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08 de septiembre de 2024

Amélie Nothomb, en una imagen de 2023

Amélie Nothomb, en una imagen de 2023EFE

'Los aerostatos': pequeña gran novela

Novela breve e intensa sobre la importancia de la lectura de los clásicos. Cuando lo tradicional es lo más revolucionario

La novelista belga Amélie Nothomb no escribe novelas, escribe películas. No significa que escriba guiones novelados o novelas muy cinematográficas, aunque varios libros suyos se han llevado a la gran pantalla. Significa que leer su libro es como ir a ver una película. Una película de autor, eso sí. Se sale de la lectura (que no dura mucho más que el visionado de una película larga) con la sensación de salir del cine: inversión inmediata en el universo ficcional, diálogos rápidos e inteligentes, mucha elipsis, final sorpresivo e ideas para comentar después con los amigos.

Portada de 'Los aerostatos'

Anagrama (2024). 144 págINAS

Los aerostatos

Los aerostatos

Parece ser que la brevedad se está poniendo de moda y Nothomb es una maestra. Publica un libro al año (dice que escribe tres y elije el mejor) y se garantiza que sus seguidores mantengan la digestión de su alimento intelectual con esa regularidad anual y con sus fotos en la cubierta –entre el divismo y su parodia– para que quede claro quién escribe. Es una versión narrativa de Byung-Chul Han que también le va muy bien, también saca un ensayo cada poco, y también son breves. Curiosamente, me dicen amigos autores que si uno publica mucho, corre el riesgo de saturar a sus lectores, como si cada novela fuera un alimento más o menos pesado que exige un tiempo de digestión. Nadie se empalaga de Nothomb porque ella sabe cuál es la medida justa que satisface sin empachar. A mí me recuerda a una ensalada gourmet.

Los aerostatos es un libro sobre la lectura, sobre la afición de leer y sobre la educación por medio de los clásicos. Relata la historia de Ange, una estudiante de primeros años de filología en Bruselas que da clases particulares de lectura a un adolescente que supuestamente tiene dislexia. En unas pocas sesiones, la jovencísima profesora logra que Pie, su estudiante, se lea de una tacada la Ilíada y a partir de ahí la lectura de los clásicos le cambia la vida.

No tengo nada que objetar respecto al contenido, más bien al contrario, pero los que nos dedicamos a enseñar literatura sabemos que esos milagros lamentablemente apenas suceden. El virus de la ficción contagia en edad muy temprana y quien no enferme entonces adquiere una obstinada vacuna que es muy difícil de romper.

La defensa de los clásicos conecta en esta novela con un sutil ataque al sobrediagnóstico cognitivo de nuestros jóvenes. En ocasiones parece que hoy en día los niños solo salen con TDAs o con «altas capacidades». La sensata profesora protagonista cura al chaval, disléxico y tartamudo, con Rojo y negro de Stendhal. Suena todo muy bonito, tal vez demasiado. Los aerostatos viene a ser como si El club de los poetas muertos lo hubiera rodado Jean-Luc Godard. Lo más sorpresivo del libro es el desenlace, que no voy a contar aquí pero con lo que más de acuerdo estoy, pues viene a decir que la literatura no nos hace mejor persona, simplemente nos hace más persona.

Leer Los aerostatos es como ver una película, pero no una cualquiera. A mí me ha recordado a una versión actual de la Nouvelle Vague. No solo por el común origen francófono de movimiento y novelista, sino por la limpieza de la trama, la quietud de las escenas y la sobreabundancia de diálogos (en el cine francés no se para de hablar). En la novela, la narración se sustenta en unas conversaciones intelectualizadas e incisivas, rápidas y cortantes como un bisturí. Siempre dialogadas: nunca hay más de dos personas hablando y las conversaciones siempre tienen el punto de la confrontación dialéctica. Agne con el padre controlador; Ange con el hijo desubicado; Ange con el amante profesor.

Nothomb es una autora que merece ser conocida y leída, puede sorprender a más de un lector que solo considere los grandes novelones e incluso enganchar a los lectores esporádicos. Para unos y otros puede tener un efecto curioso: con su narrativa ágil, sencilla y breve nos invita a enfrentarnos a unos clásicos mucho más exigentes, por complejidad y extensión. Tal vez ahí esté su magia.

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