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La soprano Corinne Winters (Halka) y el tenor Piotr Beczala (Jontek)

La soprano Corinne Winters (Halka) y el tenor Piotr Beczala (Jontek)Javier del Real

El Real pincha con 'Halka', a pesar de Piotr Beczala

La gran ópera del nacionalismo musical polaco se estrenó por fin en el Real, con menos público del esperado y un merecido triunfo para uno de los mejores tenores de hoy

Luego que no se queje la gente cuando afirma que los repartos del Teatro del Real suelen ser flojos, dejando bastante que desear en ocasiones. Al fin se ha logrado cuajar uno redondo, el mejor de largo de toda esta temporada, encabezado por una de las escasas, auténticas grandes de estrellas del panorama internacional, Piotr Beczala, y el público no ha respondido como era de esperarse. Al menos no en la función del estreno, mostrando grandes claros el patio de butacas, más obvios aún en otras zonas del coliseo, como plateas y balcones.

¿Qué pudo haber fallado? Quizá el título escogido no invitaba al entusiasmo, esta vez más por desconocimiento que otra cosa. Pero la temporada es larga, los precios de las localidades muy altos y la gente tiene que elegir: el aficionado medio seguramente habría preferido, sin duda, ver a uno de sus tenores favoritos en Rigoletto (y la calidad media de los repartos de la próxima ópera en cartel habría subido varios enteros), pero el ídolo polaco ha venido ahora para defender una obra de su país, en una suerte de apostolado digno de todo encomio. Su interés personal, su apasionada implicación, que explica esta elección, ya estuvo detrás de las representaciones de Halka ofrecidas hace un par de temporadas en el Theater An der Wien de la capital austriaca (si como allí, ahora en Madrid, se hubiera ofrecido una producción completa, en lugar de optar por una versión de concierto, el interés generado habría sido posiblemente muy distinto; el éxito, mayor).

El reparto y el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

El reparto y el Coro y Orquesta Titulares del Teatro RealJavier del Real

Una obra cuajada de bellezas

Recuerdo que el buen amigo Luiz Fernando Malheiro hablaba siempre maravillas de este título, que posiblemente él había conocido durante los años en los cuales el principal director brasileño de ópera en nuestros días amplió su formación en Bulgaria (la obra siempre ha gozado de amplio reconocimiento en los países del Este). Y nunca le faltó razón. Más allá de su endeble libreto, una característica común a buena parte de las óperas del XIX, la música de Halka exhibe a lo largo de su bien construida partitura bellezas innegables que la convierten en una pieza magnífica, conmovedora en algunos momentos de la protagonista, a través de sus arias, dúos, intervenciones corales, concertantes y números bailables en forma de polonesas, mazurcas y otras danzas populares.

Su autor, Stanislav Moniuszko, aspiraba a crear una ópera nacional para su patria, Polonia, que le permitiese medirse con otras potencias, en particular, la hegemónica en aquel rincón de Europa, Rusia, que en sus afanes expansionistas amenazaba a sus vecinos, incluso más que hoy. En la música de este autor, que aún perseveraría en el género con otros logros notables, se percibe la influencia del colorista Glinka, buen conocedor del folclore de su país, y en algún momento se anticipa a Chaicovski: la gran mazurca del primer acto, con su carácter festivo, remite a la polonesa del Onegin.

Moniuszko, gran conocedor de la ópera de su tiempo

Pero el compositor, bien informado sobre las novedades de su tiempo, conocía además las óperas de Weber (se aprecia, por ejemplo, en el empleo del coro, en la ambiciosa orquestación) y de los belcantistas italianos y su refinado arte en el tratamiento de las voces: cuando suena el violonchelo en el inicio del aria conclusiva de la protagonista, con las referencia al hijo, es imposible no vislumbrar la patética melodía que el mismo instrumento introduce al comenzar el Sois Innmobile, una de las cumbres de esa obra maestra que es el Guillaume Tell de Rossini (con la que ningún teatro español se atreve en todos estos años, habrá que desplazarse a La Scala la próxima temporada para verla).

Picasso afirmaba que «el arte es la mentira que nos permite comprender la verdad». Y aunque quizá de un modo indirecto, levemente sugerido, Moniuszko también intenta aquí decir algo sobre la situación de Polonia frente al invasor ruso, a través de su ópera. No estamos ni mucho menos ante las soflamas patrióticas del primer Verdi, que por otra parte tanto hicieron por la conformación de una conciencia plenamente italiana, pero no resultaría aventurado apreciar en esta pieza una velada denuncia del imperialismo en la algo maniquea confrontación entre el campesinado, portador de las mejores virtudes, y la decadente aristocracia, siempre presta a servirse de la impunidad de sus privilegios para abusar del débil, conquistándolo con engaños o por la fuerza.

El conflicto aparece aquí esencialmente encarnado por una hija del pueblo, la protagonista, Halka, «utilizada» por el pérfido noble, Janusz, que después de dejarla encinta y continuar prometiéndole amor eterno, la desprecia para desposarse con una inocente chica de su misma clase, propiciando de ese modo la enajenación de su primera amante del mismo modo que ocurría en las óperas románticas italianas hasta dar lugar a una «escena de la locura».

La soprano Corinne Winters, el tenor Piotr Baczala y el barítono Tomasz Konieczny

La soprano Corinne Winters, el tenor Piotr Baczala y el barítono Tomasz KoniecznyJavier del Real

La ingenuidad del pueblo y la corrupta clase dirigente

Todo lo que tiene que ver con la chica ultrajada, y sus vecinos, aparece envuelto en una atmósfera de ingenuidad, y cierta resignación ante una suerte adversa que solo podría alterar la intervención divina, que incluso lleva al pueblo a afearle la conducta a Halka. Nunca debió entregarse al otro, el «amo», pero aquí en vez de insultarle, como ocurre en La Sonámbula (donde la traición es aún mayor porque lleva implícita la infidelidad hacia uno de los suyos), se le compadece con rezos y palabras consoladoras. Contrasta el retrato musical del pueblo, agreste en sus danzas, con la música más elaborada de los corruptos ricos. La virtud viene servida por la transparente inocencia, mientras la falsedad precisa de ornamentaciones que enmascaren, y propicien, sus viles intenciones.

Gran noche de ópera por lo que para muchos supuso el descubrimiento de la obra, pero también por el acierto, esta vez, de servirlo con los mimbres adecuados. No había posibilidad de error, los protagonistas principales ya habían propiciado el éxito en las funciones de Viena, básicamente eran los mismos. El público se mostró encantado con lo que lograban transmitirle desde el escenario los tres artífices de aquel triunfo: la soprano Corinne Winters, cuya voz de lírica ancha recuerda a la de Saioa Hernández, aunque con mayor caudal la madrileña: la voz pierde algo su foco en la zona aguda y los graves carecen de rotundidad, pero en conjunto resulta muy expresiva, dotando al personaje del requerido patetismo en ocasiones. Beczala, aclamado como un grande en cada una de sus intervenciones, apareció muy comprometido, gallardo, exhibiendo medios de auténtico tenor protagonista. Y Tomasz Konieczny hizo, una vez más, exhibición de su cavernoso instrumento cuando la ocasión lo requiere, proyectado sobradamente hasta llenar la sala con ese sonido algo metálico, que en ocasiones recuerda a Kurt Möll. Lo que le falta de nobleza lo suple con fuerza.

Bien el resto, con una mezzo de medios líricos, Olga Synioakova, que en verdad parece más una soprano, y un bajo, Maxim Kuzmin-Karavaev, quizá menos autoritario de lo requerido. Magnífica prestación del coro en todas sus secciones, rotundo y empastado, y de la Sinfónica de Madrid, galvanizada por la implicación de un director, el fogoso Lukasz Borowicz, pendiente de las voces (imposible taparlas esta vez, por tratarse de cantantes plenamente operísticos, no remedos) todo el tiempo y especialmente implicado por ilustrar las riquezas de la partitura. En ese sentido, quizá le sobró algo de ímpetu para iluminar los momentos de mayor introspección, que también los tiene, desatando el entusiasmo en las danzas, espléndidamente recreadas por la orquesta.

El Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, bajo la dirección de Lukasz Borowicz

El Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, bajo la dirección de Lukasz BorowiczJavier del Real

Beczala, emocionado por la respuesta del público

A Beczala se le vio emocionado, en los saludos, ante las reiteradas muestras de rendida admiración de un público que adora sobre todo las voces, determinantes a la hora de propiciar el éxito de cualquier función. Si se hubiera seguido la costumbre de otros tiempos, y en la sala hubiese aparecido un piano como de la nada, a buen seguro que el tenor habría ofrecido tres o cuatro propinas. Pero claro, esas son tradiciones bárbaras, impropias de nuestra civilizada época. Al salir, el sonido cercano de un helicóptero nos devolvía a esa áspera realidad que quizá algún día merezca otra ópera, y mejor si todo se resolviese en opereta. No muy lejos del Real, fuerzas de seguridad y manifestantes intercambian los porrazos y adoquines que en realidad irían destinados a otros.

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