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Albert Anker, «La escuela del pueblo» (1896)

Albert Anker, «La escuela del pueblo» (1896)

Una reflexión en el comienzo de curso: ‘La clase’, de Gustavo Zagrebelsky

Ahora que comienza el curso, Rialp publica un largo discurso en el que Zagrebelsky (profesor emérito de Derecho Constitucional en la Universidad de Turín) reflexiona sobre diversos aspectos vinculados con la docencia.

El término italiano para designar la clase es lezione, y a la etimología de la palabra recurre el autor, al comienzo del libro, para exponer la idea fundamental que va a desarrollar: la clase (lección que explica un profesor a sus alumnos) supone una agrupación, una selección: «¿Qué es lo que se recoge y se reúne? En primer lugar, se reúne un grupo de personas alrededor de alguien que ejerce una función magisterial. Una ‘clase’ es una convocatoria en torno al saber, al conocimiento». La figura del maestro es, pues, fundamental, igual que la de los discípulos que se agrupan en torno a él, no tanto por su persona como por la posibilidad que brinda de acceso al conocimiento (y vienen ecos entonces de la conocida definición de Alfonso X en Las Partidas: «el ayuntamiento de maestro y escolares…»).

Portada de la clase

Rialp (2024). 143 Páginas

La clase

Gustavo Zagrebelsky

Sin embargo, no es en la figura del maestro en lo que se va a detener Zagrebelsky. El libro (fruto de un discurso titulado Lezione sulla lezione, pronunciado el 7 de octubre de 2021 en Turín, con motivo de la Bienal de la Democracia) se organiza en siete capítulos, que reflexionan sobre las palabras, la transmisión y el descubrimiento como las dos caras inseparables del conocimiento, el viejo dilema entre formar o informar, el aula, los exámenes y calificaciones, y la diferencia entre tiempos pasados y presentes en educación. Con la simple lectura del índice ya puede apreciarse la diversidad y amplitud de los temas elegidos.

Sobre las palabras (medio insustituible de enseñanza) versa el primer capítulo de la obra. Su función en el aula («sin palabras, una clase no es nada»), el imprescindible silencio que precede a la escucha, la necesidad humana de nombrar las cosas y su conexión con el derecho, el vínculo de las palabras con el tiempo («palabras que nacen, envejecen y mueren»), y su relación con la verdad, con la libertad y la democracia… El capítulo termina con una alusión a los diccionarios y cuadernos de apuntes de los alumnos, fruto del aprendizaje.

Los capítulos segundo y tercero se consagran a la exploración de la finalidad de la clase: transmisión y descubrimiento, que el autor presenta como complementarios y no contrapuestos. ¿Es lo central de la clase la transmisión de conocimientos que un docente apasionado entrega a sus alumnos, como sugiere por ejemplo Elogio de la transmisión ( de Steiner y Ladjali, en Siruela)? ¿O, por el contrario, el lugar fundamental lo ocupa el descubrimiento de estos conocimientos que los propios alumnos realizan, con atención y trabajo, acompañados de su profesor? Para ilustrar esta segunda tesis el autor cita a Florenski (con textos que el lector español puede encontrar en El arte de educar, publicado por la Fundación Altair) y su imagen de la clase como un paseo con los amigos: «un tiempo para ‘mirar alrededor’, lejos, con amplitud, más que como el momento de ‘una mirada penetrante y focalizada’ en detalles particulares y separados del conjunto». De ahí que el libro de texto no pueda sustituir nunca la presencia del maestro, constituyendo más un mapa del paseo o punto de partida que un punto de llegada. Zagrebelsky defiende, incluso, la necesidad de que el libro de texto o manual haya sido estudiado por al alumno antes de llegar a la clase, puesto que ésta debe ir «más allá del texto».

El capítulo cuarto («Informar y formar») recoge el debate de Talleyrand y Condorcet sobre la finalidad de la escuela, para reflexionar –como también hará el último capítulo, «Tiempos pasados y tiempos presentes»–sobre la escuela que tenemos y la que nos gustaría tener. En el capítulo quinto, «El aula», se retoman las consideraciones anteriores sobre la labor docente y su relación con la libertad: en el aula (cuya etimología nos conduce al vocablo griego aulòs: «el aire que vibra en las ondas sonoras de la flauta y estimula el sistema nervioso») se producen muy diversas vibraciones y resonancias, distintas como cada una de las personas que ocupan ese espacio, que no es solamente un lugar físico.

Por último, el sexto de los epígrafes en que se divide el libro trata el siempre espinoso tema de los exámenes y calificaciones. Es, quizá, el capítulo más polémico de la misma: después de afirmar que «el examen, al menos tal como está concebido, es una ficción absurda y degradante» y que su experiencia personal en la universidad le ha llevado a la convicción de que «sería conveniente suprimirlos, al menos en la forma en que actualmente se realizan», termina reconociendo que no es posible hacerlo.

En resumen, nos hallamos ante un sugerente conjunto de consideraciones en torno a la docencia –es una pena que no quede mejor definido el ámbito de la obra: unos capítulos se centran en la enseñanza elemental, otros en la universitaria, algunos parecen deliberadamente ambiguos– especialmente apropiado para este comienzo de curso, época de buenos propósitos y ocasión de repensares.

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