Dos jóvenes directores españoles piden paso
El gaditano Julio García Vico y el coruñés Alberto Miguélez Rouco triunfan el mismo día en el Auditorio Nacional, en dos conciertos bien distintos
Afirma Rafael Chirbes, y no le falta razón, que «a nadie se le ha entregado un gramo de belleza ni de sabiduría sin una dosis de sufrimiento. La idea de conocer disfrutando es muy propia de la sociedad contemporánea, de los folletos de turismo actuales. Viajar resulta siempre incómodo, y cuando alguien se encarga por nosotros de que se vuelva cómodo, quiere decir que el viaje nos enseña poco». Lo cual es una nueva vuelta de tuerca a lo que ya había manifestado antes otro escritor, Oscar Wilde, aquello de que la obra de arte no debe nunca apearse de su pedestal, es el hombre el que tiene que hacer el esfuerzo de elevarse hasta ella.
Pero vivimos en estos tiempos, y las instituciones culturales deben procurarse su supervivencia con imaginación e ingenio, muchas veces cubriendo esos huecos que la educación va dejando por el camino para centrarse únicamente en el utilitarismo tecnológico, despreciando lo esencial, el humanismo. Con la música arrinconada de los programas escolares, cuando no definitivamente lanzada al pozo de lo prescindible, cada vez más toca a los programadores idear fórmulas que promuevan rellenar las lagunas del nuevo público, ese al que es imprescindible atraer si quieren asegurar su incierto futuro, mimarlo y sostenerlo.
Fruto de esa necesidad es el interesante programa Descubre que la Orquesta Nacional despliega a lo largo de su temporada como uno de los afluentes de su programación. En estos conciertos, la orquesta se vale de una presentadora (Sofía Martínez Villar) que antes de cada obra, sobre el mismo escenario, ofrece oportunas informaciones acerca del autor, la época y sus circunstancias, empleando además una pantalla para surtirla de imágenes que ayuden a la mejor comprensión o, en cualquier caso, sirvan como complemento a la guía auditiva.
Lo más acertado de este enfoque, ya conocido y testado de diversas maneras, es la utilización del elemento audiovisual para dar algo más que unas simples pinceladas que, en definitiva, pueden consultarse en cualquier libro. Lo fundamental es el análisis sobre la estructura de cada pieza valiéndose de un instrumento vivo como es la propia orquesta. De modo que mientras la ONE interpreta el primer tema de una forma sonata, en la pantalla se indica su aparición; y lo mismo ocurre con el segundo, el desarrollo, la coda, etc. Todo muy ilustrativo, con acotaciones además sobre el carácter, la expresión, …
Este ciclo presenta otro detalle de no menor interés, ya que en ocasiones permite descubrir a jóvenes talentos de la cada vez más nutrida y fantástica cantera musical española, con ejemplos como los que se acaban de presentar ahora. Julio García Vico, que venía de dirigir a la Orquesta del Mozarteum en Salzburgo, ha sido el flamante ganador de uno de los más prestigiosos concursos de dirección orquestal, el Donatella Frick, lo que le ha llevado a colaborar con la Sinfónica de Londres y pulir su ya sólida formación de base junto a Simon Rattle, John Elliot Gardiner o Antonio Pappano, con el que este verano ha colaborado en Covent Garden en la preparación de producciones de Madama Butterfly y Aida.
Debutantes en la Orquesta Nacional
La otra debutante en la ONE ha sido la violista Sara Ferrández, hermana de Pablo Ferrández, el chelista madrileño que está desarrollando una impresionante carrera internacional estos días. La chica, formada inicialmente en la Escuela Reina Sofia, ha sido miembro de la East West Divan que dirige Daniel Baremboim, ha tocado con la Filarmónica de Berlín y se ha presentado en el magnífico Festival de Verbier. Extraordinarias credenciales que no son fruto del azar, como bien ha podido apreciarse.
Ambos iniciaron el programa con la Rapsodia-concierto de Bohuslav Martinu, compositor bohemio que siguió, aunque algo apagado por ellos, la estela de sus coterráneos Smetana, Dvorak y Janaceck. De hecho se perciben en esta obra ecos muy claros de la música del creador de la Sinfonía del Nuevo Mundo, con una cita de su Réquiem justo en el inicio. Sara Ferrández supo comunicar el lirismo indisimulado, y muy apropiado para su instrumento, que contiene esta obra con un sonido de gran belleza: terso, transparente, cálido, con el que se ganó de calle al público.
Tuvo un magnífico compañero de viaje en Julio García Vico, que le reservó a ella todo el protagonismo sin dejar de mostrar ya sus apreciables maneras de director particularmente preocupado por el detalle y la fluidez del discurso, logrando la integración ideal de solista y orquesta, la muy implicada ONE, para redondear una estupenda lectura de una obra que también, a su modo, seguro que resultó un descubrimiento para muchos, dado lo poco que se interpreta a pesar de su innegable valor. La propina bachiana redondeó el éxito de esta primera parte, expuesta por Ferrández con notable claridad en la entonación y una admirable musicalidad.
García Vico alcanzó su particular momento de gloria con la Primera Sinfonía de Felix Mendelssohn, bien elegida para este intempestivo horario matutino por lo que sugiere de ligereza, ideal para combinarse con un buen Bloody Mary. La efusividad de la obra casa muy bien con la propia naturaleza de este simpático gaditano, con su momento vital, iniciando una carrera que debería llevarle muy lejos en la profesión. Acertó a transmitírsela a la orquesta a partir de su gesto elocuente, del movimiento del cuerpo que a veces trasciende al de la batuta que no emplea. No se sirve de la partitura, algo que ya sorprendió al jurado del Donatella Frick, y que siempre suele ser sinónimo de seguridad y autoridad. Este director posee ambas por su conocimiento de la obra y por la claridad con la que expone sus intenciones.
García Vico matiza exquisitamente, valiéndose de una amplia gama dinámica, distingue con gran nitidez los diferentes planos y redondea, en fin, una lectura lejos de la afectada solemnidad de otras, mucho más centrada en exponer ese juvenil impulso que desprende, siempre a partir del concepto de perfección formal, de rigor constructivo, que el compositor alemán, al que Wagner despreciaba por su acomodado origen burgués, otorgaba a todas sus obras. Fantástica respuesta de la ONE, en todas sus familias, en línea con sus recientes actuaciones. Atraviesa un gran momento. Largas y merecidas ovaciones para conjunto y director.
Asegura Byung-Chul Han, el pensador coreano, que «la experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena». Lo que Rafael Chirbes parece apuntalar en esta frase: «El hombre no tiene tiempo para almacenar ordenadamente todo lo que los tiempos modernos han puesto a su alcance». Desde luego, es muy difícil seguirle el pulso a la actividad musical capitalina, incluso si solo se limitara al ámbito exclusivo del Auditorio Nacional. El mismo día del concierto con la ONE, pero por la tarde, se inauguró otro ciclo imprescindible, por donde suele pasar lo más granado. De ahí la relevancia de que la inauguración de Universo Barroco recayera ahora, antes de que se asomen por aquí los célebres Biondi, Savall, Minkowski y compañía, en otro de los jóvenes directores españoles de más apreciable talento, Alberto Miguélez Rouco.
El riesgo que asumía Paco Lorenzo, artífice de la excelencia de este ciclo, era controlado, poque él ya había tenido oportunidad de escuchar esta misma obra, con los mismos intérpretes principales, cuando Vendado es amor de estrenó hace un par de años en La Coruña. Pero hay que reconocerle el arrojo de haberles hecho inaugurar un ciclo de referencia en toda España, con un aval limitado. En eso consiste la labor del buen programador.
Y el triunfo logrado en su tierra, lo reeditó Alberto Miguélez con una nueva interpretación de esta joya de José de Nebra que merece ser ofrecida en una gran producción, cuidada y ambiciosa, por los teatros españoles de referencia. Tendría muchas posibilidades de ir más allá, en Francia, país más dado que el nuestro a apreciar estos regalos, desde luego la acogerían con comprensible alborozo. No se entiende que no haya más Nebra en las programaciones, aunque claro, es imprescindible servirlo con estas calidades. Al menos el Teatro de la Zarzuela, siguiéndole la pista, le ha concedido a Miguélez el honor de dirigir otra de sus maravillas, La violación de Lucrecia, en una nueva producción que estará en cartel a partir de marzo, y que si los astros se alinean puede resultar un bombazo.
Movido por el tesón de redescubrir estos secretos placeres, el director, aún en la veintena, convocó a sus compañeros alumnos de la prestigiosa Schola Cantorum de Basilea para que juntos formaran Los Elementos, una orquesta con instrumentos de época, con la que inicialmente grabaron para Glossa la partitura de Nebra. El registro fue muy bien acogido, así que la obra ha tenido un rodaje aún menor pero intenso, que se aprecia en la madura interpretación en vivo. No se sabe qué apreciar más, si el entusiasmo cotangioso que ponen en lo que hacen o su acreditado virtuosismo. Lo cierto es que es difícil pensar en mayor compromiso a la hora de poner de manifiesto la belleza de esta música, que con toda justicia conquistó al público de su época, rica, diversa, con un tratamiento orquestal sutil y variado, en la que cobran vida especialmente los ritmos tradicionales de la música española envueltos en el perfume y las formas de la ópera italiana. En eso radica seguramente el éxito de estos excelentes músicos jóvenes, en el gran empeño y el esfuerzo que entre todos han puesto por sacar adelante este proyecto, algo que transmiten fielmente las miradas de complicidad y satisfacción viéndoles tocar.
Miguélez Rouco ama las voces, no en vano él mismo es contratenor, a menudo requerido por directores como William Christie o René Jacobs. De ahí que haya puesto especial cuidado en otorgar cada personaje de la zarzuela barroca a un intérprete que pueda acercarse al ideal soñado: ya en tiempos de Nebra uno de los papeles lo abordó Rosa María Rodríguez, mejor conocida como «La Galleguita», una cantante que asombró al mismísimo Farinelli por sus extraordinarias cualidades vocales.
El reparto convocado ahora convence sobre todo por el equilibrio global y por las buenas dotes actorales de unos cantantes que, en algunos casos mejor que en otros, se esfuerzan por salir de las rigideces impuestas por una interpretación en concierto para darle un cierto aire de semi-stage, no siempre logrado. En ese sentido hay que destacar la implicación de Aurora Peña como Brújula, que supo aprovechar la comicidad del personaje para, llevándosela a su terreno, provocar el entusiasmo del público. Alicia Amo volvió a distinguirse, como ya había hecho en La Coruña, en rol de Eumene, con su voz algo limitada en el tercio más agudo, pero en cualquier caso suficiente, destacándose como una intérprete sensible, plena de musicalidad. Exquisita Giulia Semenzato, aportándole toda su dignidad y magnificencia al rol de Anquises, expuesto con elegancia y esmero. Ana Vieira Leite presta su porte aristocrático, la elegancia en el decir a una Diana muy bien cantada. Y Natalie Pérez destaca sobre todo en el canto más elaborado, con un registro agudo magníficamente resuelto. La aportación de Yannick Debus como Titiro, pero sobre todo en el cometido de narrador para otorgarle mayor realce, cumple con creces en un empeño más testimonial que otra cosa.
Y como artífice de todo, Alberto Miguélez Rouco cosechó el gran éxito que se merecía. El público reconoció con una gran ovación (parte de la concurrencia puesta en pie) el esmerado trabajo de este director de gesto elocuente y flexible, que emplea también el cuerpo para comunicarse con los entregados intérpretes, que sabe cuidar las voces, y además acompaña los recitativos desde el clave y toca las castañuelas cuando es preciso. Un músico de la cabeza a los pies, que destila amor y entrega hacia su labor, lidera con autoridad y empatía a orquesta y cantantes y acierta a poner todo su empeño al servicio de una música merecedora de mejor suerte en nuestro tiempo. Así da gusto.