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Fernando Rayón
Fernando Rayón

El impuesto a los bancos que pagaremos nosotros y las dos sorpresas del próximo año

La clave de este regalo navideño estriba en que se ha eliminado la prohibición de que este impuesto repercuta en los clientes de los bancos

Actualizada 04:30

Pedro Sánchez, durante una reciente cumbre socialista en Rabat

Pedro Sánchez, durante una reciente cumbre socialista en RabatEFE

Si es que estaba cantado. Las eléctricas no iban a pagar su impuesto y los bancos tampoco. De nada sirve que bajen los tipos. En su argumentario está que, desde la crisis de 2008, el sector se ha contraído en España un 81% y que vienen tiempos malos. Si lo sabrán ellos… y el Gobierno.

No les falta razón. Antes de la crisis de Lehman Brothers había 55 bancos: 10 grandes entidades y 45 cajas de ahorro. Desde entonces, y gracias al asalto de nuestros políticos a las cajas, los bancos nacionales, como los de Europa, han caminado hacia la concentración: condición necesaria si se quieren reducir costes y aumentar beneficios. El último debate –presente incluso en los anuncios de la fusión Sabadell&BBVA– se centra en los costes tecnológicos, necesarios para competir en los mercados y bla, bla, bla. Como si el resto de las empresas y particulares no estuviéramos en lo mismo desde hace décadas.

Para más inrri, el Banco Central Europeo nos recuerda un día sí y otro también, que, si el Viejo Continente quiere competir con los bancos estadounidenses, chinos e indios, no hay más remedio que la concentración. Algo que parece ignorar la CNMC (Comisión Nacional del Mercado de la Competencia) en la opa Sabadell&BBVA, pues sigue insistiendo en que estas operaciones reducen el crédito a las familias y empresas. ¡Como si esta película no la hubiéramos visto ya!

Pero volvamos al impuestazo a la banca. Ya hemos empezado a leer la letra pequeña del nuevo impuesto especial a la banca que el Gobierno se ha empeñado en mantener. Y hay algo en él radicalmente diferente al gravamen que los bancos soportan desde hace dos años. Efectivamente, el nuevo impuesto especial que sustituye al anterior, ofrece una diferencia sustancial. Mientras en aquel estaba expresamente prohibido que los bancos repercutieran en sus clientes los costes de créditos, depósitos o comisiones, en la redacción del nuevo impuesto ha desaparecido como por arte de magia cualquier referencia a esta cuestión. Conclusión: el impuesto de los bancos será así pagado por sus clientes.

Si repasamos la reciente historia de este gravamen especial a los bancos, recordarán que el argumento para ponerlo en marcha y aprobarlo en el Parlamento fue que los bancos ganaban mucho dinero: pecado mortal para este Gobierno en cualquier actividad económica que les conste. Ya saben: los beneficios son malos de por sí. Y por eso hicieron constar en el preámbulo de aquella ley: «La nueva prestación no es deducible en el impuesto sobre sociedades y no puede trasladarse a los clientes, constituyendo infracción grave el incumplimiento de la prohibición». De hecho, como recuerda Salvador Arancibia en un gran artículo, correspondía a la CNMC, con la ayuda del Banco de España, el control de la correcta aplicación de la prohibición de esta traslación impositiva.

La justicia es lenta incluso para los bancos, y los primeros recursos aún no han sido fallados

También quizá recordarán que los bancos reaccionaron a este hachazo fiscal con recursos ante los tribunales. Tanto las patronales del sector como las propias entidades financieras argumentaron que este impuesto –que se calculaba sobre los ingresos y no sobre los beneficios-repercutiría inevitablemente sobre créditos que se concedían a particulares y empresas. Pero ahí se quedó la cosa porque, como saben, la justicia es lenta incluso para los bancos, y aquellos recursos aún no han sido fallados.

Pero volvamos al presente. Esta nueva ley ha solventado parte de aquel dislate al establecer que el impuesto afecte, con carácter progresivo, a todos los bancos por igual en sus ingresos por intereses y comisiones. Un cambio que podría suponer la retirada de algunas denuncias ganadoras ante la justicia ordinaria. Pero sobre todo la clave de este regalo navideño estriba en que se ha eliminado la prohibición de que este impuesto repercuta en los clientes de los bancos.

De hecho, algún bancario ya ha anunciado que la aplicación de esta norma implicará «un desplazamiento hacia arriba de la curva de tipos de interés» que para los no muy duchos en exégesis bancaria quiere decir que los créditos serán más caros. Es decir, un nuevo impuesto que pagaremos las clases medias, los que pedimos créditos, los que necesiten dinero, las empresas que quieran crecer, o necesiten financiarse. Y no es un punto de vista.

La propia presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde se refirió a este nuevo impuesto señalando que «limitará la capacidad de las entidades de crédito y contribuirá potencialmente a unas condiciones menos favorables para los clientes de los préstamos y otros servicios». Y también dice que servirá para fragmentar el sistema financiero europeo. Pues verde y con asas.

Pero en España no hace falta que nos fragmenten mucho más el sistema financiero. Nos bastamos solos. O se basta el Gobierno con sus pegas a la opa en curso y a las que vendrán. Y no solo con eso. Los dos grandes peligros que acechan a la economía en 2025 ya los conocemos: la inflación y las medidas proteccionistas arancelarias de Donald Trump.

Estados Unidos se va a poner muy difícil. Y en Europa ya se están preparando

Para disparar la inflación no necesitamos mirar a Estados Unidos. La reforma del salario mínimo propuesta por Yolanda Díaz –si es que el Congreso la aprueba– será la gota que colmará el vaso de la desindexación a la que nos obligó Europa para rescatar a nuestros bancos en 2012. Volver a calcular alquileres, salarios o pensiones en función de la inflación volverá a disparar los precios. Y sabemos dónde lleva a eso si queremos competir con los países de nuestro entorno.

Sí: digo de nuestro entorno, con los que tendremos que competir para que vengan inversiones y empresas a nuestro país. Porque Estados Unidos se va a poner muy difícil. El nombramiento de Sthepen Miran como director del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca es buena noticia, pero solo para Estados Unidos. Es un ortodoxo que hará sudar al resto del mundo aunque no seamos Panamá. En Europa ya se están preparando. Los abrazos de Emmanuel Macron y otros líderes a Trump en Notre Dame fueron un aviso. Pero como Pedro Sánchez no va a Misas, pues pasa lo que pasa.

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