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Diego Barceló

Argentina y la inflación: la lección de Milei para España

Nos mienten a la cara cuando nos asustan con las consecuencias terribles de ordenar las cuentas públicas. Las únicas consecuencias terribles serían para la «industria política», que tendría menos dinero (tu dinero) para sus chiringuitos

Actualizada 04:30

En el primer año del gobierno de Javier Milei, el sector público tuvo un superávit primario (es decir, antes del pago de los intereses de la deuda pública) equivalente a 1,8 % del PIB. Como esos intereses fueron de 1,5 % del PIB, el resultado final fue un superávit de 0,3 % del PIB.

Se consiguió con la opinión «publicada» en contra y «expertos» diciendo que eso era «imposible». Con una oposición que llamaba «Semana Santa» al gobierno de Milei, porque no se sabía si «caía en marzo o en abril». Con una bomba de tiempo en el banco central, que de no haber sido hábilmente desactivada, hubiese provocado una hiperinflación terminal.

Los factores claves detrás de este logro histórico son el liderazgo y la convicción del presidente Milei y la madurez del grueso del pueblo argentino que entendió, tras duros fracasos sufridos en carne propia, que un gasto público siempre creciente es el mejor camino hacia la pobreza. Un Javier Milei que, incluso en España, era presentado como un «loco peligroso», «inexperto», «inestable», carente de equipo y plan y, por eso, incapaz de gestionar la cosa pública. Todo pescado podrido que se intentó vender a los incautos.

La experiencia del primer año de Milei encierra una lección importante: España tiene déficit fiscal de manera continuada desde 2008, sencillamente, porque esa ha sido la decisión de la casta política. Una casta estatista, que ve en la ampliación del gasto público una herramienta de poder que no duda en utilizar, aunque ponga en riesgo la estabilidad macroeconómica y, a través de la deuda pública, el bienestar de las generaciones aún no nacidas.

Es verdad que el gobierno de Rajoy fue el único que terminó con un gasto público inferior al que encontró al llegar. Además, redujo el déficit primario todos los años, desde € 87.700 millones en 2012 (tal la herencia que dejó Zapatero, el amigo de la dictadura venezolana) hasta poco más de € 1.000 millones en 2018, cuando Pedro Sánchez consiguió lo que las urnas le habían negado.

Una vez en la Moncloa, Pedro Sánchez hizo lo que todos los gobiernos socialistas: gastar lo que no tienen. Aun tras haber llevado la presión tributaria al máximo histórico, el déficit primario en 2024 rondó los 15.000 millones de euros.

España paga todos los intereses de la deuda pública con más deuda pública desde hace 17 años. Con los matices del caso (Rajoy plenamente consciente del peligro de hacerlo, Sánchez por completo ajeno al problema), la realidad es que eso es así por decisión política. Una decisión política empobrecedora que acabaremos pagando, tarde o temprano.

Esperar que la casta política que se beneficia del gasto público aprenda la lección y decida ordenar las cuentas públicas «por el bien común», es una ingenuidad. Tampoco podemos contar con la Unión Europea, que bajo el liderazgo de Von der Leyen se pasó al lado de «los malos», impulsando ella misma, desde Bruselas, la explosión de gasto público («fondos europeos»), la creación de la deuda europea y, próximamente, de los impuestos «europeos».

Nos mienten a la cara cuando nos dicen que no se puede rebajar el gasto público

La lección la tenemos que aprender los españoles de a pie. Nos mienten a la cara cuando dicen que no se puede bajar el gasto público. Nos mienten a la cara cuando nos dicen que no se puede eliminar el déficit o que no hay problema en que la deuda pública siga creciendo. Nos mienten a la cara cuando nos asustan con las consecuencias terribles de ordenar las cuentas públicas. Las únicas consecuencias terribles serían para la «industria política», que tendría menos dinero (tu dinero) para sus chiringuitos, viajes en Falcon, enchufados, ministerios inútiles, televisiones públicas serviles, publicidad oficial para coaccionar la prensa y todo tipo de programas de gasto público que, en verdad, son formas más o menos solapadas de intentar comprar votos.

Solo tenemos que recordar la lección la próxima vez que nos llamen a votar para rechazar a los candidatos que no prioricen el fin del déficit fiscal.

  • Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados (@diebarcelo)

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