
Puigdemont comparece para explicar la última cesión de Sánchez a los independentistas, en directo
Política
Puigdemont quiere la independencia, pero desprecia a la Generalitat de Cataluña
El expresidente huido exige que sus negociaciones sean bilaterales con Madrid marginando a Illa
Desde que se iniciaron los contactos para la investidura de Pedro Sánchez, entre el PSOE y Junts en verano de 2023, desde Waterloo se han llevado las negociaciones de forma directa utilizando como únicos canales de transmisión a Jordi Turull y Míriam Nogueras.
Entre las exigencias de Puigdemont la fundamental es de orden estético y en Junts lo llaman «bilateralidad».
Puigdemont y su equipo consideran al PSC y a Illa una sucursal y su intención es dar apariencia de que las negociaciones entre ellos y el gobierno de España lo son entre dos estados y para conseguir esa ficción es preciso que el trato sea directa y exclusivamente con «Madrid».
La situación no es nueva. En 1996 cuando Aznar negoció con Pujol el pacto del Majestic, por el cual José María Aznar accedió a la presidencia del gobierno, entre las exigencias de Pujol hubo la cabeza del entonces líder del PP catalán, Alejo Vidal-Quadras, que poco tiempo antes había obtenido el que aún hoy sigue siendo el mejor resultado del PP en unas elecciones autonómicas catalanas. La otra petición del entonces indiscutible líder de CiU fue que el equipo negociador del PP no tuviera catalanes. La intención de Pujol es que se visibilizara de forma clara una negociación entre Madrid y Barcelona y que la misma fuera en Barcelona para dar mayor apariencia de rendición del Madrid, que en su imaginario representaba el PP, frente a la Cataluña que encarnaba él. Así, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato se desplazaron a Barcelona hasta el punto de que Rato tuvo una hija que nació en la Clínica Dexeus mientras se llevaba a cabo la negociación con Pujol.Aunque Pedro Sánchez ha intentado mil veces equiparar esa negociación con sus actuales cesiones a ERC y Junts, más allá de la deriva radical y la transformación a partido populista que ha experimentado CiU hasta ser lo que hoy es Junts, la diferencia básica entre el pacto del Majestic en 1996 y la negociación constante en Bruselas y Ginebra entre Zapatero, Santos Cerdán y Puigdemont está en que Aznar era el vencedor de las elecciones y Sánchez no. En marzo de 1996 algunos especularon con que el PSOE intentara formar gobierno, a pesar de ser el perdedor de esas elecciones, pero fue el propio Felipe González el que dejo claro que le correspondía a Aznar intentar la investidura.
Los líderes del PSC y del PP catalán a lo largo de la historia siempre han sido orillados mientras Pujol primero, Artur Mas después y hoy Puigdemont imponían e imponen sus condiciones a Ferraz y Génova, en una apariencia de falsa negociación, ya fuera para una investidura o unos presupuestos. Pero los precedentes históricos tampoco valen hoy.
El socialista Raimon Obiols y los populares Vidal-Quadras o Josep Piqué siempre se quejaron de que el ninguneo al que eran sometidos por sus propios partidos lastraba sus opciones electorales, hoy Salvador Illa está cómodo en esta tesitura.
El presidente de la Generalitat ha hecho del perfil bajo y de no levantar la voz una forma de hacer política. En el entorno del exministro existe la convicción que los catalanes tras los años convulsos del proces lo que quieren es estabilidad y gestión y menos épica. En este contexto político Illa está cómodo permitiendo que sean Santos Cerdán, el mediador salvadoreño, Francisco Galíndez, y el expresidente Zapatero, los que se lleven el desgaste de las negociaciones. A la vez Illa valora positivamente que la opinión pública en general, y sus votantes en particular, señalen como responsables de las cesiones a Junts y a ERC a Sánchez y no a él. Illa es consciente que el grueso de sus votantes no son independentistas y pretende, y en gran medida lo está logrando, ser percibido como el mal menor, el pacificador y como un líder al frente de un partido que garantiza la estabilidad.
No son pocos en Cataluña los que señalan que Salvador Illa y Juan Manuel Moreno Bonilla, presidentes de la Generalitat de Cataluña y la Junta de Andalucía respectivamente, tienen mucho más en común que la terminación final de su apellido y apuntan a un modelo de político poco estridente, que huye del titular diario y que, mediante no infundir miedo a los grupos sociales a priori más alejados, de sus ideas logran estabilidad y victorias holgadas.
Juanma Moreno ya lleva en el gobierno 6 años y en sus segundas elecciones alcanzó la mayoría absoluta. Salvador Illa de mayor quiere ser Juanma Moreno y para lograrlo deja que Sánchez se coma el marrón de lidiar con el inestable, irascible e impredecible entorno de Puigdemont, a él no le molesta no salir en la foto.