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El expresidente de los EE.UU., Donald Trump (Iz), con el presidente de China, Xi Jinping en 2017

El expresidente de los EE.UU., Donald Trump (Iz), con el presidente de China, Xi Jinping en 2017Fred Dufour / AFP

Soplar o sorber: Washington o Pekín

El reto de España será redefinir su papel en un escenario global de creciente fragmentación, garantizando que su política exterior esté anclada en los intereses nacionales, y basadas en el consenso político

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca está reconfigurando el tablero global con una agenda proteccionista que busca avivar tensiones comerciales y exigir lealtades económicas claras. No es un cambio improvisado, ya lo anunció en campaña. En este marco, España parece inclinarse por un acercamiento cada vez más estrecho con China, una estrategia que, aunque podría traer beneficios económicos a corto plazo, corre el riesgo de aislar al país de su histórico aliado estadounidense y exponerlo a riesgos significativos en el largo plazo.

Figuras como Zapatero o Borrell han desempeñado un papel clave en la construcción de puentes hacia Pekín. Y de Pekín, a Venezuela, como saben, hay un paso. Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha demostrado operar «por libre» o, más precisamente, al dictado de Moncloa y bajo la influencia de las estrategias del expresidente. Este viraje hacia China no solo contrasta con el enfoque prudente de otros países, sino que también parece desalinearse de las prioridades estratégicas de Occidente, lo que podría traer repercusiones no deseadas.

En el Foro Económico Mundial de Davos, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, alertó sobre una fuga creciente de capitales europeos hacia Estados Unidos. El paquete de estímulos de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, con generosos incentivos fiscales para atraer inversiones tecnológicas y energéticas, ha consolidado a EE.UU. como un destino prioritario para inversores internacionales, dejando a Europa en una posición vulnerable (bien lo saben algunos destacados empresarios españoles). Trump, al igual que su predecesor, ha tomado nota y planea reforzar esta dinámica.

Esta tendencia no solo refuerza el atractivo económico de Estados Unidos, sino que también evidencia las tensiones internas de la Unión Europea, donde la falta de una política industrial cohesionada acrecienta las incertidumbres. Es por ello que la decisión de España de apostar por China podría interpretarse como un alejamiento de Washington en un momento crítico, cuando las dinámicas globales exigen mayor alineación estratégica con el aliado transatlántico.

El acercamiento a China, aunque bienvenido por algunos sectores, podría ser interpretado por Washington como una afrenta estratégica

Uno de los factores que explican la postura combativa de Trump hacia Europa es el persistente superávit comercial que la Unión Europea mantiene con Estados Unidos. Sectores como la automoción, los productos químicos, los farmacéuticos, los bienes de lujo y los alimentos —incluido el aceite de oliva español— sustentan este desequilibrio que Trump considera «injusto» dentro de su visión transaccional del comercio. Un superávit que, además, contrasta con la insuficiente aportación de algunos países europeos a su compromiso financiero con la OTAN.

Por ello, el acercamiento a China, aunque bienvenido por algunos sectores, podría ser interpretado por Washington como una afrenta estratégica, generando complicaciones en las relaciones bilaterales. Sectores clave como el agroalimentario, que ya sufrió represalias de Pekín en 2024, o los de defensa y tecnología, estrechamente relacionados con Estados Unidos, podrían quedar en una posición de fragilidad si Washington decide priorizar a aliados más estables y confiables.

Aunque las inversiones chinas en España, como las gigafactorías de baterías, los proyectos de hidrógeno verde o el interés por el Aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas, son indudablemente relevantes, el historial de Pekín en Europa muestra que sus relaciones están dictadas por intereses económicos, no estratégicos. Estas inversiones carecen de un compromiso político o militar duradero —al menos de momento—, lo que deja a España expuesta a un socio que actúa más por conveniencia que por lealtad. ¿Acaso creen que señalar a España en los BRICS era un lapsus de Trump?

No se trata solo de jugar una partida arriesgada, sino de hacerlo sin un consenso interno político amplio ni una visión estratégica clara

Mientras otros países europeos buscan un equilibrio entre la cooperación económica con China y su alianza estratégica con Estados Unidos, España parece dirigirse hacia una posición que podría aislarla tanto dentro de la Unión Europea como frente opositor a Washington. No se trata solo de jugar una partida arriesgada, sino de hacerlo sin un consenso interno político amplio ni una visión estratégica clara.

Con un Gobierno que prioriza un acercamiento oportunista a Pekín y un contexto global cada vez más polarizado, España podría quedar atrapada entre dos potencias en pugna. En un momento en el que los capitales huyen hacia Estados Unidos, tal como advirtió Lagarde, cabe preguntarse si esta estrategia no estará dejando al país en una posición insostenible.

El reto de España será redefinir su papel en un escenario global de creciente fragmentación, garantizando que su política exterior esté anclada en los intereses nacionales, y basadas en el consenso político. No es solo cuestión de coyunturas inmediatas; las decisiones actuales podrían marcar el rumbo de la influencia y la estabilidad del país en las próximas décadas.

  • José Antonio Monago Terraza es portavoz adjunto del Grupo Popular en el Senado. Responsable del área de Asuntos Exteriores y Defensa
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