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Busto de Filipo II de Macedonia

Busto de Filipo II de Macedonia

Antes de Alejandro, Filipo

Filipo II de Macedonia ha permanecido siempre a la sombra de su hijo, el gran Alejandro. Hasta ahora. Mario Agudo Villanueva pretende eliminar dicha sombra con su biografía sobre la figura de Filipo

El mayor orgullo que podía tener en vida un padre en la antigua Grecia era que sus méritos en vida, y por ende su consecuente fama, fueran superados por los de su hijo. Podríamos decir entonces que el orgullo de Filipo II de Macedonia, si no hubiera sido asesinado antes de ver los logros de su hijo Alejandro, habría sido desmedido. Aunque no conviene, debido a dichos méritos, olvidar los del primero, si cabe mucho más profundos, si bien no tan determinantes a escala global. No cabe duda de que la estela de Alejandro III de Macedonia, también llamado «el Grande», fue demasiado inabarcable, cegadora, como para dejar siquiera un ápice de protagonismo al pionero Filipo. Y esto, ciertamente, es una pobreza. Si perdemos de vista los orígenes, las causas, que preceden y preparan los grandes hechos históricos, a los grandes personajes que han hollado la Tierra, perderemos también de vista la valiosa perspectiva general de la historia. En definitiva: para entender a Alejandro, y por extensión, la propagación de la cultura helenística por Oriente Próximo, partes de Asia Central y la India, hay que entender a Filipo.

Filipo de Macedonia

Desperta Ferro Ediciones. 424 páginas

Filipo de Macedonia

Mario Agudo Villanueva

Para ello, Mario Agudo Villanueva, incansable estudioso de la Grecia antigua (y más concretamente del reino macedonio), y gracias a otra gran apuesta de Desperta Ferro Ediciones, nos trae Filipo de Macedonia. Con esta biografía, cuyo carácter se enmarca en la alta divulgación, publicada después del importante volumen aparecido en las prensas de la Universidad de Sevilla (y con carácter académico por tanto) Filipo II de Macedonia (Antela-Bernárdez y Mendoza, 2021), el lector hispanohablante interesado en el monarca macedonio está de suerte. Lo principal que hay que decir del Filipo de Agudo Villanueva es que se trata de una obra muy asequible para el lector no académico, y ofrece una sintética vista de 360º de la figura.

Volviendo al leitmotiv del libro, puede afirmarse, como el prologuista de este hace al comienzo, el especialista en mundo griego Francisco Javier Gómez Espelosín, que «Filipo II de Macedonia ha permanecido siempre a la sombra de su hijo, el gran Alejandro». Sin embargo, fue Filipo quien puso los cimientos sobre los que construiría Alejandro, siguiendo los planos de su padre, el edificio macedonio. Sin ir más lejos, y como afirma el prologuista, «fue, efectivamente, Filipo quien concibió en su día la propia idea de la conquista del imperio persa». Por ello es necesaria esta biografía, para que el gran público entienda cuán importante es la figura de Filipo II para el devenir histórico de Oriente y de Occidente.

Así, Agudo Villanueva divide el libro en cuatro grandes partes que comprenden veinte capítulos, cuyo orden narrativo es de carácter cronológico. En la primera parte, titulado con mucho acierto El avispero griego, el autor pone en contexto al lector acerca del ámbito geopolítico heládico, haciendo al comienzo un importante y muy necesario aviso a navegantes: no siempre la historia la escriben los vencedores. En el caso de Filipo, detestados por eminentes atenienses como el destacado orador Demóstenes, especialmente. La segunda parte, denominada Volver a empezar, se centra en la convulsa situación política del reino macedonio a la llegada de Filipo: desorden, luchas internas, el camino hacia el trono y el cambio. Especial importancia revista en esta parte la sección dedicada por Agudo Villanueva al ejército de Filipo, lo que hay de verdad y de mítico en la institución militar macedonia: «el gran acierto de Filipo fue integrar en una única fuerza combinada unidades de diversa naturaleza, infantería y caballería, pesada y ligera, así como máquinas de asedio», afirma el autor. La parte tercera, titulada La forja de un Estado, pretende explicar la consolidación del reino macedonio como potencia hegemónica en el norte de la Grecia continental, y por ende árbitro entre Estados, prestando especial atención al control del santuario de Delfos y su respectiva Anfictionía (importante concepto griego con que el lector se familiarizará estrechamente), en lo que se denominó Tercera Guerra Sagrada (365-346 a.C.). El resultado de dicho conflicto: Macedonia entra de lleno en la Grecia central, con Filipo como hegemon de la Anfictionía, y comienza la era macedónica en la Hélade. En la cuarta parte, que lleva el significativo título de Senderos de gloria, se adentra en el último acto tras la paz de Filócrates (346 a.C.) hasta su asesinato (336 a.C.), es decir, la última resistencia de las poleis que tradicionalmente habían ostentado el poder de Grecia: Atenas y Tebas. En la batalla de Queronea Filipo venció a atenienses tebanos (estos últimos primera potencia militar griega desde el mando del Epaminondas y su victoria frente a los espartanos en Leuctra, en 371 a.C.), dando así un paso histórico: «Un nuevo orden había llegado a Grecia», sentencia solemne Agudo. El epílogo, cuyo título no tiene tampoco desperdicio, En el nombre del padre, el autor ahonda en la profunda huella dejada por el monarca macedonio, a corto y largo plazo.

Se trata, en definitiva, de una obra que hace de puente con lo académico, perfecto trampolín para quien quiera saber todo lo que hay que saber sobre Filipo II de Macedonia y su contexto. El libro se completa con numerosas imágenes y mapas que ilustran magníficamente el texto, y la bibliografía en la que se apoya Agudo Villanueva le dan una sólida base al estudio, cuya narrativa, además, engancha. Un libro de lectura obligatoria, pues, para los interesados en el mundo griego y, sobre todo, en el reino macedonio. No nos resistimos a incluir, para terminar, un párrafo sumamente iluminador del autor, que creemos que animará al lector a acercarse a la interesantísima figura de Filipo II de Macedonia: «Filipo heredó un reino en decadencia, debilitado por las incesantes luchas dinásticas […]. A lo largo de sus veintitrés años de gobierno, lo convirtió en el Estado más pujante de la Hélade, creando una potencia militar, política y económica de primer orden, y sin su legado, la historia de Alejandro habría sido muy diferente».

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