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Portada de «La familia» de Sara Mesa

Portada de «La familia» de Sara MesaAnagrama

'La familia': no hay «espacios seguros» para Sara Mesa

La sevillana publica otro relato quirúrgico sobre los mecanismos de dominación y subordinación en entornos domésticos

El estudio quirúrgico de las relaciones de poder en marcos domésticos o rutinarios es la seña de identidad de la obra de Sara Mesa: los mecanismos, sutiles y a veces impredecibles, de dominación, que son más multidireccionales de lo que pudiera parecer. Quien juzgue desapasionadamente a los hombres (en plural mayestático) no puede comprar un simple relato de buenos y malos, de víctimas y victimarios. Todos llevamos dentro un dictador que no se conoce a sí mismo.

Con Sara Mesa se ha popularizado, como con otras autoras de su quinta, una lectura política de los efectos del patriarcado en la sociedad. Sin negar que ello exista (quién puede negar además el patriarcado histórico), desde mi punto de vista es un reduccionismo injusto con la autora y explica más bien lo restringido y lo manidos que son los debates en el mundillo cultural, donde la obra llega al lector con apriorismos.

La familia arranca con lo que podría ser una adaptación rebajada de tono del Canino de Yorgos Lanthimos: un padre pasivo-agresivo, autoritario de guante blanco, empeñado en proteger del exterior y hacer el bien a sus hijos, cosa que se corresponde con imponer por el razonamiento su criterio: aplastarlos con buenas intenciones y buenas palabras. No hay golpes ni hay «fascistadas». Y sí, en cambio (y esto me resulta especialmente interesante) un hombre obsesionado con el progreso social laico, con el mensaje de Gandhi, con la asistencia a los niños enfermos, con hacer de sus hijos sujetos provechosos para la sociedad.

Portada de «La familia» de Sara Mesa

anagrama / 232 págs.

La familia

Sara Mesa

Un padre que podría ser la versión masculina de Aurora Rodríguez Carballeira, aquella madre que crió en los 30 a la hija feminista perfecta, Hildegart, para acabar asesinando su propia obra. Por eso, porque la dominación jerárquica, más benéfica o más nefasta, es la base de la familia (y eso no entiende de sexos) se me hace bola el mensaje feminista que le cuelgan a la autora.

Por suerte, en La familia hay más: la cara oscura de la filantropía y la transparencia, el chantaje de la corrección y el redentorismo. La familia es, sin duda, una crítica a esta institución milenaria como correccional en miniatura, el lugar donde se aprende en primera instancia el disimulo, pero por extensión también podría ser un golpe demoledor a eso tan en boga de los «espacios seguros». Quien dirige la conversación marca el tono y en base a él, como en las historias de este libro, se desencadenan las mentiras, los secretos, las ocultaciones y los chantajes. De eso va este libro: de explorar de qué manera, cada uno a la suya, digieren los cuatro hijos de ese Padre descrito en mayúsculas los condicionantes de crecer en un entorno concreto.

Sara Mesa tiene una enorme habilidad, muy de escritora de relatos, para plantar el contexto y hacer detonar pequeñas cargas a lo largo del libro, que es una sucesión de estampas de cada uno de los miembros de la familia. Es cierto que un exceso de estudio, de contención y conductismo de «guion» lastra a veces una visión de conjunto con intención más definida, un broche para engarzar las piezas que nos recuerde que, más que ante un estudio del natural, estamos ante un libro, donde son posibles ciertas concesiones en la trama. Esa elusividad y oquedad del relato es muy Sara Mesa, sin duda, en lo bueno y lo malo.

Habrá quien eche de menos más intención como hay quien no perdona a Mesa la repetición de patrones temáticos (un escritor es, al cabo, deudor de una o a lo sumo dos obsesiones) o esa prosa seca, carente de «literatura» en la que lo importante es ir al grano en las decisiones y los sentimientos en bruto de los personajes. Cuestión de gustos, pero es innegable que la sevillana adapta siempre los recursos a sus intenciones, que son a veces más ensayísticas que novelescas, lo que hace que sea difícil que se salga de sus propios esquemas. Diría que a Mesa le interesa más cómo funciona la sociedad que el ser humano aislado de sus dinámicas.

Por supuesto, es Sara Mesa una gran creadora de ambientes, frecuentemente asfixiantes (aunque no se note), y de sutiles dilemas morales en los que no siempre es posible salvar a alguien o condenar solo a uno. De hecho, no suele haber aire ni respiro en la obra de la sevillana, metódicamente dedicada a pillar a sus personajes en falta. En ese sentido hay algo de señora sádica en Sara Mesa, de Agatha Christie de portal y mesa camilla. A sus lectores, está claro, les gusta que así sea.

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