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los ridículos de la educaciónJosé Víctor orón semper

Cuando el remedio del bullying es peor que el «bullying»

Muchos protocolos ni ayudan al acosador ni ayudan al acosado. Más bien parece que están hechos para tranquilizar conciencias de los adultos para justificar que ellos han hecho lo posible

Actualizada 04:30

Ciertos casos llamativos y dolorosos, la sensibilidad creciente por el bienestar junto con un sentimiento de justicia entendida como defensa, están llevando a que se pierda la aproximación educativa al tema y se instaure una aproximación de defensa que puede llevar a problemas aún mayores que el mismo bullying.

No es lo mismo que una persona de 40 años diga: «con esa persona no quiero saber nada» a que lo diga una persona con 10 años. Cuando lo dice una persona de 40 años, con un poco de suerte, no está definiendo cómo relacionarse con los demás, sino sólo cómo relacionarse con esa persona. Pero cuando lo dice una de 10, no está hablando de cómo relacionarse con esa persona, sino que está aprendiendo qué esperar de las relaciones interpersonales en general. En cada relación, se educa cómo relacionarse en general, se educa el sentido de la vida.

Muchos protocolos de tratamiento del bullying ni ayudan al acosador ni ayudan al acosado. Más bien parece que están hechos para tranquilizar conciencias de los adultos para justificar que ellos han hecho lo posible.

Aunque suene a Perogrullo, vale la pena que un centro educativo no pierda nunca la perspectiva educativa a la hora de aproximarse a cualquier tema. Incluso a los temas que asustan, pues lo que en el fondo estamos enseñando es qué se puede esperar de la vida y qué tipo de vida queremos construir. No perder la perspectiva educativa implica que todo lo que se haga solo puede tener un objetivo: ayudar a crecer. ¿Qué hay que hacer con el acosador? Pues ayudarle a crecer. ¿Y con el acosado? Pues ayudarle a crecer también. Todo lo que se salga de aquí, es instrumentalizar a los niños, tanto al acosador como al acosado.

Veamos primero el ridículo de ciertas aproximaciones, muy comprensibles por otra parte, pero que sencillamente no ayudan. Primero ocurre que no es extraño que ciertas incidencias de los niños pasen a institucionalizarse demasiado rápido. Con los sistemas de comunicación actual, que hacen que los padres sepan lo que ha pasado con su hijo «en directo», se está puenteando la natural comunicación de los hijos a los padres. No dejan a los hijos ensayar su forma de relacionarse y además predisponen mucho a los padres de cara a los hijos. Cualquier tontería, falta, descuido o transgresión queda codificada. Si se hubiera llevado registro de todas las tonterías que hicimos nosotros de niños (o que hacemos ahora de adultos), nos sentiríamos agobiados, como muchos alumnos así se sienten. Pero, además, lo que pertenecería al ámbito normal escolar del diálogo del docente con el alumno, o de dos alumnos entre ellos y la mediación del docente, pasa a ser institucionalizado y se hace «oficial». Cuando algo se hace oficial, se pierden muchos recursos educativos, pues aparece la obligación de aplicar a rajatabla la ley. En ese momento ya se dejan de lado los temas educativos y todo se centra en comportamientos.

De esa forma, se ignora tanto la persona del agresor como la del agredido y se les incapacita para la relación. En educación todos necesitan hacer su camino. El agresor tiene que hacer su camino, y el agredido tiene que hacerlo también y la mediación debe buscar «sobrar». Sobrar no porque ya se ha protocolizado todo y hay sistemas de supervisión, sino sobrar porque tanto quien fue agresor como quien fue agredido pueden recuperar cierto nivel de relación, salvando siempre la persona.

bullying

Además, decía que hay una sensibilidad muy grande a los temas de injusticias. Posiblemente con razón, es decir, por vivir en un mundo donde hay mucha agresión. O posiblemente también sin razón, exigiendo a todos que se muevan para no moverse uno mismo. Solo cada uno puede discernirlo. Pero el caso es que la sensibilidad existe. Dicha sensibilidad favorece que la realidad tienda a ser leída desde la agresión cuando tal vez no hubo tal agresión. Por ejemplo, cuando pasan en silencio sin saludar se puede leer como un desprecio, cuando en verdad no hubo tal desprecio.

Quien fue agresor agredió, pero no es el agresor. Quien fue agredido fue agredido, pero no es el agredido. Entenderse como «el agresor» o «el agredido» es entender a la persona entera desde una etiqueta.

Quien agredió tiene un camino que hacer y es descubrir que la agresión no fue solución para lo que ciertamente necesitaba. Al agredir buscaba atender una necesidad real y buena, pero sencillamente no la atendió, sino que empeoró su situación. Necesita hacer un camino para conocer esto y encontrar nuevas formas, ahora ya constructivas, de atender su necesidad. Quien fue agredido tiene que hacer un camino y es descubrir que si él o ella se entiende a sí mismo/a desde la agresión, se deshumaniza. Quedarse atrapado en lo que le ocurrió y pasar a demandar justicia no va a atender la necesidad que tiene quien fue agredido, sino que le va a perpetuar en su autocomprensión desde la agresión. No es posible explicar aquí todo el proceso de mediación, pero al menos dejar apuntado que hay formas de evitar el daño físico y, al mismo tiempo, atender a las personas implicadas. Más aún, que hay formas de trabajar que incluso usan el dolor vivido para el crecimiento personal. Crecimiento que siempre pasa por la mejora, de algún tipo, de la relación personal entre quien agredió y quien fue agredido.

Como siempre en educación, centrarse en resolver problemas crea mayores problemas, y atender necesidades personales abre un camino en el que dibujamos una sociedad distinta de la que tenemos.

En el titulo de este artículo, el segundo bullying está entre comillas como una forma de no absolutizar, pues sé que es un tema sensible. Pero abordar este tema en profundidad requiere estar dispuestos a abrir muchas preguntas en los niños, en la familia, en el centro, en la sociedad. No huyamos del reto que nos plantea preguntarnos qué está pasando con el bullying al quedarnos tranquilos por haber encontrado un chivo expiatorio. La vida no es simple.

  • José Víctor Orón Semper es director de la Fundación UpToYou Educación

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