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Portada de «El hombre y el Estado» de Jacques Maritain

Portada de «El hombre y el Estado» de Jacques MaritainEncuentro

'El hombre y el Estado': reflexiones sobre la nación, la soberanía, los poderes públicos, la Iglesia

Setenta años de esta obra fundamental de Jacques Maritain. El pensamiento de un autor muy influyente en los planteamientos católicos modernos acerca de la relación entre autoridad religiosa y política, libertad e identidad nacional

El filósofo católico francés Jacques Maritain (1882–1973) publicó más de seis docenas de libros, sobre todo a lo largo de sus últimos cincuenta años de vida. Aunque eludió un compromiso político concreto, sus ideas cuentan con una evidente proyección en este ámbito, como es el caso del libro que estamos comentando. Al mismo tiempo, la temática de sus ensayos se movía entre la reivindicación de la escolástica y el pensamiento tomista, los estudios sobre la naturaleza humana de Jesús, y el problema de la existencia del mal ante la presencia de Dios, o los derechos humanos. Tal como recordaba en 1983 Juan Miguel Palacios, traductor de esta edición, la primera publicación de El hombre y el Estado fue en lengua inglesa (Chicago, 1951), seguida de una en idioma español en Buenos Aires y luego en el francés del propio autor (París, 1953), con correcciones y revisiones. En poco tiempo, la obra se tradujo al italiano y al portugués, y hubo una nueva edición inglesa (Londres, 1954). Todo ello nos da idea de la influencia y celebridad de un hombre a quien, años más tarde, el papa Pablo VI leería y escucharía con atención y asumiendo varias de sus propuestas.

Esta obra se publicó en inglés inicialmente, porque se formó a partir de seis conferencias que Maritain pronunció en la Universidad de Chicago en diciembre de 1949. A lo largo de este ensayo, nos habla de nociones como nación, pueblo —que «no es soberano en el verdadero sentido de la palabra»— y Estado, derechos del hombre y ley natural, soberanía, las minorías, la relación entre Iglesia y Estado, e incluso atisba y comenta un conato de gobierno mundial. Con respecto a los primeros puntos, el autor procede a distinguir entre comunidad —«más estrechamente ligada al orden biológico»— y sociedad —«obra de la razón, y más vinculada a las aptitudes intelectuales y espirituales del hombre». Por eso, «la nación es una comunidad, no una sociedad», que en los tiempos recientes se ha visto tentada de convertirse en «una divinidad terrestre». En un caso extremo, la nación deviene en estado totalitario y, por tanto, alejado de su fin primordial, que es la justicia y el bien común en un contexto de libertad y participación democrática.

Portada de «El hombre y el Estado» de Jacques Maritain

encuentro / 232 págs.

El hombre y el Estado

Jacques Maritain

La diferencia que Maritain establece entre nación, cuerpo político —«las más perfecta de las sociedades temporales»— y Estado permite entender mejor el conjunto de este libro. Y, de manera particular, ayuda a comprender sus reservas hacia toda propuesta de Estado mundial: un Estado que no sea un instrumento a cargo de una sociedad política es algo contrario a la naturaleza humana. Si no hay sociedad mundial, no puede haber Estado mundial. En todo caso, Maritain admite la existencia y conveniencia de entidades supranacionales —como la ya extinta Sociedad de Naciones, o la ONU— desprovistas de poder, pero revestidas de autoridad.

Su concepto de soberanía evita emplear este vocablo en relación con el orden político, «porque, en último término, ningún poder terrestre es imagen de Dios ni vicario. Dios es la fuente misma de la autoridad de la que el pueblo inviste a esos hombres o a esos órganos, pero ellos no son vicarios de Dios». En consecuencia, ni el cuerpo político ni el Estado son soberanos. Y concluye: «Los dos conceptos de Soberanía y Absolutismo han sido forjados juntos en el mismo yunque. Juntos deben ser desechados». Un planteamiento de esta índole —visión teológica y filosófica aplica a doctrina política— se avizora también en sus reflexiones sobre el consenso fáctico que suponen los derechos humanos: ¿una coincidencia pragmática entre iusnaturalistas y positivistas?

Unido a estas consideraciones merece destacarse su comentario sobre el liberalismo en tanto que doctrina «teológica» que postula la autonomía moral del hombre, o, en palabras de Maritain, «la absoluta autonomía metafísica de la razón y de la voluntad». Esta manera de concebir el liberalismo, según el autor, merece una condena irrevocable de la Iglesia católica. Lo cual no implica rechazar —más bien al contrario— las «libertades modernas», como la libertad de conciencia o de enseñanza. Y añade que el poder civil no puede ser el brazo secular del poder espiritual, según una concepción cristiana de la democracia. En su lugar, plantea cooperación entre la Iglesia y el cuerpo político. Por eso, admira el modelo de integración religiosa de Estados Unidos.

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