No hay virtud ni vicio en la emoción
Querer actuar sobre la emoción es tan ridículo como querer actuar sobre un reflejo, como peinar la imagen de mi cabello reflejada en el espejo y no peinarme de verdad
La emoción hace siempre bien su trabajo. A lo largo de la historia la emoción ha sido comprendida de forma muy diversa y aún opuesta: desde entenderse como el corazón de lo humano hasta convertirse en el demonio que impide nuestra humanidad. En cambio, la propuesta que hago es considerar la emoción como algo siempre perfecto y que lo que tiene que hacer lo hace de forma perfecta tanto en la persona sana, en la enferma, en el santo y en el demonio. ¡Dejemos de usar la emoción como cabeza de turco! No hay emociones deseables, ni indeseables, ni positivas, ni negativas, ni altas, ni bajas, ni virtuosas ni viciosas, ni gordas, ni delgadas, ni inteligentes, ni torpes. Ni siquiera la división más básica como agradables o desagradables se sostendría si se estudia con rigor, lo cual no niega que uno pueda vivir algo de forma agradable o desagradable. La emoción siempre hace lo que tiene que hacer y lo hace de forma perfecta. Deja en paz las emociones que ellas hacen bien su trabajo. No las controles, ni las potencies, ni las evites, ni te protejas de ellas, ni las defiendas. No hace falta hacer nada de eso con ellas. El tema de la emoción no está en la emoción en sí. La emoción siempre y solo es un reflejo de algo que ya pasó. Y su trabajo de reflejar lo hacen siempre bien, muy bien.
Querer actuar sobre la emoción es tan ridículo como querer actuar sobre un reflejo, como peinar la imagen de mi cabello reflejada en el espejo y no peinarme de verdad.
No hay emociones que en exclusiva sean biológicas, ni otras sociales, ni individuales ni relacionales, ni inmorales, ni morales, pues son todo eso a la vez y mucho más. Toda clasificación de las emociones no es más que una susceptible agrupación, desde un punto de vista concreto, que acaba atribuyendo a la emoción los propios presupuestos de cómo nos aproximamos a conocer la realidad. Si alguien se fija en la repercusión corporal y a eso lo llama emoción básica, emoción corporal o simplemente emoción acaba dando, tal vez sin saberlo, ni quererlo, estatuto de realidad a lo que simplemente es una forma de aproximarme a ella. Se confunde epistemología (el conocimiento de la realidad) y ontología (lo que la realidad es). Así, se acaba considerando como real, lo que simplemente es un presupuesto de la forma de conocer. Lo cual lleva a sesgar el conocimiento de la realidad de forma injustificada. Las emociones son siempre de la persona y por tanto todo lo personal (cuerpo, social, más allá etc.) se hacen presentes en la emoción. Pero además es incongruente la asociación de la emoción a algo (lo corporal, lo social, lo cognitivo, lo desiderativo…) porque precisamente la emoción da información de la conveniencia de todos los elementos que pudieran diferenciarse en el acto humano. Si dan información de la conveniencia de todo, no dan información de algo en particular. Por lo tanto, asociar la emoción a algo es incongruente con la propia definición de la emoción como información de la conveniencia de la globalidad del acto.
El sentimiento o emoción (que es otra división artificial), no me da información de cómo pienso, ni de cómo percibo, ni de cómo juzgo, ni de cómo actúo, ni de cómo valoro, ni de cómo mi cuerpo siente, ni de cómo recuerdo, imagino, ni de cómo me comporto, etcétera. Sino de cómo convergen y de cómo se articula toda esa lista y más cosas, dando una información del estado general del sistema. Por eso, muchas veces se apela al sentimiento para la toma de decisiones, pues da una información única, no se refiere a nada en concreto, sino al conjunto de todo. Además, las emociones generan tendencias en la persona de la misma forma que todo estado de un sistema genera tendencia en el propio sistema. Pero eso no obliga a que se actúe de una forma concreta. También la tendencia que genera la emoción tiene que comprenderse e integrarse en la globalidad. Por ello, tan erróneo es tomar decisiones ignorando los sentimientos/emociones, como simplemente basándonos en ellos, pues tener información del conjunto, no es tener información de cada uno de los elementos del conjunto. Hace falta tener toda la información para proceder a decidir. Tanto la del conjunto, como de los distintos aspectos y dimensiones que intervienen. Necesitamos ayudar a que el alumno descubra todo lo que sobrevuela su cabeza y se hace presente en su estado emocional. Es mejor hablar de estado emocional que de una u otra emoción, aunque exista el vicio de preguntar al alumno qué siente esperando una palabra concreta. Reducir lo que sentimos a una sola palabra sesga demasiado la realidad. Es mejor ayudar al alumno a que narre con paciencia lo que vive para que pueda hacer presente todos los posibles aspectos que convergen. Tampoco esto está exento de sesgos, aunque sean menores y más fáciles de rastrear.
Todo esto, si se acepta, desliga el tema de la emoción del discurso de la virtud en el sentido de que cierta emoción pueda considerarse virtuosas o viciosas. La información de cómo me encuentro no es virtuosa ni viciosa, pues no corresponde calificar a una información virtuosa o viciosa, sino acertada (ajustada, referida, verídica, conforme) o no a la realidad a la que se refiere. Y, además, la información de la emoción es siempre correcta y perfecta, pues siempre refleja el estado global en el uno se encuentra. La emoción no conoce nada, pues la información no conoce, sino que es conocida. La emoción es lo que queda cuando todo pasó, es la información de cómo se produjo la confluencia de todo. Si lo que se vivió es adecuado o no, si ayuda o no ayuda al crecimiento le corresponde a la persona evaluarlo haciendo su discernimiento oportuno, pero eso ya no es la emoción.
La virtud y vicio se juegan en la forma que tenemos de usar nuestras facultades. Ciertas formas de usar las facultades son viciosas y ciertas virtuosas. Es virtuoso lo que permite al ser humano crecer en su humanidad, es decir en el encuentro sincero con los demás. Es vicioso lo que entorpece o deteriora el crecimiento en humanidad. Por ejemplo, el conocimiento que procede del análisis de un objeto podrá ser un conocimiento verdadero, pero es vicioso si no ayuda a crecer en humanidad. Con cosas potencialmente buenas podemos destruirnos. No hace falta hacer el mal para hacernos daño. Podemos hacernos mal incluso con la verdad.
La virtud y el vicio antes que una cuestión ética es una cuestión antropológica pues requiere saber qué significa decir «humano». Si entendemos que el ser humano es el ser creado en libertad, singularidad y novedad que procede del encuentro interpersonal y está llamado al mismo encuentro y que todo lo transforma a favor del encuentro, entonces: virtud es poner todo al servicio del encuentro y vicio es poner todo al servicio del objeto.
No hace falta dejar de ser vicioso para ser virtuoso, sino que cada acto es virtuoso o vicioso en función de hacia dónde se oriente. De hecho, la expresión «no hace falta dejar de ser vicioso para ser virtuoso» es de por sí un error, pues la virtud o el vicio no se refiere a la persona, sino al uso de la facultad. Dicho de otra forma, la persona siempre es y no puede dejar de ser virtuosa, pues nuestra propia naturaleza no puede cambiar, aunque uno pueda destrozar su vida. La naturaleza de la persona siempre está y estará abierta al encuentro con otra persona, esa es su forma de ser, ser para otro. Aunque sea para matar a otra persona se necesita salir de uno para ser alguien para otra persona. Ciertamente es una forma de «salir de sí», de trascenderse radicalmente equivocada. Pero, hasta para hacer el mal necesitamos transcendernos y ser para otro. El asesino mendiga humanidad al asesinado.
La información se usa, mejor dicho, se estudia. Luego, hagamos eso también con la emoción: estudiémosla. Si deformamos la emoción, deformaremos también la información y caeremos en locura porque perdemos la referencia a la realidad. El destino de la regulación emocional es la locura. Su opuesto, dejar que las tendencias se concreten en actos sin ejercer la libertad, no es que sea mejor o prevenga de la locura, pues en ese caso la persona simplemente se padece a sí misma, sus heridas, sus miedos, etcétera.
Resultaría mejor abandonar tanto la regulación emocional como el dejar fluir autopadeciéndose. La emoción, es cosa, en concreto información. Las cosas se usan, y la información se estudia y así llegamos a un conocimiento imprescindible: el conocimiento de la globalidad; de dónde estoy. Conocimiento parcial, aunque sea de la globalidad, pues informa de la convergencia de los elementos, pero no de los elementos que convergen.
La emoción no es un enjambre de duendes que te habitan y te agitan. ¡No te asustes de ningún sentimiento! Investígalo, pues todo sentimiento o emoción es lógico, más lógico que las matemáticas, pero con una lógica interna que habla de la complejidad del sujeto. El estudio de la emoción, del sentimiento y la afectividad serán los que te lleven al conocimiento de ti mismo.
- José Víctor Orón dirige Acompañando el Crecimiento y es el responsable de la Unidad de Educación Médica de la Universidad Francisco de Vitoria.