Defensa
El Dédalo, el histórico portaaeronaves que terminó en la chatarra
El «USS Cabot» participó en la Segunda Guerra Mundial y fue atacado por aviones kamikazes. En la década de los 70 se convirtió en el buque insignia de la Armada y en portaaeronaves capaz de incorporar a los Harrier
25 de noviembre de 1944. El Pacífico se ha convertido en uno de los escenarios más violentos de la Segunda Guerra Mundial. El «USS Cabot» (CVL-28) bombardea posiciones enemigas en tierra en la isla de Luzón. De repente, un grupo de aviones kamikaze se abalanza sobre el buque y uno de ellos se estrella sobre la amura de babor. Se produce una fuerte explosión. Mientras, otro kamikaze impacta en el costado de estribor. Como consecuencia hay más de medio centenar de muertos y numerosos daños materiales. Aún así, posteriormente tuvo tiempo de volver a la acción y participar en otras batallas, desde Iwo Jima a Okinawa. Tras el conflicto bélico, el portaaviones ligero continúa al servicio de la marina estadounidense en diversas misiones secundarias, hasta la década de los cincuenta.
En su obra «Los portaaviones españoles: un siglo de evolución con el arma aérea», alojado en la página web de la Armada Española, Luis Díaz-Bedia Astor detalla que «en 1965, en el Estado Mayor de la Armada (EMA) se decidió la creación de un grupo antisubmarino centrado en un portaaviones ligero que se obtendría gracias a los convenios hispano-estadounidenses». A partir de ese momento, el «USS Cabot» entra en el radar de los responsables militares españoles. De hecho, a finales de ese año, una comisión de la Armada seleccionó en Norfolk al USS Cabot, que se encontraba en buen estado de conservación. «Se trataba –dice Luis Díaz-Bedia Astor– de un portaaviones de escolta de la clase Independence, de 16.185 t a plena carga, 189,9 m de eslora, 33,2 m de manga en la cubierta de vuelo y 8,5 m de calado, que había tomado parte muy activa en las batallas aeronavales del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial».
A partir de aquel momento, el buque sufrió diferentes reformas tendentes a su modernización. Pero hubo un hecho que marcó un punto de inflexión, según coinciden diferentes historiadores militares: el 8 de noviembre de 1972 un avión Harrier aterrizó en el Dédalo en las proximidades del cabo de Creus, tras un vuelo directo desde Reino Unido. Los Harrier están capacitados para realizar despegues y aterrizajes verticales/cortos, lo que los convirtió en idóneos para un buque de las características del Dédalo.
Durante los años siguientes, encabezando el Grupo Aeronaval, participó en numerosos ejercicios nacionales e internacionales y se convirtió en el buque insignia de la Armada, hasta que fue dado de baja en 1989 cuando entró en servicio un nuevo y flamante portaviones: el Príncipe de Asturias (R-11).
En 1989, el Gobierno cedió el barco a una fundación de exmarines norteamericanos que tenían la intención de convertirlo en un museo flotante en Nueva Orleans. La decisión la adoptó el Consejo de Ministros de aquel 30 de junio, tras descartar la posibilidad de desguazarlo y subastar como chatarra sus 14.500 toneladas. Y así fue. Pero tan solo retrasó un tiempo su destino. Las dificultades económicas hicieron tambalear a la citada fundación y finalmente quedó reducido a chatarra en 2002. Su tumba fue Brownsville, Texas. En ella se enterró el testimonio militar de toda una época, que quedó reducido a un gigantesco amasijo de hierros.