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Sánchez aplica la guillotina seca para afirmar su tiranía

Actualizada 04:30

El presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido y el presidente del Gobierno, Pedro SánchezEuropa Press

En la víspera del covid-19, una pandemia de la que aún estar por cifrar el número real de víctimas y de cuya excepcionalidad se valió Pedro Sánchez para reforzar su poder cerrando incluso las Cortes, el expresidente Felipe González tuvo el acierto de alertar de la deriva española hablando de la Venezuela de Maduro en medio del «eso aquí no puede pasar» cuando ya arraigaba la semilla y crecía a matojos con el conformismo ciego. En una cena con empresarios de ambas orillas atlánticas —entre ellos, expatriados que vivían entre Madrid y Miami—, González les aclaró que el régimen bolivariano era «peor que una dictadura; una tiranía» dado que, en una dictadura, uno conoce los riesgos que corre y sabe a qué atenerse; en una tiranía, por el contrario, la discrecionalidad es absoluta. «Con Franco —señaló—, yo era consciente de la pena que me podía caer si me pillaban con propaganda ilegal o incurría en asociación ilícita; con Maduro, la arbitrariedad no conoce leyes ni tribunales». «Cuando se apela a que la democracia está por encima de las leyes —subrayó—, se está en la antesala de que resuenen los tambores de los tiranos»

En aquella cita en una de las cuatro torres hercúleas que parecen soportar la bóveda celeste de Madrid, González ofició como si fuera San Isidoro de Sevilla, cuyo nombre usó como apodo en el tardofranquismo, y habló a tumba abierta de la Venezuela devastada por los «roborrevolucionarios» fiado en que ese no fuera el porvenir de una España en la que ya para entonces los hijos políticos de la satrapía se habían encamado con quien había negado esa posibilidad porque no podría dormir como el 95 % de los españoles, pero que ha hecho suyo el programa de «Pudimos» tras sortear su «sorpasso». Atendiendo a que «los hombres son tan crédulos, y tan sumisos a las necesidades del momento, que el que engaña hallará siempre quien se deje engañar», según Maquiavelo, Sánchez resulta un gran mentiroso con desparpajo como para exigir encima explicaciones al engañado.

Al consumarse el pucherazo de Maduro y su ilegítima toma de posesión tras la rotunda victoria de la oposición, González ha vuelto a la carga —esta vez en un curso sobre liderazgo dirigido por la exministra y exdirigente del PP, María Dolores de Cospedal— para proclamar su perplejidad con la cómplice pasividad del Gobierno con una dictadura a la que no se digna llamar por su nombre y a la que Sánchez soslaya en su conclave último con el cuerpo diplomático, a la par que designa un embajador del gusto del opresor para la legación de los enjuagues de Raúl Morodo y de la encerrona a Edmundo González.

A este respecto, González trajo a colación una observación que le trasladó el primer presidente del Tribunal Constitucional, Manuel García-Pelayo, vuelto de su exilio en Venezuela para esa encomienda y que luego retornaría a su patria de acogida con mala conciencia por ceder a la presión socialista para inclinar con su voto de calidad la expropiación de Rumasa. Anticipándose a lo que estaba por venir, García-Pelayo le transmitió que Venezuela, donde fallecería ocho años antes de irrumpir Chávez en el Palacio de Miraflores, no era la democracia sólida que aparentaba, sino «una partitocracia fuerte con instituciones débiles». Con el desplome —por mal gobierno y corrupción— de los raíles socialdemócrata y democristiano de la partitocracia por la que transitaba aquella democracia, esta descarrilaría cayendo en brazos de un «mesías tropical» que, indultada su asonada, instauró una tiranía tras prometer lo contrario para ganarse el voto de un país rico y culto que hoy rivaliza con Haití en el vagón de cola.

Al glosar aquel comentario sobre la lasitud de las instituciones venezolanas y sus consecuencias, ninguno de los presentes la otra tarde en el Instituto Goethe lo desligó de la patrimonialización del Estado por el sanchismo con sus fámulos -auténticos convictos en algún caso- y del apoderamiento de las sociedades del Ibex con los euros del contribuyente asistido con el fórceps del BOE ahorrándose así el estridente «exprópiese» cuartelero de Chávez o Maduro, pero con parejas secuelas. Ante la actitud timorata -el diagnóstico sin la acción política es la nada- de un PP que nunca se arrepentirá bastante de no haber sostenido su ofensiva electoral para derogar el sanchismo y tomarse unas vacaciones anticipadas con aquella estúpida campaña del verano azul que daba por sentado que las urnas les auparían a la Moncloa, Sánchez deroga «de facto» la Carta Magna con leyes habilitantes como aquellas con las que Carl Schmitt, arquitecto legal del nazismo, posibilitó a Hitler transitar de la democracia al totalitarismo y aplica la «guillotina seca» contra sus adversarios sin que brote sangre.

Así, a su conveniencia, Cándido Conde-Pumpido puede estimar lo que antes desestimó para recusar a un magistrado crítico del TC por haber participado, en el Consejo del Poder Judicial, en un informe contrario a la ley de amnistía cuando antes había rechazado la abstención de otra magistrada sobre la ley del aborto de Zapatero, pese a cooperar en el órgano de gobierno de los jueces en un dictamen sobre su anteproyecto, al igual que Conde-Pumpido en el Consejo Fiscal. O un encausado fiscal del Estado, para destruir a una rival de Sánchez, puede incurrir en un supuesto delito de revelación de secretos hasta ser puesto en evidencia por sus subordinados ante el juez. Y cargos de la Agencia Tributaria puede quedar al desnudo ante la juez que investiga al «querido hermanito» del presidente para salvar la cara a David Sánchez («Azagra009» con licencia para delinquir) tras domiciliarse en Portugal y esquivar al Fisco cuando sus ingresos provienen de una administración española —la Diputación de Badajoz— en la que fue enchufado nepóticamente.

En paralelo, Sánchez asalta un Ibex que tan obsequioso con él ha sido cada inicio de curso como para sufragar la cuerda con la que los ahorca como ha hecho con el presidente de Telefónica, José María Álvarez Pallete. Como iba de suyo, la pretensión de Saudí Telecom (STC) de comprar un 9,9 % de Telefónica le ha brindado la excusa a quien dispone de peones en CaixaBank y que, con su toma de Telefónica, supeditará al BBVA a resultas de su opa sobre el Banco Sabadell. Un suma y sigue que redundará en el control de la Prensa a través de estos grandes anunciantes y que engrosará la acorazada gubernamental para poner sordina a este golpe contra las instituciones y contra las empresas que encamina a España por los derroteros Venezuela, aunque alguno opine que «eso ahora no importa», como espetó Álvaro García Ortiz a la fiscal superior de Madrid al interpelarle ésta si fue él quién filtró el correo de la defensa del novio de Ayuso con su disposición a cerrar un acuerdo de conformidad sobre el fraude tributario que se le imputaba.

Tras participar en la batalla de Waterloo, que supuso el fin del Imperio napoleónico, el personaje stendhaliano de Fabrizio del Dongo no reparó en que había librado esa crucial lid hasta que figuró en los manuales. En este «proceso español» como ampliación del «procés» que vuelve a amigar a Puigdemont y a Junqueras en Waterloo, pareciera que Feijóo (y con él, Abascal, mientras acompaña a Trump) anduviera tan perdido como el joven patricio italiano que no avizoró que, tras luchar contra ingleses y prusianos, había asistido en primera fila a la caída de Bonaparte, y el jefe de la oposición no obre con resolución frente a la destrucción del orden constitucional que acomete quien no se sabe cuánto tiempo habitará La Moncloa, pero sí que acabará mal.

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