‘Luciérnaga’: Chernóbil, un enjambre de mariposas negras
Un recorrido íntimo por las cicatrices de la tragedia y el fin de una época trágica
Natalia Litvinova (Gómel, 1986) ha saltado a nuestro panorama literario con la obtención del Premio Lumen de novela 2024. Cinco meses después del nacimiento de la traductora y editora bielorrusa estalló la central nuclear de Chernóbil, situada a unos 140 kilómetros de su ciudad natal, en un país que estaba entonces bajo el domino de la Unión Soviética. La escritora emigró con su familia a Buenos Aires cuando tenía diez años, donde reside desde entonces. Tiene una dilatada trayectoria literaria en el ámbito de la poesía, con los títulos Todo ajeno (2013), publicado en Vaso Roto, y con los poemarios Siguiente vitalidad (2016), Cesto de trenzas (2018), La nostalgia es un sello ardiente (2020) y Soñka, manos de oro (2022), que han sido publicados en la editorial La Bella Varsovia.
Lumen (2024). 240 páginas
Luciérnaga
Luciérnaga (2024) es una fábula que nos adentra en algunos acontecimientos históricos del siglo XX, en el desplome, desintegración y fin de la Unión Soviética, cuando se derrumbaron los ideales que el marxismo había forjado, y en la explosión de la central nuclear que propagó la nube radioactiva por cientos de miles de kilómetros. En esta novela la narradora rompe los secretos familiares para reconstruir la memoria y dar cuerpo al dolor, a la miseria y a la tristeza que atravesaron su infancia y juventud.
Luciérnaga, apelativo con el que se llamaba a los niños que habían sido contaminados por la radiación tras la explosión de Chernóbil, es una metáfora de la luz sin la que la oscuridad carece de sentido. La novela homónima es un libro en el que fragmentariamente brotan destellos visuales sobre algunas imágenes que han poblado la infancia de la voz narradora: la falta de información, la escasez de alimentos, las colas provocadas por la hambruna, la importación de productos o la migración familiar a Argentina: «Cuando era niña creía que por las noches la radiación salía de mí e iluminaba el cuarto como una pequeña lámpara. Estudiaba minuciosamente mis extremidades, tratando de adivinar si faltaba mucho para que los poros se dilataran y liberaran un polvillo fluorescente. Me cuestionaba si ese polvillo me haría daño al abandonar mi organismo y si ese daño se propagaría».
Bajo la guía de Svetlana Aleksiévich, según ella misma ha confesado, da vida al universo cotidiano que rodeó la tragedia nuclear, que el estado ocultó con el silencio y que provocó el abandono de la casa y de los animales, la dispersión por distintos pueblos y territorios y, por tanto, la pérdida de las raíces y de la comunidad. Con voz nostálgica, impregnada de ternura y de humor, y bajo la mirada errática que nace de la evacuación de la tierra natal y del exilio, recrea el universo femenino y el protagonismo de la mujeres que durante la invasión de los nazis, como su abuela Catalina, fueron maltratadas, secuestradas y probablemente violadas, y que se vieron forzadas a trabajar de manera precaria en el campo o en el pantano, recogiendo a lo largo de horas interminables la turba para alimentar de electricidad la maquinaria durante los últimos años de la Unión Soviética; y, asimismo, rememora el protagonismo de las mujeres, cuyo nacimiento no fue registrado debido a la orden de Stalin de deshacerse de los bebés recién nacidos, como el de su madre. Todas ellas fueron «el combustible de la Unión Soviética».
La novela brota de la escritura concebida como ámbito de libertad y de memoria compartida
En Luciérnaga Natalia Litvinova rinde un conmovedor y poético homenaje a los vínculos que la atan a la tierra y a la naturaleza que fue su maestra, a los bosques y lagos y a los animales que también se vieron afectados por la contaminación radioactiva. Con esta novela regresa a algunos de los temas que han vertebrado su obra poética: la infancia, la pobreza, la pérdida de los seres queridos, el desarraigo o la mudanza, entre otros: «mis pensamientos son tan densos que parecen un ancla».
La novela está construida sobre la tensión que existe entre el olvido y la memoria, el mundo de los adultos y el de la infancia, el pasado y presente, la pérdida y el regreso a los orígenes, la destrucción y la creación, la naturaleza y la tecnología, el silencio y el conocimiento, el maquillaje de la realidad y la historia, o la desinformación y la verdad, entre otros polos. Luciérnaga brota de la escritura concebida como ámbito de libertad y de memoria compartida. En ella la memoria se alza ya como un pantano, donde se unen los retazos de la realidad y donde uno se cobija, o ya como una luciérnaga que revolotea en la oscuridad y que, como un punto luminoso intermitente en el cielo, llena de luz las noches de la humanidad. Con su escritura Natalia Litvinova reconstruye una geografía remota y trabaja con historias que ya no están porque «lo que nos conmueve no sabe morir».