es una obra que rebosa cultura pop en cada viñeta, aun sin ser ningún homenaje ni un ejercicio de nostalgia milenial.

Vayamos primero a la trama, si les parece, y luego a la reflexión. En una pequeña ciudad, de esas que pueden ser entorno de cualquier serie de ficción televisiva, Teresa regenta una librería especializada en el género fantástico. Una noche visita un bosque vecino y, tras realizar un hechizo, invoca a un espíritu que le promete hacer realidad el deseo que le pida, sea cual sea. Pero Teresa no sabe qué pedir. De esta forma, al no poder cumplir su cometido, este espíritu de aspecto adolescente y fanático del manga, se convierte en la amiga de la protagonista, conviviendo con ella y con Matilde, una clienta habitual de la tienda de Teresa.

Esta trama sencilla la dibuja Borja González con una mezcla de simplicidad y detalle únicos (maravilla cómo unos rostros sin facciones pueden transmitir tanto) con una paleta cromática reducidísima con predominio de unos azules que le otorgan ese ambiente nocturno y unas composiciones que lucen tanto en las pequeñas viñetas como en las splash pages, las que ocupan toda una página. Pero tras esa sencillez aparente, esta obra nos llevará a conocer a unos personajes que intentan definirse en vano, que no saben dónde se ubican y cuya única vía de escape es, a ve-ces el manga, otras el espiritismo y otras, sencillamente, el alcohol.

Esta trama sencilla la dibuja Borja González con una mezcla de simplicidad y detalle únicos (maravilla cómo unos rostros sin facciones pueden transmitir tanto).

Y ahora, la reflexión. Grito Nocturno no solo es un entretenimiento, sino también el reflejo de una generación milenial culpable en tantos casos de todos esos remake, esos reboot o esa reivindicación nostálgica de lo pop. Personajes amantes de Sailor Moon, Mi Vecino Totoro o Pikachu, esa querencia por lo gótico que recuerda, aunque solo sea sutilmente, a Tim Burton, ese aspecto a videojuego retro que tiene cada una de sus viñetas… Todo eso recuerda con elegancia esas manifestaciones culturales con las que crecimos. Pero no solo eso. El hecho de que esta obra sea un tebeo ya es una muestra de ese apego a un medio que nos ha acompañado durante la infancia de tantos y la adolescencia de no tan pocos.

Y aún más, tras su estilo, sus guiños o sus referencias más o menos veladas, hay una reflexión que define muy bien a nuestra generación. Porque los que ahora rondamos la cuarentena estamos en un momento de nuestras vidas en que debemos tener bien definidas (por nuestro propio bien) nuestras prioridades, nuestro rumbo, nuestros deseos… sin embargo, como la protagonista, seguimos sin saber qué queremos ser, qué deseamos, mientras seguimos apegados a nuestros pequeños referentes culturales, a nuestro universo pop, amarrados a la morriña de una época en la que pensamos que lo tendríamos todo demasiado fácil.

Es curioso como lo aparentemente insustancial, el entretenimiento sin pretensiones, también puede trascender de alguna forma. Así que, si quieren disfrutar de una obra sencilla, con un dibujo elegante y un estilo único, asómense a Grito nocturno. Si además de eso empiezan a peinar canas, tal vez se vean reflejados en alguna de sus páginas.

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