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La educación en la encrucijadaEugenio Nasarre

Europa y las Humanidades

Ya Montesquieu lo había advertido con gran agudeza: «En Europa las cosas son de tal forma que los Estados dependen unos de otros. Europa es un Estado formado por muchas provincias»

Actualizada 04:30

Al recibir en 1962 en Ámsterdam el prestigioso Premio Erasmus, el gran teólogo y filósofo germano-italiano Romano Guardini dedicó su discurso de gracias a hacer unas reflexiones sobre su visión de Europa. El proceso de integración europea había dado sus primeros pasos y la «pequeña Europa», la de los seis Estados fundadores, era ya una floreciente realidad.

Romano Guardini era hijo de italianos emigrados en Baviera. Confesaba que «en casa hablaba italiano, pero el idioma de la escuela y de su formación espiritual fue el alemán». Guardini pertenecía a la generación, como De Gasperi, Schuman o Adenauer, que había vivido el trágico período de la historia europea con dos guerras devastadoras y el auge de los totalitarismos y de unos nacionalismos de naturaleza expansiva y agresiva. En su discurso de Amsterdam relata que, en la primera Gran Guerra, se preguntaba con angustia a sí mismo: «¿qué era él alemán o italiano?». «Cuando se me presentó la idea europea -afirma- supuso para mí la posibilidad de una solución honrosa al conflicto». Lo que salvó a Guardini fue «la conciencia de ser europeo», porque con tal conciencia -añade- «la nación adquiere un nuevo significado». No hay que renunciar a ella, aclara el pensador italo-germano-; no hay que convertirse en «apátrida» o en un artificial «cosmopolita». Encadenando sus reflexiones, llega a la siguiente conclusión: «Que Europa llegue a ser supone previamente que cada una de sus naciones vuelva a pensar de otro modo su historia, que comprenda su pasado con referencia a la constitución de esa gran forma vital que es Europa».

Lo que afirmaba Guardini en su discurso de Ámsterdam era fundamentalmente dos cosas. La primera que un «relato europeo», que tenga a Europa como el «sujeto histórico» no es en absoluto artificioso, sino que responde a un hecho evidente: la realidad histórica de Europa, fraguada con tal intensidad de vínculos a partir de la Roma clásica que, prescindiendo de esta dimensión europea, las «historias nacionales» resultan ininteligibles, como señaló el gran historiador y filósofo Etienne Gilson en el Congreso de La Haya de 1948. La segunda es que resulta obligado, por lo tanto, cambiar de perspectiva, pensar de otro modo cada historia nacional e integrarla dentro de una visión común. Salvador de Madariaga, en el mismo Congreso, dijo que cuando contemplamos los fenómenos que caracterizan a la vida europea se produce en nosotros un «sentimiento de familia», que «se debe a una tradición común que tiene dos raíces: una socrática y otra cristiana». Ya Montesquieu lo había advertido con gran agudeza: «En Europa las cosas son de tal forma que los Estados dependen unos de otros. Europa es un Estado formado por muchas provincias».

Todas estas afirmaciones de tan ilustres autores son, me parece, incuestionables. Desde Roma, el Medievo, la Modernidad hasta los hechos contemporáneos Europa es más que un entramado de relaciones entre «naciones», que se van configurando y sedimentando a lo largo de la Edad Media. Es tal la intensidad de esas relaciones que los sucesivos movimientos culturales, artísticos y la evolución de sus formas políticas no tienen fronteras, aunque en algunos casos las improntas nacionales hayan dejado su sello. Las catedrales románicas y góticas son europeas. Las universidades son una genial invención genuinamente europea. El renacimiento, el barroco, o el romanticismo son corrientes que sobrepasan la dimensión nacional. El sujeto histórico de todos estos fenómenos es Europa.

Nuestro sistema educativo presenta un grave déficit en el estudio de las Humanidades: tanto en su peso en el currículo como en sus contenidos y enfoques, como de manera agravada se regulan en los desastrosos «nuevos currículos», empeñados en una «insensata carrera hacia la tierra prometida del beneficio» (de lo utilitario), en palabras de Nuccio Ordine. El fortalecimiento de las Humanidades resulta una necesidad imperiosa. Pero en esta tarea erraríamos si no se abordase con una dimensión nítidamente europea. Julián Marías, que formó parte de la Comisión que elaboró el importante Dictamen para el reforzamiento de las Humanidades en nuestra educación secundaria (1998) cuyas recomendaciones siguen plenamente vigentes- aconsejaba que el enfoque del estudio de todas las materias humanísticas debería ser primordialmente histórico. Un bachiller culto sería aquel que ha conocido y comprendido el legado de nuestra civilización, que es justamente un legado europeo. En estos tiempos de incertidumbre y zozobra ese legado es el que puede salvarnos y su cancelación conduce a nuestro suicidio como europeos.

  • Eugenio Nasarre es vicepresidente del Movimiento Europeo de España

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