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Sławomir Mrożek

Sławomir MrożekAcantilado

‘Baltasar. Una autobiografía’: Una vida narrada desde el corazón de Polonia

En un ejercicio de memoria y de identidad, Slawomir Mrożek recuenta su vida en los años de la posguerra europea

«Me llamo Slawomir Mrożek, pero a causa de las circunstancias que se produjeron en mi vida hace cuatro años, mi nuevo apelativo será mucho más corto: Baltasar». Con estas palabras comienza el escritor polaco el prefacio de su autobiografía homónima. Después de sufrir el 15 de mayo de 2002 un ictus cerebral que le provocó afasia, su logopeda, Beata Mikolajko, le sugirió, tras recuperar el habla, que escribiera un libro como parte de la terapia encaminada a redescubrir su identidad. Aunque inicialmente había decidido titular su nueva obra Diario del retorno. Continuación, para prolongar Diario del retorno (1996), obra en la que rememora el período de su vida comprendido entre 1990 y 1996, finalmente adoptó el nombre con que, siguiendo un sueño que tuvo en 2003, debía marcar un nuevo comienzo en su vida: Baltasar. De esta manera el proceso creativo se transformó en una forma mnemotécnica de reconciliarse con su historia y de marcar un inciso en su escritura, pues el hombre que escribió antes de la afasia ya no existía.

Cubierta de Baltasar

Traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski Acantilado (2014). 255 páginas

Baltasar (Una autobiografía)

Sławomir Mrożek

En esta excelente autobiografía, que se centra en su infancia y juventud, Slawomir Mrożek (Borzecin, 1930 Niza, 2013) recupera algunos de los acontecimientos vividos que permanecen intactos en su memoria; ofrece una visión íntima y sincera de los vínculos familiares, la compleja relación con su padre, un empleado de correos que tuvo adicción al alcohol, o la enfermedad y fallecimiento de su madre en 1949; recuerda a sus amigos de juventud y evoca la interrupción de los estudios académicos de arquitectura y Bellas Artes, sus inicios en el periodismo político y en la ilustración satírica, y su ingenuidad política. Narra aquí de manera bellísima y novedosa su vida y reflexiona sobre su relación con Polonia, la tierra natal, que en 1999 no había representado en ningún teatro ninguno de sus dramas y sobre la naturaleza cíclica de la vida humana: «la vida sólo avanza en línea recta hasta una cierta edad. Con el tiempo empieza a virar imperceptiblemente y acaba trazando un círculo».

En Baltasar muestra el autor algunos de los acontecimientos históricos que marcaron el fin de su infancia e influyeron en su maduración personal, en su desarrollo artístico y visión del universo: el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial que destruyó la visión de un mundo estático; la ocupación nazi que como «una bomba de megatones» sacudió su perspectiva del mundo; la ocupación soviética de Polonia, su transformación e integración en el bloque comunista y el comienzo de la era estalinista; el deshielo de Gomułka tras la muerte de Stalin en 1953; o las primeras protestas masivas del pueblo polaco contra el gobierno comunista, conocidas como la sublevación de Poznań de 1956.

Quien a sí mismo se define como un joven comunista que, de haber nacido en Alemania, podría haberse unido a las Juventudes Hitlerianas debido a las semejanzas en las técnicas de reclutamiento, se vio obligado durante el régimen a practicar una doble moral: «una sumisa respecto al Estado que detestaba, y una moral privada». La fascinación inicial se transformó en desilusión cuando descubrió la falsedad ideológica del sistema, lo que tuvo reflejó en el desarrollo de su mirada crítica y en la sátira y del humor negro que caracterizan su estilo literario. Los acontecimientos históricos lo convirtieron en un hombre inadaptado, que durante treinta años decidió huir a Occidente (Italia, Francia y México) con el deseo de fundir la doble moral en una sola y con el deseo de poder expresarse sin obstáculos. En el exilio, Mrożek desplegó su trayectoria literaria y tomó conciencia de su pertenencia a la cultura y la lengua polacas, lo que le llevó a regresar a su país en 1996: «Acostumbrado a ser libre y a gozar de todas mis facultades, me resistí a pensar que Polonia fuera mi único destino, pero ahora sólo puedo hablar y escribir en polaco, y me siento aliviado como quien vuelve a la casa familiar después de un largo peregrinaje».

Con prosa sencilla, transparente y natural, con tono fresco y sincero y con fino sentido del humor, Slawomir Mrożek ofrece en esta excelente autobiografía una visión profundamente humana y conmovedora de la existencia y nos invita a adentrarnos en su alma.

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