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El monumento Mitad del Mundo, en Ecuador, que conmemora la expedición

El monumento Mitad del Mundo, en Ecuador, conmemora la Misión GeodésicaAdavyd

La apasionante aventura de la Misión Geodésica al Ecuador

Larrie D. Ferreiro ofrece un relato vibrante sobre la misión científica que, en 1735, cruzó el mundo con el encargo de realizar la medición latitudinal de la Tierra, así como de las aventuras y desventuras de sus integrantes

A un occidental de hoy, ya casi mediada la tercera década del siglo XXI, el concepto de «medida de la Tierra» le dice poco, o al menos no más que una pregunta de Trivial. Un occidental actual, con sólo hacer un ligero gesto de muñeca, iluminándose su watch último modelo, podrá saber la hora, la latitud y la longitud de su posición geográfica (además de, seguramente, la humedad ambiental, las posibilidades de precipitación o la intensidad de radiación ultravioleta procedente del sol). Pero para un occidental de hace tres siglos las cosas eran muy distintas. Los relojes no marcaban la misma hora en Madrid que en Cádiz, o en París que en Burdeos, o en Londres que en Edimburgo. De hecho, se producían importantes desfases horarios con los viajes más largos. ¿Cómo era posible que al salir a una determinada hora de puerto en Europa, y contando el tiempo de la travesía, la llegada a un puerto americano se produjera a una hora que no correspondía con los cálculos realizados? La respuesta estaba en la forma del planeta y, por ende, en su medida.

Portada de La Medida de la Tierra

Desperta Ferro (2024). 384 Páginas + 8 a color

La medida de la Tierra

Larrie D. Ferreiro

Como narra magistralmente Larrie D. Ferreiro en su libro La medida de la Tierra. La expedición científica ilustrada que cambió nuestro mundo, dos teorías se disputaban la razón en las academias científicas, en las tertulias de salones aristocráticos y en los ya muy frecuentados cafés parisinos: la teoría cartesiana de los vórtices y la teoría newtoniana de la atracción universal. A priori, son dos teorías que pretenden explicar algo tan asumido en la actualidad como es el movimiento gravitacional de la Tierra alrededor del Sol y sobre su propio eje. Ahora bien, como explica Ferreiro, las teorías de un francés y de un inglés no podían quedarse constreñidas a las academias de ciencias y a las tertulias de salón. Había que llevarlas al combate (figuradamente, claro). Como muy a menudo ocurre con el ser humano, cualquier excusa es válida para mantener vivo un enfrentamiento. Y si este tiene un carácter secular, como ocurría con franceses e ingleses desde el siglo XV, mejor que mejor: territorios, derechos dinásticos, religión, fútbol o la teoría sobre la forma de la Tierra.

En la Real Academia de las Ciencias de París (más conocida como Academia de las Ciencias de Francia), fundada por el gran ministro de Finanzas y de Marina de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert, en 1666, llegó la escisión en la década de 1730. Algunos aventurados jóvenes científicos, especialmente el matemático Louis Moreau de Maupertuis, se convencieron de que Newton tenía razón. A ojos de los cartesianos clásicos aquellos no solo estaban equivocados, sino que se acercaban peligrosamente a la traición a la patrie. Era este un término que empezaba a sonar mucho en la Francia dieciochesca, aunque aún quedaban algunas décadas para que llegara a su clímax. La brecha entre cartesianos y newtonianos no hizo sino agrandarse: «Hacía tiempo que estaba claro que, para averiguar con la máxima seguridad la verdadera forma del globo, la Academia iba a necesitar una medición latitudinal en el ecuador y compararla con las que se habían hecho en Francia», escribe Ferreiro.

Jean-Frédéric Philipe Phélypeaux, conde de Maurepas, ministro de Marina y de las Colonias de Luis XV, como buen político que era, vio esta situación dentro de la Academia como una oportunidad que no podía desaprovechar: ampararía la creación de dicha medición latitudinal, la llamada Misión Geodésica al Ecuador. Aunque interesado en los resultados científicos así como en la resolución del conflicto en la Academia de Ciencias de Francia, otros intereses surcaban la mente de Maurepas, pues tras barajar algunos lugares como opciones para realizar la medición, quedó claro cuál sería el ideal: «España disponía de terreno de primera calidad justo en el ecuador: el virreinato del Perú, largo tiempo afamado por sus riquezas, estaba a horcajadas de la línea ecuatorial», escribe Ferreiro. Además de mediciones, poner un barco francés en el virreinato español sería una gesta sinigual para el ministro francés.

En 1733, solo dos años después de la ruptura de una inestable alianza anglofrancesa, cuyo objetivo era frenar el resurgir del expansionismo español, Luis XV de Francia y su tío Felipe V de España firmaban en El Escorial el primero de los Pactos de Familia con miras a contrarrestar el creciente poder e influencia de Gran Bretaña en el mar. Ciencia, política, estrategia y aventura se daban la mano en la Misión Geodésica al Ecuador. Para ello, Maurepas y José Patiño, ministro este de, entre otras carteras, Marina e Indias con Felipe V, tuvieron que llegar a una serie de acuerdos, entre otros la carga que llevaría la expedición y quiénes serían los integrantes de esta, a los que acompañarían dos jóvenes oficiales de la Real Academia de Guardias Marinas: Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, quienes demostraron ser dos de los mejores marinos de su tiempo. Entre los integrantes franceses destacaban Louis Godin, Pierre Bouguer y Charles-Marie de La Condamine, este último famoso científico y aventurero. «En la primavera de 1735, tres buques de guerra navegaban por el Atlántico, en dirección oeste. Transportaban a los miembros de la misión geodésica a su punto de reunión en Cartagena de Indias», escribe Ferreiro: la primera expedición científica internacional de la historia estaba en marcha.

Además de las sintéticas y pedagógicas explicaciones de Ferreiro sobre la discusión científica en torno a la forma de la Tierra en el primer tercio del siglo XVIII, así como la recopilación de testimonios de primera mano que reúne este volumen, el análisis hecho por Ferreiro de las implicaciones políticas y estratégicas de la Misión hacen de La medida de la Tierra un libro completo, sin carencias, y de lectura obligada para una comprensión general del siglo XVIII.

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