‘Homero y su Ilíada’: la fascinación por un libro lleno de resentimiento, honor, compasión, guerra, niños e ironía
Fruto del medio centenar de veces que el autor ha leído a Homero, sus páginas gustarán igual a los eruditos y a quienes aún desconocen a los héroes de Troya
Hace unos años, circuló un vídeo de Boris Johnson en el que el entonces Primer Ministro británico declamaba los versos iniciales la Ilíada… en griego. Su recitación era vibrante, emocionada, henchida de tensión y entrega, aunque su pronunciación de la antigua helénica resultaba algo deficiente. Aquellas imágenes y aquellos sonidos –sin necesidad de ponderar la prosodia de Johnson– mostraban la huella que las Humanidades dejan en los sectores sociales que aún las tienen en estima. En el mundo anglosajón, un notable número de personas se familiariza desde la escuela con los clásicos. No en vano, el «nunca tantos debieron tanto a tan pocos [few]» de Churchill contiene resonancias del discurso que Shakespeare escribió para un rey en su Enrique V. Porque conocer a los clásicos no es mera pedantería con la que impresionar a los amigos en una partida de Trivial. Los clásicos –que han resistido el tiempo como el más delicioso de los coñacs y mucho mejor de lo que sucederá con los cantantes de nuestra época– hablan de lo humano. De las pasiones, de las incertidumbres, de las preguntas sin respuesta. De dioses, de muerte, de amores y de guerras. Como decía Homero, igual que brotan las hojas en los árboles en primavera, así son las generaciones de los hombres.
Traducción de David Paradela López. Crítica (2024). 528 páginas
Homero y su Ilíada
En el caso de Homero y su Ilíada, nos encontramos con la confluencia de tres grandes factores. El primero enlaza con lo dicho en el párrafo precedente, pues Lane Fox, aparte de erudito en la Antigüedad y profesor de Oxford, es un prolijo escritor de… jardinería. Y su hija, que también ha estudiado a los clásicos, fundó LastMinute y ha demostrado enorme pericia en los negocios más modernos. No es muy insólito allá que un doctor en Filosofía y Letras sea consejera delegada de una empresa. «Soy humano y nada de lo humano me resulta ajeno», decía aquel personaje de la comedia de Terencio. O, como dice Gregorio Luri, los clásicos nos liberan de la tiranía de nuestro tiempo, de nuestros prejuicios, de nuestra manera de enjuiciarlo todo y que es caduca como las generaciones de hojas de los árboles.
Los clásicos hablan de lo humano: de las pasiones, de las incertidumbres, de las preguntas sin respuesta
En segundo lugar, este es un libro bien elaborado, con tres docenas de capítulos que van inspeccionando aspectos diversos de la Ilíada, de Homero, del tiempo en que se gestó el poema y de los siglos a que harían referencia sus versos, junto con muchos otros detalles bastante enjundiosos, como la transmisión textual o la importancia de las madres y mujeres homéricas. Un libro que gustará por igual a quienes saben de Filología Clásica y quienes sólo se han limitado a ver Troya, con un Brad Pitt en el papel de Aquiles. En la entrevista que mantuvimos hace unas semanas, el autor nos da su opinión sobre esta película. Un libro del que disfrutarán casi lo mismo quienes no hayan leído a Homero, y quienes se conozcan al dedillo pasajes enteros en griego. Cierto que estos últimos localizarán también momentos que estar en amigable desacuerdo con Robin Lane, conscientes de que aún queda mucho por debatir. Porque aún no sabemos qué responder a la pregunta de si de verdad existió Homero, por ejemplo.
En tercer lugar –y quizá esto sea lo más interesante–, este libro no es únicamente fruto de la muy prolongada trayectoria académica de Lane Fox, sino del medio centenar de veces que se ha leído la Ilíada. En otras palabras: la gran aportación de este libro es la experiencia de lectura de su autor. Esto se aprecia en varios capítulos que sorprenderán a muchos, como el dedicado a los símiles en la Ilíada. Comparaciones con que Homero aún se mantiene en esa etapa previa a la civilización y la metáfora. Comparaciones repletas de niños y de vida cotidiana, como el dardo que Atenea aparta de la piel de Menelao, igual que una madre avienta una mosca manoteando, para evitar que el alado insecto moleste a su tierno infante sumido en dulce sueño. O como la muralla enemiga que se derriba igual que un niño pisotea el castillo de arena que se ha hecho, para divertirse, en la playa. Comparaciones que suponen un fuerte contraste con el tema de la Ilíada: un héroe casi inmortal, consciente de que su existencia será breve pero densa, muestra su exceso emocional y las nefastas consecuencias que su desmesura –incendiada por su ansia de honor– acarrea a los suyos. Y que, al final, tras una venganza desaforada y una ira imposible de atemperar, llora de compasión junto con el padre del enemigo al que ha matado. Un enemigo que era, a su vez, padre cariñoso de un bebé que, huérfano, será despreciado por los demás chiquillos de Troya.
Precisamente el tinte trágico de la guerra de Troya –y de la vida, a fin de cuentas– es otro de los puntos que va explicando Lane Fox en este libro. Ahí estriba uno de los puntos más brillantes de esta obra. Algo que sabe encuadrar dentro de una perspectiva en la que pocos –empezando por bastantes traductores– no caen: la ironía. Homero es un autor irónico, sus versos necesitan que los leamos o declamemos en varios grados de interpretación. Y, como señala Lane Fox, en el caso de la Ilíada, su ironía rezuma patetismo descarnado.